Prefacios juveniles, reseñas de media tarde, lecturas a tiempo parcial… Un intento meridiano de soñarse columnista, por supuesto. Aquí vienen a leerse libros, a recomendarse unos cuantos y a discutir(los).
Joseph McBride Tras la pista de John Ford. Traducción de Josep Escarré. T&B Editores, 2004.
Joseph McBride, Michael Wilmington John Ford Traducción de Soledad Andrés. Ediciones JC, 1989.
“Si hay algo que pueda definirnos es que ambos somos irlandeses” le espetó John Ford a Eugene O’Neill. Lo irlandés como algo nostálgico, aunque Ford, nacido Jack Feeney fuera un americano de primera generación. Lo irlandés como una frustración: Ford mentía y soñaba que tras su padre hubiera una conexión a Michael Morris el tercer baron Killanin, sobrino del primero, aunque las conexiones eran más bien vagas como explica el cronista, un entregadísimo y apasionante Joseph McBride.
Este es un libro sobre el pasado, sobre el de Ford y sus paradojas, pero también sobre el cronista. El primer libro sobre Ford de McBride data de 1973 y es un estudio de su cine, realizado al alimón con Michael Wilmington, cuando el realizador todavía vivía. Aunque su estudio es principalmente una biografía y el primero se ocupa de analizar su filmografía persisten los mismos temas, las mismas observaciones, incluso el interés por un canon similar: Judge Priest, The Sun Shines Bright, The Searchers o The man who shot Liberty Valance.
Wilmington es un buen crítico conservador y eso se nota en su estudio. Por conservador entiendo una visión trágica del ser humano y su destino, de su historia. Por eso mismo, el optimismo de Ford no es tanto Al final de su capítulo dedicado a The Searchers (me niego a usar el Centauros del Desierto) Wilmington escribe:
Scar y Ethan, hermanos de sangre en su cometido de justicieros primitivos, se han sacrificado para hacer posible la civilización. Ese es el significado de la puerta que se abre y cierra en la penumbra. Es la Historia de América.
Algo que es indudablemente cierto…para alguien de una visión del hombre y de la Historia profundamente pesimista. Afortunadamente el film de Ford también se presta a la lectura contraria: la idea de un héroe que no es más que sombras y anacronismo y es un resquicio racista, salvaje y reaccionario en un mundo que necesita otra cosa para mirar al futuro. Mientras que Wilmington insiste en que Edwards es un sacrificio heroico, es posible que Edwards fuera el héroe menos heroico y más siniestro de todos cuantos concibe Ford y quizá Wayne y su premisa le sirvan para lo contrario.
Pero esta paradoja, esta validez y estos matices forman parte de la obra de Ford. McBride admite que busca formular preguntas concretas antes que tomar un juicio severo sobre la figura fordiana y, aunque eso le impida ser demoledor en ciertos aspectos, parece ideal para el caso del cineasta. Pero también la del cronista. Su libro se abre con una crónica, firmada por él, del funeral de Ford. La descripción es minuciosa y todos los presentes son los amigos y admiradores al final de una vida, mientras que en su biografía todo parece majestuoso y el scope es generoso. Judge Priest y Young Mr. Lincoln son fruto de una comunidad tranquila y multiétnica como la de Portland. También es mítica su defensa de Joseph L. Mankiewicz (acusado por DeMille quien le quería delatar por su tendencia izquierdista) con su My name’s John Ford and I make westerns. Es entonces cuando el lector piensa que la biografía es también un triunfo del discurso de Ford, para bien y para mal fue algo de todos sus héroes, despreciando su posible condición de poeta, quizá para no revelar demasiadas pistas sobre lo que realmente pensaba más allá de la obra. Aunque eso forme parte de la estrategia de McBride, hay honestidad: la leyenda es siempre señalada como tal, aunque la contradicción acostumbra a ser el material más problemático para tratar a Ford, para McBride es una fuente incesante de solidez narrativa y de su idea: una figura en una penumbra irresoluble en cuya vida se aglutina el nacimiento del cine (en una fructífera etapa en la que mayoría de sus obras estan perdidas), el esplendor de Hollywood con la segunda guerra mundial y su posterior decaímiento en los años sesenta. También fue el western, que murió y desapareció en los setenta, década en la que fallece.
Poniendo de relieves estas paradojas, McBride no ha solucionado un misterio sino que, como pretendía, lo ha dejado en una perspectiva todavía más intrigante. Pero glosando todos los hechos, todas las mentiras, en fin, todas las contradicciones de Ford, sus filias y fobias e indagando en sus motivos con una documentación cuanto menos titánica, ha ofrecido el mejor retrato posible de un artista cuya obra sigue siendo motivo de discusión. Narrativamente impecable, su lectura es tan apasionada como honesta, una épica genuinamente americana (de primera generación e irlandesa, como el propio Ford). El resultado es asombroso, insoslayable para hablar y pensar la figura del cineasta.