Prefacios juveniles, reseñas de media tarde, lecturas a tiempo parcial… Un intento meridiano de soñarse columnista, por supuesto. Aquí vienen a leerse libros, a recomendarse unos cuantos y a discutir(los).
Francisco Umbral.Todas las Columnas Ed. Online
El mejor homenaje que se puede dar a Francisco Umbral lo ha dado el diario El Mundo en el que escribió de 1994 a 2007. Tal vez sus mejores textos, al menos los que tienen el carácter más fundacional, fueron escritos en el diario El País desde su fundación. El obituario de El País no aprovechó la hemeroteca y la convirtió en online mientras que El Mundo, sabedor de que había perdido a una leyenda, lo aprovechó como nunca. El momento más tierno lo dio Mariano Rajoy que escribió un conmovedor texto dedicado al escritor, seguramente el más gracioso, inquebrantable y carismático de sus partidarios.
Releer esas columnas es releer también alguno de los vicios o errores como escritor. Por ejemplo, una columna prometedora que empieza hablando de su admirado Jacques Derrida y termina colando, pobremente, un discurso provincial olvidando que el filósofo francés puede servir para deconstruir todo texto nacionalista. El peor Umbral era el sermoneador indignado, porque, a diferencia de uno de sus maestros de estilo, Agustín de Foxà, su voz nunca revelaba hastío, sino una mezcla de poesía y ensayo y cronista que le convirtieron en el mejor. Por suerte, escribió una gran columna dedicado al pensador francés en la que, en realidad, habla del genial Coll.
En su estupendo y divertidísimo Diccionario de Literatura Española: España 1941-1995, Umbral hablaba con mucha precisión de sus escritores estrictamente contemporáneos. Con contemporáneos me vengo a referir, por supuesto, a otros para los que el columnismo es una profesión esencial para comprender el resto de su obra. Así se entienden los elogios a Manuel Vicent y el tratamiento adverso a Javier Marías, escritor cuyo proyecto más ambicioso está en lo puramente novelístico. El autor de Mortal y Rosa intentó siempre emular la tasca de Benito Pérez Galdós, pero no era ese su fuerte: triunfaba cuando en sus columnas, convertía Felipe González en un personaje galdosiano, renegado y esperpéntico, porque, al fin y al cabo, uno de los mejores trabajos del escritor es la excelente biografía de Ramón del Valle-Inclán subtitulada los botines blancos de piqué. Hay un ensayo interesante que concibe este trabajo como el de una prolongación, pero yo creo que lo mejor que escribe Martínez Rico es que Umbral “juega y juzga”. Observen una de sus hilarantes columnas dedicadas al citado González donde termina divirtiéndose a costa de su apellido y sugiriendo omnipotencia, egomaníaHoy tenemos el gran Glez., mucho Glez., un Glez. que es la rehostia, el copón, que corta las Legislaturas por donde quiere y va a ganar otras elecciones, pero hemos perdido el socialismo para cien años de soledad.
El otro gran talento de Umbral estuvo en incorporar de un modo lírico sus lecturas. Una de sus mejores columnas, Barcelona y Pla revela sus mejores cualidades, la de encontrar metáforas y expandirlas hasta que queden una serie de ideas electrizantes como la de “Fue un Montaigne de pueblo y un lírico de prosa”
Y, su coña política y amablemente ácrata:
“Después de leer a Pla se ama y entiende mejor Cataluña y lo catalán, y uno piensa que Pla, en efecto, quizá era un buen burgués y anarquista de derechas, pero lo que tiene hoy Cataluña es un Gobierno de derechas y vinculado a la derecha gobernante madrileña.”
Lo mismo encontramos en uno de sus mejores textos, Lautréamont
Lleno de bromas literarias recitadas de un modo coloquial (Francia, en fin, Voltaire) Umbral da con los temas del libro, con las posibilidades sabiendo que no podría leer una, sino variaciones sobre la misma (“el Mal no es que sea bueno ni malo, sino que es consustancial” y luego añade “el Mal sólo cae en la trampa de la gran estética, del gran arte”).:
El mal político, el mal violento, el mal del dinero, el mal lujurioso, el mal gratuito (el mal interesado no es más que un pecadillo burgués y confesable), han construido al hombre, han construido el mundo. Dice Paul Eluard que «las abejas que vuelan son futuras a su miel».
A pesar de que muchos confunden su talento estético con un vaciado de contenido y una frivolidad excelentemente escrita, lo cierto es que hasta en sus últimas columnas este escritor trató de formar una mirada sencilla y accesible que siempre escondían mayores lecturas de lo que se suele pensar. Tuvo errores notablísimos y muy sencillos de detectar, sobretodo al final de su carrera, pero cuando era capaz de dedicar su columna a una de sus lecturas no importaban los añadidos, las analogías frecuentemente gratuitas, porque triunfaba un lector hiperactivo e inteligente, vivísimo y chispeante. Justo como la experiencia de contemplar algo grandioso.