Prefacios juveniles, reseñas de media tarde, lecturas a tiempo parcial… Un intento meridiano de soñarse columnista, por supuesto. Aquí vienen a leerse libros, a recomendarse unos cuantos y a discutir(los).
Peter Bogdanovich, Orson Welles. Ciudadano Welles. Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1994. Traducción de Joaquín Adsuar.
André Bazin.Orson Welles. Paidós, Barcelona 2002. Traducción de F. Melià y Gemma Andújar.
La historia del autor de Ciudadano Kane parece marcada por el fracaso abrupto de sus proyectos y la fuerza, a veces incompleta, que los termina sobreviviendo en lo artístico. El súbito cierre del teatro Mercury deja una etapa con un final un tanto abrupto; la RKO y sus remontajes de El cuarto mandamiento, la segunda gran película del director que fue mutilada mientras éste rodaba It’s all true, un documental sobre Sudamérica. Su carrera empieza como termina: con miles de proyectos inconclusos de una ambición notable, pero también de un interés increíble por el tipo de obra que desarrolla. Pero en esos fracasos, surgen, al menos, cinco obras maestras, la mayoría todavía negadas por una cinefilia demasiado ocupada en examinar a un mito, frecuentemente megalómano y egocéntrico y caído en el olvido por lo fulgurante del prestigio de su primera película. Esta historia, banal y relativamente falsa, responde poco a los logros del autor y estos dos libros son una buena primera introducción para ello.
Por eso resulta gracioso el prólogo de Jonathan Rosenbaum, el editor y prologuista del volumen equivocadamente traducido como Ciudadano Welles frente al sincero y adecuado original, This is Orson Welles. Lleva a la confusión porque Citizen Welles es el título de una biografía escrita por Frank Brady y es precisamente un título sensacionalista antes que exacto. En su prefacio, Rosenbaum teje un relato lleno de desastres, de un manuscrito de miles de horas de entrevistas que casi termina desapareciendo por un fracaso con un primer contrato editorial, por la desidia de sus dos autores viendo que el proyecto no avanzaba y por la dispersión de su amistad con el paso de los años. El propio volumen es un milagro, pero uno cuidadosamente editado: tenemos un apéndice con los cortes originales del final de la citada_El cuarto mandamiento_ y durante la entrevista vemos no pocas entrevistas, cartas y demás documentos inéditos para mantener el contexto lo más vivo posible. El verbo de Welles es considerable, también la inteligencia con la que evalúa su obra y la de los demás, la gracia de sus anécdotas y sorprende con frecuencia su habilidad para despistar la conversación. Pero Bogdanovich es un gran entrevistador, tal vez por insistente, y consciente de todas y cada una de las digresiones, como por sagaz: en su formación está una creencia en una cierta política de los autores y es algo que turba al entrevistado.
De política de autores escribió, y mucho, André Bazin, entre otras cosas porque usó esa expresión para desarrollar una teoría fílmica que cambiaría la historia de la crítica de cine. Debe notarse que Manny Farber ya había hecho exámenes autorales antes que Bazin y que él fue el verdadero inventor del análisis autoral del cine, con inusuales y todavía vanguardistas resultados. Pero también que el prodigio del crítico francés tenía una validez que tal vez haya caducado con el paso de los años, pero que incluía un programa (o una serie de notas sobre el medio) que todavía siguen resultando como mínimo intrigantes para el análisis cinematográfico.
El libro analiza la filmografía de Welles hasta Sed de Mal, estrenada meses antes del fallecimiento del propio Bazin. En su prólogo, escrito para la edición norteamericana del libro, François Truffaut anhela la opinión de su mentor respecto a las películas posteriores del genio, pero hay algo erróneo en esa postura. El Welles posterior es, fundamentalmente, el de F for Fake, película complicadísima que seguramente hubiera escapado al alcance analítico del crítico de cine francés, aunque nunca podremos afirmarlo con total seguridad. Pero si que queda claro que Bazin era su estética y esa estética parece terminar en Sed de Mal, donde admira todavía los resquicios de un Welles tempranamente envejecido, tempranamente barroco en su análisis. El análisis de Bazin combina una marcada sensibilidad literaria y artística con un interés minucioso por el lenguaje, de hecho se ocupa de Welles en una clave aparentemente técnica para demostrar una tesis ya irrefutable: que su virtuosismo no quedaba reducido a una brillantez técnica, sino que buscaba la inventiva con cada uno de sus medios. Bazin parece desinteresado en su Macbeth, pero su falta de atención no le despista de los elementos de puesta en escena que resultan claves en la peculiar apropiación wellesiana de la obra de Shakespeare; también es cierto que su análisis de Otelo es el más considerado y detallado que recuerdo, también el más recomendable respecto a su tesis, que relaciona hábilmente su postergado rodaje con una mutación radical de su estilo más allá de “servidumbres externas”. El ensayo es breve, pero las notas de la prosa de Bazin variadas y muchas veces enciclopédicas por lo que es una obra clave para ampliar el rigor analítico en la obra norteamericana de su autor.
El libro concluye con un par de entrevistas que ofrece un encuentro de ambos autores en un contexto distante y algo teatralizado y viene acompañado por dos prólogos extras, firmados por Josep Maria Català y André S. Labarthe que son, en cierto sentido, excesivos, pero cumplen funciones distintas: uno es un aviso a los lectores, el otro mera cortesía respecto a la influencia de autor y sistema de crítica.