TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.
Siempre me costó asumir el carácter conservador, de reafirmador del sistema, que se le atribuye al teatro del Siglo de Oro, con la Comedia Nueva de adalid y paradigma; entiéndaseme: lo aceptaba sin demasiados problemas, comprendía los argumentos (el Rey siempre aparerece para establecer el orden y castigar a los pocos vasallos nobles que se portan mal, excepciones y casos aislados); pero algo me decía que no, que la crítica subyacente era poderosa, que gritaban dentro de las obras peticiones de auxilio, obscenidades y denuncias de una sociedad enferma, proclamas que, como el ¡Fuenteovejuna, Señor! conllevaban un afán de subversión que todavía se oye latir en sus letras.
Y ahora escucho a Francisco Ruíz Ramón (conferencias de 1977) y entiendo: desmonta el filólogo ese supuesto conservadurismo analizando con cuidado aspectos aparentemente secundarios. Explica, por ejemplo, cómo la mera elección de un argumento es una toma de partido hacia la crítica, por mucho que el propio sistema impusiese después un final reconstructor del statu quo; explica, por ejemplo, cómo el El burlador de Sevilla de Tirso es una destrucción brutal de la sociedad monárquica del XVII, en la que el falto de moral y hedonista Don Juan, divinamente castigado, es el menos malo de los personajes, caterva de nobles (rey incluido) y plebeyos faltos de toda ética que, además, salen sin castigo ni venganza. Lo mismo en Calderón, gran conservador que, sin embargo, mueve a la libertad («La vida, el sueño de Calderón, es esta conciencia de libertad», escribió Bergamín). Incluso en la buena poesía de Quevedo los poemas de trasfondo político se leen como críticas tremendas en las que es difícil o imposible dilucidar quién escribe, si un reformador o un reaccionario. Saltemos unos siglos y piénsese en Cela, de cuya tendencia ideológica derechista no creo que nadie dude, mientras que La colmena es uno de los puntales de la literatura social de los cincuenta.
Y es que quizás todo sea más sencillo: quizás simplemente la buena literatura, la de verdad, la que permanece, sea en sí misma liberal; quizás la innovación artística conlleva o infunde un espíritu radical, aires rebeldes, de reforma, de cambio inherentes a la ficción creada. Quizás la obra maestra inocule al lector el optimismo inherente a su estructura, el ansia de futuro inherente a la belleza.
2008-11-20 10:41
Artes liberales era el nombre de aquellas ocupaciones propias de libres. Aunque con frecuencia los grandes creadores no han tenido los recursos económicos o el poder social suficiente como para hacer o decir lo que les viniera en gana y han debido de estar muchas veces a expensas de los poderosos (en general, del sistema dominante), siempre el creador de verdad ha sabido rodear obstáculos, penetrar por los muros de la censura, saltar fosos de prohibición y escapar de las cárceles del “pensamiento oficial”. Y en ese juego de prohibición y creación el ingenio con frecuencia ha florecido. ¿Es está quizá la opción de los grandes creadores de arte?
Estoy de acuerdo: la cofianza sincera en su apreciación de la belleza y el optimismo inquebrantable hacia lo que es como debe de ser, me parece que distingue al autor de una obra maestra. Su punto de vista siempre es libre y surge más allá de las constricciones de su época y de su entorno, por encima de falsos cantos de libertad impuestos por la ideología que detenta el poder en cada momento. Por eso tal vez estemos últimamente un poco escasos de obras maestras.
Saludos.