Álvaro Pons es lector de tebeos y colaborador en diversas publicaciones. Edita La cárcel de papel, sitio imprescindible en español sobre el mundo del cómic. Tebeos raros dejó de actualizarse en abril del 2006.
Existe una creencia extendida que identifica cine e historieta de forma ineludible, relacionándolas de forma unívoca con la manida argumentación de que una historieta es prácticamente un “story-board”.
Pues no, me temo que no.
Es cierto que cine y tebeo comparten una época común de nacimiento (considerando, equivocadamente, el inicio de la historieta en su forma actual con su aparición en la prensa americana de finales del siglo XIX), y que son las formas artísticas que han asentado el imperio de la cultura audiovisual que nos envuelve hoy, pero sus lenguajes son radicalmente opuestos.
En el séptimo arte, el director marca el ritmo de la historia, que es recibida por el espectador sin ningún tipo de intervención por su parte. Es una experiencia pasiva donde el cineasta tiene todo a su favor, llevando las riendas del proceso receptor. Sin embargo, en la historieta, el autor debe jugar con el lector y con su decisiva intervención, ya que será él que marque el ritmo de lectura. El autor debe marcar un ritmo sugerido de lectura, pero a sabiendas siempre de que será el lector el que tome la última decisión sobre cómo leerá el tebeo. Una diferencia crucial que muchas veces es obviada o ninguneada por los aficionados, pero que implica que todo el proceso creativo sea diferente: desde la autoridad de la creación (individual en la historieta, colectiva en el cine) hasta los procesos industriales implicados.
Sin embargo, es cierto que la historieta pronto fue vista por el cine como una fuente inagotable de inspiración. La libertad absoluta del autor de tebeos, limitado únicamente por su habilidad con el lápiz, ha sido siempre envidiada por un cine siempre dependiente de los avances técnicos que permitan llevar a la pantalla esas ideas, pero quizás ha sido un acicate mayor en esa búsqueda de nuevas posibilidades expresivas.
Desde muy pronto, los personajes del cómic, sobre todo los más fantásticos, fueron presa de la gran pantalla en seriales de éxito fulminante. Flash Gordon, Jim de la jungla, El hombre enmascarado, Mandrake el Mago o Terry y los piratas, entre otros muchos, dieron el salto a la imagen real con mayor o menor fortuna en la década de los 30 iniciando una relación constante y fructífera entre las dos artes que ha llegado hasta nuestros días.
Pero no sólo ha sido un préstamo de personajes: muchos directores han reconocido abiertamente que han encontrado en la historieta inspiración para encontrar nuevos recursos narrativos que trasladar al lenguaje cinematográfico. Desde Orson Welles a Fellini, la lista es interminable y, en muchos casos menos evidente de lo que parece.
Independientemente de las razones que puedan haber motivado el boom de adaptaciones en el que vivimos estos días (que van desde la patológica falta de ideas de Hollywood a la idoneidad del género superheroico para generar “blockbusters” de toneladas de efectos especiales), la multiplicación de películas basadas en tebeos está consiguiendo lo que el medio por sí mismo no conseguía: atraer nuevos lectores. Sirva como ejemplo el estreno de la adaptación del tebeo de Frank Miller, Sin City, que ha aparecido en portadas de suplementos de periódicos, ha arrasado en todas las revistas y ha protagonizado que el tebeo aparezca en los noticiarios televisivos, aunque sea por unos minutos.
Algo es algo.