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Textos del cuervo por Marcos Taracido

TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.

El peso del cieno

Vivir en un pantano. El lodo apremia en la puerta y el sendero hacia el mundo es inestable, apenas losas como tumbas en ruinas que tiemblan y se resquebrajan a cada pisada. Caer en el cieno es hundirse o ser pasto de caimanes, ese pánico absurdo que te embarga en el agua cuando no ves tus piernas y esperas que algo tire de ellas hacia el fondo. Puedes correr esperando que la velocidad airee los fantasmas de tu mente, pero te arriesgas entonces a pisar fuera de las losas. Y puedes asegurar cada paso, lentamente, pero es ahora que los espectros te ocupan por completo y nublan tu mirada y degradan tus músculos y te encharcan el pecho y detienen tu cuerpo en un punto indeciso del sendero. No salir entonces. Pero ocurre que dentro se degradan las cosas, rezuman las paredes un vómito de estiércol y el hedor es como el peso de un mármol que te aplasta, y ahí, anidada en una esquina, cierras los ojos y esperas que las tablas del suelo no se resquebrajen y notes entre los dedos del pie los huesos germinantes de todos tus muertos.

La ansiedad, la angustia, el temor revelan nuestra vulnerabilidad. Hemos tenido que aprender a soportarlos y a convivir con ellos. Pero la rebelde naturaleza humana rechaza esa táctica apaciguadora. No le ha bastado al hombre con protegerse, con resignarse al miedo o con ejecutar, como los animales, las respuestas al temor prefijadas por la naturaleza: la huida, el ataque, la inmovilidad, la sumisión. Ha querido también sobreponerse al temor.
José Antonio Marina, Anatomía del miedo, Anagrama, Barcelona, 2006

Anatomía del miedo se subtitula «Un tratado sobre la valentía» y es, como todos los de Marina, un texto interesante; también como todos los suyos —todos lo que he leído— se queda un poco en el limbo, en un terreno que es de todos y no es de ninguno. No llega a la autoayuda ni al tractatus filosófico. Su mayor virtud reside en la evitación del consejo, del despliegue de armamento para el combate: se trata de un análisis de los miedos de modo que, al menos, podamos reconocerlos: no hay miedo más perverso que el absurdo e indefinido, un miedo transpirable y castrador que convive con nosotros como una bacteria insípida e inodora, pero letal. Ante eso está la valentía como una asunción de los límites, una consciencia que permite seguir la trayectoria del bicho por nuestras venas y adormecerlo coyunturalmente, apaciguarlo, domesticarlo; una lucidez que frene la esquizofrenia y extirpe a ese otro aterrado y lo haga caminar a un lado, más ligero así el andar, más firme, más libre, menos ciénaga.

Marcos Taracido | 22 de marzo de 2007

Comentarios

  1. Alberto
    2007-03-22 13:30

    Me interesan mucho siempre los textos de Marina. Como bien dices, yo también tengo la sensación de que tiende a amagar y no golpear pero también creo que tiene la extraordinaria habilidad de incitar a la reflexión inmediata y de generar debates apasionantes en el acto. Es casi un socrático, lanzando preguntas que llevan a la discusión y el análisis permanente.

    Sobre el miedo y sus defensas creo que se queda fuera de tu texto lo que me parece que es la defensa más común en estos tiempos: el cinismo, o si quieres el desapego. Hace algún tiempo una amiga me dijo que le parecía más alentador superar los miedos que simplemente no tenerlos, pero los miedos y la angustia son constantes permanentes en la esencia del ser humano en su día a día, un ser humano que se atiborra a preguntas que le llevan por el camino del hundimiento a la ciénaga.

    ¿Cómo evitar esos miedos sin afrontarlos directamente? Despreciándolos, adoptando la actitud del “a mí no me afecta”, siendo, en resumen, más cínicos.

  2. aberron
    2007-03-22 14:41

    Ni el sexo, ni el dinero ni el ansia de poder… El miedo mueve el mundo.

  3. Marcos
    2007-03-22 21:13

    Bueno, Alberto, el texto es breve y no pretende abarcar ni analizar el miedo en toda su extensión. ¿El cinismo? Tal y como lo planteas sería una solución hábil, pero no me lo creo; es decir: el cínico se caga de miedo, pero no lo percibimos en su máscara; su solución, por lo tanto, sería exclusivamente social.

    Siempre pensé, desde pequeñito, que “Juan sin miedo” era un fraude: ¿si no tenía miedo, cuál era su mérito?

    Y sí, el miedo mueve el mundo; lo destruye poco a poco más bien.

  4. Ana Lorenzo
    2007-03-22 22:10

    No he leído el libro de José Antonio Marina pero me gusta cómo describes el miedo en tu texto, con esa mezcla de invasión física y de expectación e imaginación que se adelanta a lo peor.
    Es curioso que el miedo que sentimos de niños, puro terror a veces, cambie tanto cuando somos adultos. Y sin embargo el miedo de después sea más angustioso; no será porque lo temido sea más real, al menos no para mí, tan reales eran los monstruos cuando era niña. Quizá sea porque ahora los monstruos son más semejantes a nosotros, y la magia ya no existe, y la responsabilidad y las soluciones no están más allá, en un lugar encantado, ni en un padre o en una hermana mayor.
    Un saludo. Ana

  5. Marcos
    2007-03-22 22:18

    Me temo, Ana, que tendemos a idealizar nuestra infancia en exceso. Mis miedos infantiles eran terribles; recuerdo, por ejemplo, meterme en la cama y taparme todo el cuerpo dejando fuera sólo la coronilla (ahora se me ocurre que quizás ese fuese el motivo de perder el pelo tan joven) por miedo a que algo me tocase; también tenía pánico a que algún brazo se saliese de la cama y algún monstruo me lo arrancase.

    Sin embargo, sí es un miedo diferente: digamos que el infantil es un miedo más puro, más genuino, más auténtico; el adulto está contaminado, sucio. Es como morder un tomate cogido de la huerta casera o uno del súper.

    Saludos.

  6. María José
    2007-03-23 22:20

    Es curioso, tu final (“digamos que el infantil es un miedo más puro”) confirma el principio de tu comentario.

    Pero para mí un auténtico tratado del miedo (de su máxima expresión, el pánico) es el cuadro “El grito” de Munch.

  7. Marcos
    2007-03-24 11:01

    Me di cuenta cuando lo escribía que confirmaba el hecho de que idealizamos la infancia. Pero no del todo: lo sigo pensando, creo que sin idealización, para infancias “privilegiadas” en la que los miedos son, digámoslo así, burgueses. Lo otros miedos, los reales y acuciantes, supongo que son similaes en los niños y en los adultos.

    La impresión de cuadro de Munch también me la produjo siempre el hombre de blanco que permanece todavía de pie en el cuadro de Goya de los fusilamientos, su mirada.

    Saludos.

  8. Alberto
    2007-03-24 12:02

    Creo que alguien supo traer al mundo de los adultos y representar como nadie el miedo infantil: Charles Laughton con su película La noche del cazador. Ese sería para mí, copiando vilmente la frase de María José, el verdadero tratádo del miedo en su máxima expresión.

    Recuerdo que un amigo me describió lo que sentía viendo aquella película como algo “que te agarra no del estómago sino de alguna parte más indefinida, situada al principio de la médula espinal.

    El miedo que me da Mitchum en la película me lleva a los ocho años y a las arañas gigantes de mis pesadillas.

  9. María José
    2007-03-24 12:26

    Marcos, todos los miedos son acuciantes y reales. Un niño de clase de mi hijo tiene fobia escolar, cada vez que va a entrar en clase empieza a dolerle la cabeza y el estómago. Cuando yo intentaba explicarle un poco a su madre en qué consistía (porque ésta se empeñaba en regañarle), me decía: ¿y si de verdad tiene algo? Claro que tiene algo, claro que le duele la cabeza, y es un dolor muy jodido porque no desaparece con analgésicos.

    No sé si son miedos procedentes de una vida burguesa (a mí este lenguaje no me gusta), desconozco si se producen independientemente del nivel económico o de la sociedad en que vivas (hay teorías para todo). En cualquier caso, supongamos que son fruto del aburguesamiento y que sea la sociedad, o lo que se quiera, lo que te enferma. El hecho es que el que lo tiene se siente igual que el que está esperado que lo fusilen. La diferencia es la misma que existe entre el cuadro de Goya y el de Munch. En el primero, el protagonista está acompañado sin necesidad de hacer ningún tipo de llamada (alguno incluso se tapa los ojos). En el segundo, el protagonista está totalmente solo, es un grito interior que lo invade todo desde dentro hacia fuera (o desde fuera hacia dentro) pero que nadie percibe, los demás pasean tranquilamente. Es la más absoluta soledad de la enfermedad mental (yo si robara algún cuadro sin duda sería este).

    Probablemente tu comentario no tenga nada que ver con lo que acabo de decir, pero ha activado en mí lo que he oído tantas y tantas veces referido a personas con ansiedad: si tuvieras problemas de verdad no te preocuparía por esas tonterías. Esta es una de mis batallas particulares, así que no te des por aludido.

    Creo que lo que siente cada uno a cualquier edad es tan puro como lo que siente uno en la infancia. La diferencia entre el miedo infantil y el adulto, debe ser la misma que existe entre el tamaño percidio de tu entorno, a mí mi pueblo me parecía inmenso y ahora minúsculo. Hace tiempo que me reconcilié con el hombre de cualquier edad y estatus.

  10. Marcos
    2007-03-24 12:36

    No María José, mi utilización del término puro (y sucio) es estética; no digo en absoluto que afecte más o menos uno que otro, o que el sujero lo viva más o menos real. Quiero decir, y veo que no lo consigo, que es distinto pasar miedo/pánico/terror viendo Hellraiser que vivir con el miedo de ser violada oor segunda vez. Es distinto tener miedo a los monstruos del armario que tenerlo a que tu hijo muera de hambre cualquier mañana. Ni mejor ni peor, sino distinto. Con el primer párrafo de mi texto intentaba reflejar el segundo.

    Saludos.


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