Libro de notas

Edición LdN
Los poetas por LdN

Siguiendo la estela de la sección homónima de Almacén Los Poetas trata de reunir una pequeña colección de buenos poetas, aunque poco conocidos o apartados del parnaso oficial y editorial.

Francisco Álvarez Velasco

La de Francisco Álvarez Velasco es una poesía desprovista de demasiada ornamentación en donde el amor ocupa un lugar destacado. Es poesía de amor y es también poesía amorosa, comprometida, paisajista, cercanamente arropada por los poetas del siglo de oro, de la poesía clásica y con presencias de lejanas devociones. Es una poesía que hace una autopsia a la vida, que disecciona a la propia muerte y que con el bisturí de la palabra nos rasga la piel del recuerdo. Poesía de la naturaleza tocada, a veces, por un luz social y política es una poesía comprometidamente humana. Una poesía de la tierra, subterránea, poesía interiorista pero también una poesía de familia, con nombres y rostros, con bosques de árboles que tienen raíces que son los huesos del abuelo.

Hoy remonto en mi sangre
    hasta la servidumbre lejana de mi abuelo
    y le ayudo en las piedras que tuvo que mover…

Poesía, en su mayoría, en un sobrio blanco y negro que ilumina en colores velazqueños nuestra mirada: la mirada del alma.
Escribe en “El comercio de Gijón”, es serio, traduce poesía, fue profesor de literatura por tierras de Castilla y Asturias, es un buen caminante y cuando un amigo lejano visitó al poeta en su ciudad de Gijón subieron a contemplar, en una tarde de agosto temeraria y cambiante, el horizonte al que elogiaron. Álvarez Velasco, 1940, es sobre todo, un poeta. Un poeta que no sólo escribe poesía sino que la mantiene y la ha puesto un piso, es querida de lujo, en un céntrico, visitado y popular portal. http://www.portaldepoesia.com.

Y aquí algunos de sus libros: Tiempo de maldición, Madrid, Taranto, 1979; «En el nombre del árbol» (en el colectivo Libro del bosque), Gijón, 1984 (librodelbosque0.htm); «Tierra» (en el colectivo TetrAgonía), Gijón, Ateneo Obrero, Col. Deva, 1986; Del viejísimo jugo de la tierra, Gijón, Ateneo Obrero, Col. Deva, 1988; La hiedra del silencio, Madrid, Cuadernos de Cántiga, 1993. h.b.




MUCHO pedazo tuyo dejaste por la vida,
por los caminos que previamente te marcaran,
tanto trozo perdido a la orilla de tus sendas,
jirones que el viento aupaba hasta las ramas
sin hojas, ya el otoño bien entrado.

Memoria triste de ti, sin lágrimas ni aplausos;
ninguna mano en el camino te había dicho adiós;
hablabas de brocales malvadamente con soga y sin caldero.

Los otros te marcaron las horas de descanso;
sobre asépticas mesas frías
hicieron cálculos,
pusieron datos objetivos, tales como el viento
que te rasgaba la memoria de los tuyos,
o bien el silencio en los tímpanos del alma,
o bien la tristeza curvada de tu espalda.

Pusieron número a tus soles, número a tus lunas,
desde mucho atrás comprobaron el minuto de llegada.

Y nadie vino a desatar las sandalias de tu costumbre.
Nadie se agachó a mirar por las gateras de su casa.
Nadie perdón pidió por tu camino largo
o por la chaqueta lenta de tus hombros,
de tus hombros abiertos al viento del invierno.

(de Tiempo de maldición, 1979)



Memoria del bosque

Ya viene la blanca niña,
ya viene la niña blanca
al pie de la fuente fría
que por el oro manaba.

(Romance de la Danza Prima)

En la lenta memoria de este bosque
de corazón plural, común a tanta vida
de líquenes y musgos,
denso perfume del laurel sagrado,
hojas tiernas de mayo,
o ramas neblinosas del invierno,
se han perdido las sendas por donde el hombre iba
y la choza en el claro no encuentra el peregrino,
y la yedra ha escondido las letras amorosas,
las que ciñen las limpias cortezas de abedules.

Hay, en cambio, una fuente
lustral y clara y fría,
esa que suena insomne y recuerda la historia
de aquella blanca niña.

( de «En el nombre del árbol», Libro del bosque, Gijón, 1984)




He visto que las cosas
cuando buscan su curso encuentran su vacío.

F. G. L.

AQUELLOS ojos tuyos de mil novecientos treinta y seis
no vieron a la hormiga pacer en el pubis rubio de la muchacha que duerme
    bajo el puente,
ni los aleteos del claror en la brisa de las alondras,
ni la lengua de agua que canta en los molinos por el valle de las adelfas.

Aquellos ojos tuyos de mil novecientos treinta y seis
vieron un nido de jilgueros llorando en las culatas,
una fila de alacranes que aguardaba en el metal
y una madre vieja que buscaba en los tejados
el sabor ocre de la tierra para calmar la sed de su vientre desolado.

Aquellos ojos tuyos a la altura del suelo,
a la altura del óxido en las rejas,
a la altura del polvo caído de las mariposas muertas,
a la altura del corazón sin goznes, tapiado con pedruscos, barro y paja.

Sábana sin cuerpos,
camisa sin culebra, caparazón rojo sin cangrejo,
celdilla sin polen y sin huevo,
lino blanco sin Cristo a la orilla del ángel.
Allí los ojos tuyos.

Ya nada preguntamos. Sabemos que los sapos
están siendo castrados y perderán los ojos para cantar en los coros
    de Roma,
que las palabras dulces doblaron las esquinas del silencio,
que un musgo rojo crece en la lengua de los toros
y que la axila del caballo lleva un puñado de huevos verdes.

(de A Federíco García Lorca, Gijón, Deva, 1987)




ARCILLA luminosa donde el tiempo se comba.
Es arcilla tu cuerpo, remanso en que las manos,
arcilla en que los ojos, donde los labios secos
aquietan hoy sus pulsos, la luz más honda beben
que atesora la tierra.

¡Tierra arcilla tu carne,
honda tierra en silencio! Abierta gloriosa-
mente para la mano que avanza donde late
el fuego inextinguible de un corazón secreto.

A grandes sorbos busco la pura luz profunda.

(de «Tierra», en TetrAgonía, Gijón, Deva, 1986)




L ‘étoile a pleuré rose au coeur de tes oreilles…
A. Rimbaud

AL FONDO de tu oreja late rosa una estrella
que me llama y acudo, al fondo de tu oreja,
con los labios y beso el pabellón de nácar,
el lóbulo de musgo encendido de rosa.

El espacio infinito es un arroyo claro
que salta de tu nuca, desciende por los hombros
sin tregua, fluye y fluye por la espalda su luz
y se despeña y luego remonta la cintura.

La mar perló de rojo suave y nácar tus pechos,
y levantan su vuelo como gaviotas blancas
en el alba de junio, y detienen su vuelo
como amapolas rojas por los campos de trigo.

Y yo, aquí, a tu costado. Ríos de sangre en sombra
me recorren por dentro y de ti me separan
como si tú estuvieras en el final de un túnel
negro, estrecho, infinito. En el final de un túnel.

(_Trece poetas. Asturias 1972-1985_)




AHORA miras el mundo.
El mundo, que amanece vacío de señales.
Por sendas azuladas se fueron las palomas.
Secos están los cauces en los altos arroyos
y en los pozos se aquietan las aguas de la noche.
La alondra con el alba no sale hasta el camino.
Miras caer el fruto desde el árbol y ves que no germina.

Deshabitado el pecho
miras al hombre, cerebral
y aséptico y ajeno, sin poder explicarse
toda la luz que ofrece el universo.

Miras al hombre examinar su pecho,
fríamente su pecho,
avanzar por los sueños no soñados,
calcular las palabras que quedan por decir ,
y hacer suma total y levantar el acta
de todos sus vacíos.

Miras al hombre en su afán resistirse,
orgulloso y erguido en sus deseos
y todopoderoso,
para ser al final la hoja última
en la rama más alta del aliso
que un momento titila con el aura
y después cae y se pudre con toda la hojarasca de la tierra

(_Del viejísimo jugo de la tierra_, Gijón, Deva, 1988)




con este dulce soplo
que triunfa de la muerte y de la piedra

A. Machado

Piedra bebemos en la delgadísima savia de los musgos.
Porque sabed que es humana la piedra con su musgo
y se vuelve más tierna
por el mínimo jugo con que fluye en el tiempo
y sale de su invierno detenido,
camina con los meses
y cruza los solsticios,
la mañana ¡tan fresca!
de San Juan.

(_Del viejísimo jugo de la tierra_, Gijón, Deva, 1988)




El parque

Y en las pausas oscuras de la blanca memoria
gentes ciegas nos buscan con su mano.
Querrán cruzar las calles
y llegar a instalarse en su esquina vacía
o a un banco con gorriones en el parque
junto a las limpias voces de la infancia.

Es un viejo jardín con hierba sucia
y con palomas grises en las amanecidas,
donde esperan los viejos a su muerte
y gritan por las noches los amantes.

Y después de la lluvia huele a otoño.

(_Del viejísimo jugo de la tierra_, Gijón, Deva, 1988)




TAL VEZ puedas salvarte
si hoy por tu espejo vienen
bandadas de palomas que marcaron
linderos a la infancia
y campanas que fluyen
en altos campanarios
y nos convocan, llaman, están llamando a fiesta.

Cruza, en cambio, una niebla repleta de presencias ignoradas
con el espeso espanto del insomnio.
Y detrás de esta niebla,
otra niebla te llega sin orillas.

Tal vez puedas salvarte
si encuentras los caminos
y otro mundo detrás de los espejos
con mares, playas, islas.
Hay otra vida acaso en ínsulas extrañas
donde estés tú tendida para siempre.

(_Del viejísimo jugo de la tierra_, Gijón, Deva, 1988)




Hoy remonto en mi sangre
hasta la servidumbre lejana de mi abuelo
y le ayudo en las piedras que tuvo que mover
y le aparto del palo
y luego le enderezo la espalda
hasta mi tiempo.

Y me pongo con él a caminar hacia otros días.

(_Del viejísimo jugo de la tierra_, Gijón, Deva, 1988)




Cuerpo tendido

A sol y a espliego hueles.
Y al tibio sacramento de tu carne
caminan las hormigas del deseo.

(_La hiedra de silencio_, Madrid, Cuadernos de Cántiga, 1993)




y le doy un abrazo. emocionado
C. Vallejo

¿QUÉ HACER ahora con toda esta nuestra esperanza
sino ver en qué para
aquel que está sentado
a la puerta del templo, y auscultarle
el dolor, ¡ese suyo!, debajo de su pecho,
tan gran dolor que vino acumulando
desde cuando era niño
grano de arena a grano
en ambos lagrimales?

Y mirar qué le pasa
a aquel otro sentado
en la última piedra, a la orilla del mundo,
llegado ya al final de su duro camino,
contando sus vacíos,
los que van entre angustias
y angustias, allá arriba en su cerebro,
su cerebro viejísimo.

(_Del viejísimo jugo de la tierra_, Gijón, Deva, 1988)




MARCA con piedra blanca esta mañana
si ves que a flor de ojos
la mirada más limpia de los niños
está mirando el mundo.

Están mirando el mundo, hurgando en sus arenas
precisas, levantando las piedras
que nadie levantara,
acompasando el tiempo
en corros luminosos,
palabras repetidas que cantaste en tu infancia.

Con la piedra más blanca,
que están mirando el mundo.

(_Del viejísimo jugo de la tierra_, Gijón, Deva, 1988)




LOS ESPEJOS MUERTOS

En sus aguas se pudren
aquellos ojos todos,
y los cuerpos aquellos,
remolinos de sombras
que un día se miraban.

Los labios de Narciso,
las manos de Arnolfini y el vientre de su esposa,
la Venus de don Diego,
la guirnalda de Ofelia,
los bucles del rey Sol,
la púrpura de aquel Papa Inocencio,
aquellas ropas chapadas que traían…

Y ese polvo tan triste
de tantos oropeles de la historia.

(_La hiedra de silencio_, Madrid, Cuadernos de Cántiga, 1993)




AUTOPSIA

Alguien le abrió los ojos,
y en su interior había:
luces de amanecer, lentos trenes del alba,
un árbol con su sombra,
la hojarasca de otoño,
un rostro ante el espejo,
la escarcha en los cristales,
unos labios abriéndose,
otros ojos mirando…

(_La hiedra de silencio_, Madrid, Cuadernos de Cántiga, 1993)

LdN | 01 de febrero de 2005

Comentarios

  1. nati
    2005-02-06 00:29 No sé porqué pero este poema me gusta. Estaba atardeciendo y estaba leyéndolos y me he sentido acompañada. (También me gustan los demás.)

    Hoy remonto en mi sangre
    hasta la servidumbre lejana de mi abuelo
    y le ayudo en las piedras que tuvo que mover
    y le aparto del palo
    y luego le enderezo la espalda
    hasta mi tiempo.

    Y me pongo con él a caminar hacia otros días.

    Gracias por este regalo.
    Ah! la introducción también me gusta.
  2. Rafael del Moral
    2005-02-07 20:30 Muchas gracias por el envío de estas poesías. Siempre admiré el modo de hacer de Francisco Álvarez, desde que lo oí en la lluviosa plaza de Candás. Y ahora me congratulo con lo que acabo de leer. Me ha llemado especialmente la atención “AHORA miras el mundo”.
    Mis felicitaciones al poeta y un abrazo.
  3. viernes
    2005-02-08 20:32 Enhorabuena por esos poemas. Hay en esos versos una voz poeticamente verdadera. No es frecuente aunar tanta hondura y sencillez a un mismo tiempo, junto a una exigencia formal semejante.
  4. Angelgris
    2005-02-09 15:05 Magníficos, capaces de transmitir las sensaciones de generaciones enteras y de una tierra que las ha visto crecer. Mis palabras no serían suficientes, pero me alegra haberme reencoontrado con estos poemas de los que mucho tengo que aprender.
  5. H.Barrero
    2005-02-11 02:16 El lector lo dice mejor que nadie: hondura, sencillez, verdad, tierra, sabiduria, nostalgia… Asi es la buena poesia.
    ?Quien dice que la poesia no esta de moda? Lo que no esta de moda es la mala poesia, la buena siempre se lleva y hace a muchos lectores expresar su gratitud cuando se encuentran con un poeta como Alvarez Velasco. Un gozo para todos los lectores del Libro de Notas.
  6. Amanita
    2005-02-15 18:59 Visito día a día el portal de este sabio maestro, de este gran poeta. No me canso de leer sus versos, me enganchan. Sus poemas abren las puertas de todos mis sentidos. Sin palabras. Gracias

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