Prefacios juveniles, reseñas de media tarde, lecturas a tiempo parcial… Un intento meridiano de soñarse columnista, por supuesto. Aquí vienen a leerse libros, a recomendarse unos cuantos y a discutir(los).
Gaziel, Meditaciones en el Desierto.
Editorial Destino. Traducción de Felip Tobar.
Para escribir algo hay que creer en algo. Hay que conservar, por lo menos, una fe última, una postrera esperanzaComo mi paciente editor de Libro de Notas, Gaziel constató una melancolía en la constancia de la que depende la escritura periodística o la publicación del columnista. Pero no era una melancolía basada en los hechos, sino en el temor a los formatos. Gaziel sabía que su tiempo nunca iba a considerar escritor al periodista; Gaziel sabia, peor, que la trascendencia no era la vestimenta de su profesión. El 7 de Octubre de 1949, escribe:
“Yo creo que nací siendo escritor. Si la suerte me hubiese sido favorable pienso que habría podido escribir obras importantes, quizá alguna gran obra -novela, ensayo, teatro, historia.
Pero estoy llegando al final de mi vida y no he sido —para mi gusto— más que un periodista, un pequeño escritor de circunstancias que no dejará nada perdurable. E incluso un periodista truncado, que tuvo que enmudecer cuando llegaba a su plena madurez”
Y esta ironía con la que remata la vida de letras, tan honorable entonces. Esa lucidez con la que escribe:
“El hombre de vocación plena y exclusiva, íntegramente dado a la obra literaria, no ha empezado a existir en Cataluña – en un número de ejemplares limitadísimo – hasta hace muy poco y aún así con la ayuda de las muletas del profesorado, del funcionariado o del mecenazgo. Cataluña aún no ha podido mantener, decorosamente, hombres de letras exclusivos”
Pero nunca supo otorgar algo de modestia al paso del tiempo, al tiempo que le reunió con César González Ruano, con Manuel Chaves Nogales, con Josep Pla y con Julio Camba*, al momento en el que el periodismo y el dietario no fueron vestigios innobles sino formas íntimas y perfectas de escritura, como las que ahora reivindica un entusiasta David Shields en su Reality Hunger. Pero las tesis de Shield, que deberían leerse con la obra de un W.G. Sebald, Alejandro Zambra o cierto Bolaño en mano, no son las que explican el éxito de estos escritores. Al menos no enteramente.
Estos escritores comparten su sensibilidad al costumbrismo, su dominio preciso de lo minúsculo en cualquier retrato, sin que importe paisaje o persona, coral o particular. Gaziel nació como Agustí Calvet, nació en 1887, tuvo una memoria sentimental ligada a la Renaixença, a la escritura en catalán como opción única y vital y falleció en 1964, viendo un franquismo estéril y habiendo vivido el derrumbe del catalanismo político, que insinúa en un magnífico perfil de su amigo Francesc Cambó, habiendo vivido el derrumbe de la Segunda República (que describe “caída del cielo”) y habiendo silenciado casi toda su escritura, siendo este dietario en catalán una forma íntima de resistencia que para este magnífico escritor no es otra cosa que autoconciencia, amargura. Pere Gimferer ha dicho que considera las Meditaciones la obra principal del autor y esta es una observación valiente, pero certera, pues Gimferrer, quien lo ha leído todo (no ya de Gaziel ¡sino de toda la cutura que lo alimentó y que en su escritura se filtra sin cesar!), no suele usar la hipérbole como apoteosis de su gusto o forma común.
Este libro se ocupa del asco. Del asco de ver a España de 1946 a 1953, período en el que se escribe este dietario. Del asco de ver la política exterior como algo esencialmente feroz. Del asco de ver a Churchill y Roosevelt apoyar a Franco. Del asco ya difícilmente soportable de ver obedientes a esos escritores como Azorín, a los pensadores como Ortega y Gasset o a honorables filólogos como el doctor Marañón. Es decir, de ver la vida como la define el 30 de septiembre de 1949:
“El hombre jamás será feliz, de forma duradera, porque siempre persigue estos dos imposibles:
Que las cosas no sean como son.
Que duren más de lo que pueden”
Esta esponjosa melancolía no lo hace conservador, sino todo lo contrario. “La sexualidad es otra de esas cosas tan claras y simples que la humanidad se ha complacido en enturbiar y complicar de forma gratuita” y muestra un liberalismo no visceral, sino pragmático, hospitalario, vital (“Ahora bien: desde el punto de vista de la naturaleza, todas las demás formas de satisfacer el deseo sexual son igualmente válidas. Y por eso perduran y perdurarán siempre por más que se empeñen en prohibirlas códigos, morales y religiones”), pero también una ironía distanciada (“El amor es un apetito fisiológico, un hambre incontenible”). A Gaziel le amargará el cumplir sesenta y dos años y la incertidumbre.
“Lo que más me gustaría saber en este mundo ahora mismo es la fecha de mi muerte. Y no porque mi muerte me interese demasiado, sino porque me interesa mucho lo que me queda de vida.”
Dos meses después, cuando Joan Ventosa i Calvell le llama y se frecuentan por asuntos de negocios (el libro de Ventosa que Destino editaba, el libro que Gaziel ayudaba a editar), Gaziel añade una coda singular a esta incertidumbre:
“El secreto de la vida es no tener en cuenta la muerte. Vivir es sentir, desear mucho, pensar un poco y moverse o darse prisa siempre, exactamente igual que si fuéramos eternos.”
Es el párrafo más eterno y hermoso que puede escribir Gaziel en ese tiempo, en el que Ventosa es vitalidad y su otro amigo visitante, Joaquim Sunyer, amargura. Sunyer celebra la vejez de Picasso acompañado por mujeres y a Gaziel le asquea la vejez pasiva, le asquea la muerte del deseo y le asquea la desaparición de la vida. Alrededor de Ventosa combina una relectura asombrosa de Chateaubriand. El libro, el escritor, el autor, la vida, la política y los encuentros lo son todo para el autor. La relectura de las Memorias de ultratumba no está marcada por la seguridad de la vejez, sino por la cultura abortada en la que (sobre)vivía, por el ansia de buscar una respuesta al cenizo silencio que le rodeaba. El libro seguirá con ese rumbo, con las relecturas más frecuentes y los valientes y preclaros escupitajos políticos entremezclados hasta el final, anunciado como toda desaparición.
Este libro termina con el vencimiento de la Historia ante la vida, con un desistir que se permite una magnífica cita de Shakespeare para esperar, todavía, algo. Algo del Hombre, algo de la política, algo de la necedad y algo de la posteridad. Que el genio, en fin, sea capaz de preveer la futilidad del tirano. En ese momento, Gaziel lee y lo hace con una fuerza vital admirable y es por eso que este libro, lleno de sabiduría, retazos de retratos, aforismos y pequeños ensayos afrancesados, es sumamente imprescindible para entender un poco más una cultura interrumpida.
2010-12-20 04:53
Soy un escritor y profesor que sufro también
con las mismas atrocidades.
Comparto tu dolor y lastimo por Catuluña por
aún no tener valorada la clase más grande, en la cual están todos los hombres de las letras y del profesorado.
http://bollog.wordpress.com
Saludos, José Maria Cavalcanti.
2011-11-20 06:15
Para ser sincera reía cuando estudiaba ya que un profesor decía que para escribir solo se necesitaba ganas de exponer sin periquitos la verdad vista por nuestros ojos, el costumbrismo nos lleva por muchísimas vías y todas ellas placenteras como el mismo sexo, así mismo el lenguaje franco con detalles, en el detalle de la descripción nos lleva a gobernar al lector y luego continuamos por la autopista entre tantos autos que la conciencia revienta.