A veces el monstruo era una ola que volteaba el barco; a veces era el frío, una presión del hielo que resquebrajaba el casco, o un viento espeso que secaba la sangre y los pulmones. A veces el monstruo era un miedo difuso, temor a los abismos que limitaban las ausencias en los mapas; una avalancha, los excesos o faltas de humedad, la ponzoña, manadas de bestias, el tiempo que carcome los pies y los tobillos, los abcesos y pústulas en erupción amarillenta, y casi siempre, en el periplo, el monstruo era otro igual, con la misma o similar esencia que el viajero. La naturaleza del viaje era la comprensión final de lo cercano, un derivado práctico y físico del universo de las religiones. Ambos buscaban situar los límites, y ante el abismo imaginaban gorgonas y leviatanes que llenasen los huecos y delineasen la existencia con el caos y la muerte. Ahora que el viaje es un capricho y los credos un vestigio agonizante, el monstruo narrado, pintado y esculpido sale de la ficción y se retrata ante las cámaras para grabar en nuestras retinas, con claridad, la silueta del apocalipsis.

«Conocerse era ignorarse para domar al monstruo que penetraba ciegamente todas las fibras del mundo, desde el más minúsculo átomo de sentimiento hasta los más vastos espacios de la noche. Conocer era simular que podía ser domado, encerrándolo en maravillosas jaulas de orden, donde pudiera ser pensado sin el riesgo de sucumbir a su caótica voracidad. Conocerse era poner diques y trazar fronteras para impedir que el sí mismo se diluyera como una voluta de humo en un aire infinito.»
Rafael Argullol, El fin del mundo como obra de arte, Acantilado, Barcelona, 2007

Setenta y un textos breves conforman el relato de Argullol, un paseo por la historia de los mitos antiguos y modernos que mejor definen nuestra esencia autodestructiva, «un alegato contras los “grandes ideales” que, a través de sus símbolos y mitos, han envenenado el aire en que nos ha tocado respirar». La ofensa a los dioses de , la del fin del mundo de Juan de Patmos, la rendición al mal de o la puesta en escena nacionalsocialista… visiones del arte y la ficción que reflejan la evolución del control que el hombre ha venido ejerciendo sobre sí mismo. Una serie de microensayos de lectura autónoma y que a un tiempo se engarzan uno tras otro para llevarnos hasta este presente en que el monstruo es tan nebuloso como sangriento.