TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.
¿Es posible la construcción de la ficción en torno a la felicidad? Aceptemos, pacto previo, que tratamos con un concepto inasible y, quizás el más radicalmente subjetivo de todos los términos, y no hay por tanto ni una definición de consenso. La felicidad es o un instante o una utopía necesaria; sólo una ausencia absoluta de deseo pueda convertirla en un estado. Y en ese caso la ficción carecería de estructura, de argamasa: nada que contar porque la inacción es la característica de la abulia; nada que sentir, porque la felicidad del hastiado carece estímulo alguno para los demás. La ficción crece en las carencias, como el moho florece en la humedad. Una ficción puede resultar feliz, o nutrirse de instantes de felicidad, pero no tener a la dicha como universo presente en cada página.
Dice Richard Ford que su mujer le sugirió que escribiese sobre alguien feliz; dice que decidió entonces abandonar su concepción romántica de los personajes y escribir su tercera novela sobre un hombre feliz. No la he leído, pero parece que él mismo responde a mis dudas al decir de su personaje, Frank Bascombe: «una persona feliz es probablemente alguien que ha sido infeliz en el pasado y que intenta ser feliz». La cursiva es mía. Por otro lado, la concepción romántica, en la que seguiremos inmersos durante mucho tiempo todavía, no es una excepción ni un culto a la infelicidad, quizás sí una exageración: no hay tendencia estilística ni corriente literaria elaborada sobre un sentimiento de felicidad mundana. Lo demás es una mera gradación entre la búsqueda de la felicidad y el desesperado intento de huir de la desgracia.
La romántica es una poética hiperbólica y demasiado moral y maniquea: lateral; me interesa mucho más la verticalidad barroca; curiosamente, la impostura y el artificio profundizaron quizás más que ningún otro en el hombre; el barroco huye de la felicidad como de una peste mortífera, pero logra, sin embargo, el alborozo de la recepción. Fueron ellos los primeros conscientes de que hasta el motivo más hediondo podía resultar hermoso, y la felicidad está precisamente en la percepción de la belleza.
2008-05-09 11:38
Es un texto precioso, Marcos, precioso, conciso y sugerente. Si yo fuera un antologador de creación literaria y poéticas no dejaría que se escapara.
Un beso.