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En casa de Lúculo por Miguel A. Román

Miguel A. Román entiende la cocina como el arte de convertir a la naturaleza en algo aún mejor. Desde comienzos del milenio viene difundiendo en Inernet las claves de ese lenguaje universal. Ahora abre aquí, los días 12 de cada mes, su nuevo refectorio virtual.

El placer de los banquetes

Decía Cicerón que “el placer de los banquetes no debe medirse por la voluptuosidad de los manjares, sino por la compañía de los amigos y sus conversaciones”.

Más detallista es esta cita de Liang Wei, cocinero de la emperatriz china Cixi
Los aprendices me han preguntado cuál es el punto culminante de la cocina. ¿Los ingredientes frescos? ¿Los sabores más complejos? ¿Lo rústico o lo raro? No es nada de eso. El punto culminante no se encuentra ni en el hecho de comer ni en el de cocinar, sino en el ofrecimiento y en la acción de compartir la comida. La buena comida jamás debería degustarse en soledad.
(Liang Wei, en El último chef chino, 1925, citado por Nicole Mones en su novela homónima).

Los humanos somos la más social entre las especies con esqueleto óseo, y, dentro de nuestro muy complicado protocolo de convivencia, el momento de la comida es invariablemente uno de los ritos más poderosos.

Más allá de la necesidad primaria de la nutrición, el acto de comer cumple una función social básica y universal. No hay pueblo, cultura ni época histórica en que el banquete, la reunión comensalista, no haya tenido un papel destacadísimo en toda ocasión de relevancia social; y ya sea por motivo de festejo o duelo, ocio o negocio, religioso o civil, periódico o excepcional, allá donde dos o más personas se reunan, es frecuente que lo hagan para comer.

Antropólogos, fisiólogos y psicólogos tal vez traten de explicar que, una vez satisfecho –con creces- el instinto del alimento, la mente queda mejor dispuesta a la relación social, disminuye nuestra agresividad y nos volvemos amables, receptivos y simpáticos. Mas esa hipótesis, que parece cierta, podría ser válida para un almuerzo de negocios o un evento diplomático, pero definitivamente no sirve para explicar mi propia y tozuda experiencia: que la comida sabe mejor cuando se comparte en agradable concurrencia. Incluso más: que mientras mayores afectos flotan entre los comensales, más satisfactorios son los alimentos.

De hecho, he disfrutado porcentualmente mucho más en arroces campestres y asados montaraces, decentes pero gastronómicamente defectivos, que en envaradas cenas de gala y crispadas comidas de trabajo, aunque aquí sobre el mantel se extienderan manjares sin cuento ni precio. Pero vamos, sin recurrir a extremismos, cuando la comida es buena y la gente es buena, el disfrute gastronómico es inmenso, rozando la perfección.

Amigos del grupo es.charla.gastronomia en su reunión anual. Sevilla, 2007

Me veo entonces inclinado a postular la teoría opuesta –no sé si complementaria- a la anterior: que los efluvios de cariño y amistad, la conversación amena y la alegría por querer y saberse querido de otros, tienen un papel de alta importancia a la hora de poner en marcha el aparato digestivo: las papilas y la pituitaria nasal captan mejor los tonos buenos y amortiguan los infames, la saliva fluye suavizando las texturas ásperas y emulsionando las delicadas, la masticación es más pausada y concienzuda, el estómago secreta la cantidad justa de ácido y el hígado se crece y fulmina las miasmas metabólicas. Y el embeleso se hace materia comestible.

En resumen, que si bien no descarto que la buena comida facilite el buen humor, constato que el buen humor hace buena la comida; y, en cualquier caso, estoy de acuerdo con Cicerón y Wei: que el verdadero placer del banquete no está colocado sobre la mesa, sino sentado a su alrededor.

Miguel A. Román | 12 de octubre de 2009

Comentarios

  1. Cayetano
    2009-10-12 12:43

    Cierta la cita de Cicerón, es más un grupo de amigos todos, más o menos, artístas nos reunimos despues de comer (cada uno en su casa) y pasamos largas horas charlando.lo que sirve para hacer una buena digestión :-)

    La otra cara de la moneda son las comidas de trabajo, recuerdo especialmente dos, tras ser seleccionado para un puesto de trabajo, en un restautante de postín (para conocernos mejor) se me atragantaron los “manjares” y pensé que hubiera sido mejor emplear la factura para pagarme el primer día de trabajo (aunque llegaba, de largo, para pagarme todo un mes).

    Un saludo


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