La piel está construida con escamas. Millones de escamas. Forman pequeños promontorios, cráteres, desiertos, extraños cruces de caminos imposibles de seguir para las córneas. Pero todo ese relieve se pierde en la distancia y todo semeja pulimiento y liseza, una quietud que es espejismo, una quietud fabricada con miles de leves movimientos.

Google ha utilizado la tecnología con la que virtualizó la tierra para escanear quince cuadros del Museo del Prado a una resolución que permite ver hasta el más pequeño detalle con toda claridad. Pero resulta obsceno. No hay atisbo alguno de la obra de arte que apreciamos desde la separación del cuadro, sino confusión, vaguedad y sinsentido: bajo la armonía y precisión de la distancia late lo que parece caos y bruma y velo.

Dos absurdos: si la resolución es tal, ¿por qué no ofrecen la imágenes a gran tamaño? Y, ¿cómo es posible que hayan llenado los cuadros de marcas de propiedad del Museo? Miren, amplíen al máximo el detalle y dense un paseo por cualquier cuadro, y cuenten a ver cuántos “Museo del Prado” les aparecen violando los trazos del pintor.