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el ojo que ve por María José Hernández Lloreda

Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.

Más sabe el diablo

Últimamente, y en diferentes contextos, estoy teniendo que ejercer mi derecho democrático al voto más de lo acostumbrado. Y, como tengo esta manía de aplicar el razonamiento científico también a este tipo de decisiones, he de confesar (sin querer renunciar a este derecho que tanto trabajo ha costado adquirir) que no me siento muy cómoda cuando estoy en esta tesitura. Y no es porque me de miedo equivocarme, sino porque no acabo de encontrar un modelo de razonamiento que me lleve a poder tomar la decisión con la información que considero necesaria. Está claro que hay demasiados aspectos implicados, que el modelo tiene tantos grados de libertad que no es fácil saber qué va a pasar una vez que uno da su confianza algún proyecto o a algún candidato.

Dejando de lado eso de que todos son iguales, que sólo van a su propio beneficio (ni más ni menos que el resto de lo mortales), los aspectos circunstanciales imprevistos que podrían llevar al fracaso un proyecto… hay tres factores fundamentales que deberían ayudarme a tomar mi decisión: la persona, el fin y el medio. Y en la interacción de estos tres factores es donde mis últimas decisiones se encuentran empantanadas, sin que haya conseguido casi nunca votar con cierta ilusión.

En el último sufragio en que acabo de participar, alguien más joven proponía leer los programas para tomar una decisión más informada. Por desgracia ya hemos visto qué poca relación hay entre lo que suelen proponer los programas y lo que suelen hacer los políticos, y como además eso no tiene nunca consecuencias, no sirve de mucho perder el tiempo en leer papel mojado. Pero aún dando un voto de confianza, y considerando que esos van a ser sus objetivos, deberíamos considerar un segundo grado de libertad: la capacidad de las personas implicadas para alcanzarlos. Y aún suponiendo que posean esta capacidad, está el tercer elemento que más desasosiego me genera últimamente: cuál es el procedimiento adecuado para lograr un objetivo. La experiencia también nos viene demostrando cómo muchas veces lo que un análisis racional nos presenta como la mejor manera de conseguir un fin, no siempre que se pone en marcha el experimento luego funciona como teníamos previsto. Al final cualquier sociedad es un sistema dinámico complejo cuyas leyes de funcionamiento no conocemos demasiado bien, de manera que las predicciones no suelen ser muy acertadas.

Yo proponía que lo ideal sería tener un modelo de simulación donde pudiéramos ver al candidato, su propuesta y los medios que pretende emplear para conseguirlo en acción y, una vez observado el resultado final, votar en conciencia. Porque las diferencias en el voto deberían estar basadas fundamentalmente en esto, qué resultado final queremos, y está claro que no todos queremos el mismo. Sin embargo, tengo la impresión de que hemos olvidado un poco este asunto y nos fijamos demasiado en los medios, por supuesto, hablo siempre de medios lícitos.

A veces, lo único que tengo claro es cuál quiero que sea el resultado final, pero ni en estas ocasiones tengo claro cuál es el medio más adecuado para lograr ese fin. He visto demasiadas veces como salía el tiro por la culata. Por ejemplo, tengo clarísimo que quiero una Universidad de calidad, que los alumnos tengan una buena formación, que se investigue en buenas condiciones… ¿quién no? Y me gustaría que fuera pública, pero la experiencia no parece que me esté dando muchas esperanzas de que así sea. Si uno mira a su alrededor, las mejores universidades del mundo no suelen ser públicas, suelen ser privadas y muy caras, aunque en algunos países las públicas sean mejores que las privadas. Una pena y una realidad. ¿Es posible un modelo público y de la misma calidad? Me cuesta renunciar y decir que no, pero los deseos no pueden impedir un análisis que permita alcanzarlos. Así que de alguna manera debe uno replantearse qué objetivo quiere para conseguir lo mismo: que la Universidad sea de calidad y que pueda acceder cualquiera independientemente de su estatus socioeconómico. Se puede conseguir este objetivo con una Universidad pública de calidad o con un modelo de Universidad privada que permita el acceso a cualquiera. Sigo prefiriendo lo primero y no he renunciado a ello, pero necesito comprobar que empíricamente es posible. Y para ello hay que contar con las características del ser humano y de las posibles sociedades que pueden generarse con él. Siempre le digo a mis alumnos que no podemos confundir cómo nos gustaría que fuera el ser humano con cómo es, porque la única forma de conseguir los objetivos que nos propongamos es hacerlo conforme a su naturaleza. Estaría bien que no sufriéramos, que pudiéramos tele-transportarnos… pero, de momento, esto es lo que hay.

Es evidente que cuanto más cercano es el proceso, más fácil nos resulta anticipar cuáles van a ser las consecuencias de nuestras decisiones. Si conoces bien a la persona sabes hasta qué punto va a ser capaz de utilizar los medios y de conseguir los fines; en el fondo ya lo has visto en acción, así que tienes cierta aproximación a lo que podría ser una simulación, siempre y cuando la nueva misión se parezca a la que le has visto realizando, porque también sabemos que no pueden hacerse fácilmente inferencias para otros ámbitos. Pero cuando el candidato está más allá de tu entorno próximo, la posibilidad de hacerte una idea de cómo va a resultar es casi nula.

Si uno tiene una implicación emocional, independientemente de todo análisis racional y eligiendo de la realidad sólo aquellos aspectos que confirman las expectativas de uno, la decisión resulta fácil y supongo que gratificante, pero los que no tenemos ese apego, nos vemos un poco perdidos ejerciendo un derecho al que bajo ningún concepto queremos renunciar pero del que nunca estamos muy convencidos de estar realmente ejerciendo. No quiero votar contra nadie ni como mal menor, quiero hacerlo alguna vez como debería ser. Y me temo que el número de insatisfechos van creciendo. Si uno pudiera opinar de aspectos más concretos, de los que uno sí tiene claro que quiere y cómo quiere que se haga, quizá el sistema se iría pareciendo más a un modelo en el que de verdad uno pudiera tener cierta maniobra de decisión, y con los medios tecnológicos actuales no creo que esto fuera tan complicado. Se trata de dar un pasito más.

María José Hernández Lloreda | 27 de abril de 2011

Comentarios

  1. Tiberio Arroyave
    2011-04-27 20:39

    Apreciada María José:
    Respetando tus argumentos y tu especialidad si parece que le buscas tres patas al gato. En toda decisión interviene un conjunto de imponderables, una suerte de incertidumbre que impide ver lo que apenas soñamos: la flecha de la causalidad, la correlación entre decisiones y estados de cosas. La clave por demás la tienes: Cada cual va por lo suyo y así es mejor saber que también nis equivocamos cuando mezclamos expectativas propias con intenciones ajenas.


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