Prefacios juveniles, reseñas de media tarde, lecturas a tiempo parcial… Un intento meridiano de soñarse columnista, por supuesto. Aquí vienen a leerse libros, a recomendarse unos cuantos y a discutir(los).
Marchette Chute. Shakespeare y su época Traducción de Maria Dolores Raich Ullán. Ed. Juventud, 1960
Esta columna se permitirá solamente una pedantería modesta: citar a Shakespeare sin que medie traducción alguna para ahorrar ediciones blingües. Para el resto, he reseñado y leído las dos versiones de Marchette Chute, la original y un viejo ejemplar, hoy encontrable en bibliotecas, cuya reedición se hace un deber. La traducción de Ullán es, quizá, demasiado anticuada, siendo solamente fluida en aspectos esenciales y gramáticos, pero usando un vocabulario a veces demasiado pomposo, otras incluso incorrecto. Respecto a Chute, enumera todas sus referencias al principio del libro, lo que puede resultar una decisión problemática para el lector quisquilloso que quiera dirigirse a sus fuentes directamente. Refiere la autora un trabajo que “ocuparía más que el texto” y define su proceso creativo como “una especie de mosaico, construido a base de pequeños datos que sólo tienen sentido cuando se yuxtaponen entre sí”.
En su colosal, algo repetitivo (es una ampliación, entre forzada e inspirada, del ensayo estupendo y redondo de The Western Canon) y a ratos grandioso Shakespeare: La invención de lo humano, Harold Bloom pasa gran parte del ensayo denunciando las lecturas académicas provenientes de los estudios culturales empeñadas con desprestigiar al dramaturgo inglés. De la sospecha constante a Shakespeare, habla Eloy Fernández Porta en esta entervista con Antonio J. Rodríguez en la que recuerda que “nuestras opiniones sobre ellos les parecerían absurdas a los maestros del pasado. Así, Moratín consideraba a Shakespeare como un autor de segunda, y en esto recogía la opinión generalizada del establishment cultural de su época, esto es, los Ilustrados, para quienes el autor del Tito Andrónico era un exaltao y un hortera”. En otro sentido, James Wood habla del autor inglés como un elemento disonante y, precisamente, vertebrador ante cualquier versión meramente materialista del asunto.
Uno empieza la lectura del libro con resonancias y predicciones del talento. Son fascinantes las anomalías que corresponden al relato del padre, John Shakespeare que era un hombre iletrado (algo raro en su cargo de chambelán) precisamente superdotado. Ya hay en este microrrelato, que incluye una descripción de su firma como una síntesis, un estímulo al lector imaginativo. También en la temprana fascinación del bardo por Ovidio y Chaucer: hay un complemento en la lectura de esta biografía basada en la lectura literaria de todos estos datos. Este procedimiento especulativo fue novela brillantísima y joyceana y es Nothing like the sun de Anthony Burgess (cuya biografía sintética merece otro comentario aparte) el ejemplo más descarado e interesante de cómo el lector llena con las obras los huecos de la vida de sus autores.
Pero, para el lector, lo más apasionante de la meteórica carrera de un hombre que fue niño, que fue lector y entusiasta y que fue actor en un tiempo de exigencias brutales para estos como el del teatro isabelino, está en la idea, brillantemente expuesta, de que Shakespeare no era literatura en su tiempo. Es la idea que nos obliga a leer las obras antes que sus contextos, antes que el mero resultado de la biografía y el contexto. Lo que nos ayuda a entender Chute es que en su tiempo, Ben Jonson, el más relevante contemporáneo de Shakespeare, fue un pedante por preocuparse de editar sus Complete Works ya que ese logro correspondía, en general, a los poetas full time. Shakespeare no se preocupó de esto, demasiado volcado en su trabajo como estaba. También del papel del editor: la arriesgada aventura de John Heminges y Henry Condell por editar las obras completas de Shakespeare en 1619, con éste ya muerto, en un tiempo en el que Jonson había, precisamente, conseguido mejor fama gracias a su insistencia, al principio ridiculizada, de caer bien a los círculos culturales.
Chute sugiere que Próspero, uno de los protagonistas de la inmensa The Tempest, podría ser el dramaturgo. Es una de las imágenes simples y bellas que cierran su biografía. La génesis que aporta, el origen del relato, es convincente, hablando de un naufragio en las Bermudas convertido en leyenda urbana popular en 1610: para Shakespeare, el mundo (la Historia a la que se enfrentaba con felices inexactitudes, la calle viva y llena de palabras como cuenta en su ensayo del centenario un inspirado George Steiner) era una oportunidad en la que construir su obra. Para corroborar la imagen de un Shakespeare sabio y en retirada en su obra tardía, tenemos el discurso inicial de Próspero:
To have no screen between this part he play’d
And him he play’d it for, he needs will be
Absolute Milan. Me, poor man, my library
Was dukedom large enough: of temporal royalties
He thinks me now incapable; confederates—
So dry he was for sway—wi’ the King of Naples
To give him annual tribute, do him homage,
Subject his coronet to his crown and bend
The dukedom yet unbow’d—alas, poor Milan!—
To most ignoble stooping.
La otra imagen que proporciona el libro es la del misterio, por supuesto, de los Sonetos de Shakespeare, todavía sin cronología, todavía un triunfo. Incluso sus poemas fechados, como los narrativos, siguen conteniendo versos que se leen como pequeñas observaciones de cómo Shakespeare leía a los clásicos. Por ejemplo, en The Rape of Lucrece (1594)
In Ajax and Ulysses, O what art
Of pyshiognomy might one behold
O como su biografía se filtra, como en el Soneto 23:
As an unperfect actor on the stage,
Who with his fear is put beside his part,
Or some fierce thing replete with too much rage,
Whose strength’s abundance weakens his own heart;
El libro no resuelve estas dudas, ni otras más famosas que trata con agradecido rigor (la muerte de Hamnet, el único hijo varón del dramaturgo, es tratada desde la pulcritud antes que desde la especulación, iniciada por, entre otros, Samuel Taylor Coleridge), pero sí verifica algunas estafas en su capítulo final, como las de Edmund Malone. Antes que prefigurar a un hombre destinado a la posteridad, lo que dibuja Chute es a un artista pendiente de su tiempo y de su audiencia y entregado a conocer a fondo su mundo. Lo que es, a todas luces, un triunfo.
2010-01-19 11:54
Bueno, como editor he respetado la decisión de Pablo de colocar algunos textos sólo en inglés… pero como comentarista no va a poder evitar que ponga en los comentarios las versiones en castellano :P
Discurso de Próspero
La violación de Lucrecia
Soneto 23