La sensación, demasiado a menudo, es la de retirarle a la playa un grano de su arena con la intención de extinguirla. La sensación es que todos los caminos están ya trazados y salirse es caer y ser tragado por una niebla densa y grumosa que nos borra del mundo, como cuando un día no duermes en casa y al otro día ni siquiera te preguntan. La sensación es que aquellos senderos que parecen luminosos, laterales, angostos, ocultos, fueron previstos y armados para el entretenimiento y la ilusión. La sensación es similar a la del hado y el demiurgo, un unoverso que derogó la conjetura o el antojo, aunque nos legue su apariencia.

«La gran novedad de nuestra época post-política del “fin de la ideología” es la radical despolitización de la esfera de la economía: el modo en que funciona la economía (la necesidad de reducir el gasto social, etc.) se acepta como una simple imposición del estado objetivo de las cosas. Mientras persista esta esencial despolitización de la esfera económica, sin embargo, cualquier discurso sobre la participación activa de los ciudadanos, sobre el debate público como requisito de la decisión colectiva responsable, etc. quedará reducida a una cuestión “cultural” en torno a diferencias religiosas, sexuales, étnicas o de estilos de vida alternativos y no podrá incidir en las decisiones de largo alcance que nos afectan a todos.» Slavoj Zizek, En defensa de la intolerancia, sequitur, Madrid, 2007

Me llamaron la atención esas figuras de playmobil en la portada del libro y no les encontré sentido hasta que concluí su lectura. Se trata de la representación, del juego: jugamos a lograr la igualdad, jugamos a luchar por la naturaleza, por los derechos de este o aquel; jugamos incluso a decidir con nuestro voto el futuro nuestro y de los nuestros, sin percibir que apenas carece de importancia, que se trata de humo, que son migajas para hambrientos. Que somos esos clicks, el granjero, el policía, la familia numerosa, el vaquero, el profesor, la madre o la abuela, el jardinero… y armamos las piezas, cuidamos a los cerdos y los patos y tenemos la sensación de que es una vida y de que tiene sentido. Hasta que la niña se cansa y nos vuelve a la caja.

El ensayo de Zizek es clarividente. La línea narrativa es algo ondulante, y tiene momentos bastante desubicadores, como el intento de recuperación del sicoanálisis para la interpretación del mundo actual, que parecen sacarnos del libro y meternos en otro muy distinto, pero con los últimos capítulos todo se auna. Y tiene la virtud de suavizar las argumentaciones, arduas y complejas en ocasiones, con apoyos explicativos traídos del cine, el anecdotario político o hasta del más famoso robot de bolsillo de los últimos años, el tamagochi.