Prefacios juveniles, reseñas de media tarde, lecturas a tiempo parcial… Un intento meridiano de soñarse columnista, por supuesto. Aquí vienen a leerse libros, a recomendarse unos cuantos y a discutir(los).
Luna Miguel, Poetry is not Dead
DVD Ediciones, 2010.
Debo advertir al lector que no soy un crítico de poesía, más bien un lector indisciplinado. Pero éste es un libro vivísimo. El problema con la autora es su recepción, demasiado asociada a la imagen previa construida en su bitácora. La bitácora no contiene apenas ensayo alguno; sí muchos retazos autobiográficos, algún aforismo, muchas citas y fotografías. La imagen de la autora, una chica joven, bella y tatuada, ha eclipsado, en cierta medida, su recepción y de esto ya ha hablado con mucha inteligencia el Lector Malherido. La bitácora tiene un tono más bien juvenil en sus primeros años, algo aboslutamente lógico dado que la autora era una adolescente primero y una joven después, aunque no pocas derivas extrañas. El tono juvenil era el que podía detectarse en Exhumación, un divertimento escrito con su pareja, Antonio J. Rodríguez, a quien dedica el libro (refiriéndose a él con su seudónimo virtual, Ibrahím B.). Aquel libro era un ejercicio de tensión entre la broma y comentario intelectual de Rodríguez y la poesía e ironía de Miguel.
Pero la poesía de Miguel, aunque llena de no poco humor, busca, creo, un tipo de delirio al siempre referenciado (y reverenciado) William Blake. Poetry is not dead tiene tres partes: la primera, que lleva el título del libro, es mucho más delirante, la segunda se titula significativamente el Spleen de Madriz y la tercera Poemas para un narrador. Las tres tienen siempre poemas notables y no hay diferencia de calidad, por eso mismo creo que Poetry is not dead es mejor, por ejemplo, que Estar enfermo (La Bella Varsovia, 2010), que quizá tiene poemas que individualmente están a la altura o son superiores a los del libro que nos ocupa, pero no tiene una coherencia global, una presencia como libro.
La primera parte de Poetry tiene una notable tendencia al aforismo, que anuncian un discurso más sugerente del que se suele detectar en la autora. Escribe, por ejemplo, En la mitad de la nada el hipo es mi discurso. Es especialmente memorable porque funciona como imagen y como aguda observación de la juventud. Ladras o Mueres es el mejor poema de la primera parte, combinando autobiografía con una mirada, penetrante y severa, al mundo que le rodea. Tomemos estos versos graciosísimos y también brillantes:
Cerebros que he sido y cerebros que seré.
Drogas que he consumido. Medicinas.
Bocas que he rechazado y que ahora necesito.
Sesos de animal que mi madre cocinaba
antes de cambiar de ciudad
y dejar
las cucarachas del armario
en el olvido.
Cerebros recitando de memoria.
Cerebros escribiendo de memoria.
Ignorantes neuronas
vomitando de memoria.
Pero Miguel carece de agenda social; el tema principal del libro son sus apuntes autobiográficos, la posibilidad de escribir poesía o de que la poeta pueda articular una nueva poesía. A diferencia de Olvido García Valdés (que escribe, tal vez, la mejor poesía en lengua castellana con una diferencia abismal), su mirada no se convierte en una dimensión propiamente dicha y, ahí, creo estriba la diferencia entre actitud y estética. Pero Luna Miguel tiene mucha actitud y a veces puede llevar a pensar que tiene una estética (aún es todavía demasiado temprano). Esto se hace evidente en la segunda parte, El Spleen de Madriz, donde la noche es antes presa de una deformación (El neón de siempre azota mi casa / y traspasa los cristales / del transporte en el que habito) que de un reflejo. El tono prefiere lo visionario (Ni un bebé amarillo / de su semen / llorará / mi vida) antes que algún tipo de visión.
La tercera parte se abre con epígrafe de Rodríguez criticando la poesía, un diálogo ingenioso que también se intuye como parte de una autoficción mayor. Quizá el poema que me impresionó más fue La poeta y el narrador (escena de cama), pero confundí el humor vitriólico camuflado en su lenguaje con un comentario valioso sobre el amor. Pero el final del poema (Sabéis acabar con la Poesía / con la primera embestida) es mucho más divertido que inteligente: todo el poema se basa en un aparente desconcierto que nace de las diferencias intelectuales entre narrador y poeta, sin ahondar en los sentimientos de esta tensión. ‘Okay, whatever David’ es una broma metaficcional sobre la célebre carta de ruptura de David Foster Wallace y el poema que me parece más estimulante es Siempre te dejo la casa hecha una mierda. Ahí leemos:
Soy poeta
Puedes joderme hasta que te canses.
La poesía, vemos, es insolente y grácil, vivifica el lenguaje, y esa debiera ser la virtud indispensable de cualquier poeta. Este libro suda vida incluso cuando la aborrece, y es hasta ahora el mejor de la autora, el único que repasa todos sus talentos y descubre nuevas observaciones.