Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.
Aunque ya hablé largo de este mismo tema, como es uno de los que más me preocupa, vuelvo a dar una nueva vuelta de tuerca. Leyendo hace poco un artículo técnico sobre si los síntomas de la enfermedad mental pueden verse como un continuo con la normalidad (en el que la enfermedad no sería más que un grado exagerado de lo que nos pasa a todos), el autor, que no compartía este punto de vista, consideraba que gran parte del éxito de esta perspectiva se debe al loable objetivo de quitar estigma a la enfermedad mental. Algo así como “todos estamos un poco locos”. No voy a entrar en el fondo del debate (aunque como ya expuse anteriormente, mi punto de vista está muy cercano al que defiende el artículo), pero sí quiero reflexionar sobre si esta visión quita o pone más estigma a la enfermedad mental.
¿Por qué habría de quitar estigma el que fuera un continuo? Podría ser que los que sufren este tipo de padecimiento sintieran alivio al pensar que lo que les ocurre, en cierto modo, se parece a lo que les ocurre a los demás y no sentirse así tan extraños, algo así como “mal de muchos…” No sé si tal cosa ocurre; si esto es así, supongo que sería conveniente presentárselo como tal, fuera cierto o no. Un segundo motivo, que parece que está más cerca del fondo del asunto, es que ello permite que los demás no lo vean como algo tan extraño y que se normalice más la situación. Sin embargo, creo que este segundo objetivo, lejos de cumplirse, posee un efecto boomerang que vuelve a golpear al sufrido paciente.
Hace poco he tenido ocasión de constatarlo. Alguien me contaba que su padre había sufrido con mucha entereza un cáncer durante muchos años, mientras que su madre llevaba años sin tener nada y, sin embargo, manifestando todo tipo de síntomas que no tenían ninguna causa física. Los problemas que llamamos “mentales” no se entienden, a los familiares les resulta muy complicado convivir con ellos y normalmente les lleva a un distanciamiento. Sobre todo porque piensan que a los enfermos no les pasa nada y, por tanto, deberían estar bien. Y no se puede negar que en estos casos se hace difícil la convivencia, pero la incomprensión la complica aún más. La metáfora del continuo, lejos de acercarnos al que sufre el problema, parece que nos aleja de él. Porque si lo que le ocurre a alguien que tiene un problema psicológico se parece a lo que nos pasa a todos pero un poco más, él sólo tiene que utilizar los recursos que uno utiliza habitualmente pero en el polo extremo del continuo. Si yo, cuando estoy un poco “bajo”, porque a todos nos pasa, hago esfuerzos y al final consigo salir, los que tienen una depresión sólo tienen que hacer un esfuerzo un poco mayor.
Pero además, este modelo tiene la peculiaridad de que lo que los demás perciben es que “no tiene nada”. Si tienes que convivir con alguien con una enfermedad física grave, será duro, pero merecerá tu compasión y tu apoyo; si tienes que convivir con alguien con depresión, hipocondría, ansiedad…, será igualmente duro, pero esa persona, lejos de merecer tu compasión y apoyo, recibirá constantes reproches por no ser capaz de resolver un problema que parece tan sencillo de resolver o, peor aún, considerarás que el problema no existe. Y con nuestra mejor intención trataremos de dar todo tipo de consejos que no funcionan y acabaremos desesperados al creer que no nos hacen caso y que por eso no mejoran. Porque si alguien tiene cáncer, tiene algo, pero si uno es hipocondríaco, no tiene nada, así que lo que tiene que hacer es dejar de dar la lata.
Pero ¿qué es no tener nada? Todos habréis oído hablar alguna vez del miembro fantasma, y ya he recomendado alguna otra vez “Fantasmas en el cerebro” de Ramachandran. Es evidente que el miembro amputado no está y, por tanto, según el modelo ingenuo que tiene cualquier ser humano del funcionamiento de la mente, no debería nadie tener sensaciones de algo que ya no existe. Y, en algunos casos, las sensaciones son de un dolor insoportable. Durante un tiempo se dieron explicaciones de diferente naturaleza, incluida la de que el propio deseo del paciente de que el miembro amputado volviera de nuevo a estar hacía que tuviera la sensación de su existencia. Las explicaciones más recientes tienen que ver con la forma en la que parece reorganizarse el cerebro tras la amputación.
A medida que la ciencia va descubriendo algo “objetivo” el paciente siente alivio, lo que le sucede tiene una explicación que él y los demás conseguirán entender. Pero en tanto en cuanto la psicología no consiga hacer entender a los demás que sí le pasa algo, porque el propio paciente no tiene ninguna duda de que le está pasando algo, descartar los diagnósticos físicos, lejos de suponer un alivio, para muchos supone un auténtico problema.
Y esta carga de responsabilidad que los demás le imponen, lo único que hace es aumentar la sensación de culpa, de manera que la incomprensión se va abriendo un hueco cada vez mayor. Y hay que tener en cuenta que a la mayoría de las personas con transtorno mental no les falla la lógica, ni el razonamiento; no es que hagan un análisis irracional de su vida, es otra cosa, que de momento no sabemos bien en qué consiste, pero otra cosa. No tiene ningún sentido que entre estar feliz y estar amargado, alguien voluntariamente elija la segunda opción, que alguien que supuestamente lo que quiere es estar más atractivo acabe en los huesos y siga pensando que le sobran kilos. Algo debe estar mal.
Por muchas veces que un hipocondríaco haya ido al médico y éste le haya dicho que no tiene nada, eso no le libra sin más de sentir los síntomas de cualquier enfermedad, y esos síntomas son tan reales para él como lo son para quien tiene una enfermedad de esas que “sí son” de verdad. Ya lo sabe, y probablemente ese mismo análisis sea el que más disonancia le produzca. ¿Sería capaz de no ir a urgencias si usted tiene los síntomas de un infarto? La terapia te ayuda a hacerlo, pero hay que reconocer que es difícil conseguirlo.
Debemos creernos de una vez para siempre que ambas cosas son reales, de distinta naturaleza, pero reales. Igual que si uno entra en la casa del terror, si está bien hecha, por mucho que uno sepa que son actores y que todo es falso, no deja de tener miedo y sensaciones irracionales, totalmente reales. Como dijo Rodolfo Llinás en una conferencia: “somos un estado funcional en nuestro cerebro”.
Por eso, prefiero seguir diciendo que la enfermedad mental no se parece en nada a lo que nos pasa habitualmente, que no es un poco más de lo mismo, porque aunque así lo fuera, el cambio es un cambio cualitativo y nadie que no lo haya sentido puede entender lo que se produce. Un profesor me puso un ejemplo que me ha ayudado mucho a intentar explicarlo, tener fiebre no es sólo tener más temperatura. Muchos de los que hacen este tipo de acusaciones, si durante diez minutos estuvieran sometidos a esa sensación, quedarían sorprendidos de cómo se puede estar así durante tanto tiempo y, con toda seguridad, llegarían a considerar como auténticos luchadores a aquellos que ahora juzgan con tanto rigor. Y deberían merecer la misma admiración que los que luchan contra cualquier enfermedad dura de las que te pueden tocar.
2010-12-27 11:29
Muy interesante artículo, como todos los tuyos. Aunque esto es muy personal, hace tiempo que he perdido el pudor, contaré una anécdota. En mi segundo infarto (que en realidad era una consecuencia del primero) fui a urgencias convencido de que aquello era serio. Ni el electro ni los marcadores enzimaticos mostraban nada anormal.
Yo insistía que algo no iba bien y el primer médico determinó que era psicosomático y decidió darme el alta. Casualmente pasó por allí un amigo cardiólogo y le comenté el asunto, revisó electro y marcadores, vió algo extraño que el médico anterior había pasado por alto. Así que, rápidamente a quirófano, allí estaba un resto de coágulo anterior dando por culo.
Lo que quiero decir es que, hablando con otros enfermos crónicos, desarrollas una sensibilidad especial y percibes que algo va a pasar (o está pasando) una especie de aura que te advierte de que estás en peligro. Ahora creo en las premonicioens, el cuerpo te advierte y solo tienes que estar atento a esas señales que emite.
Pero hay una parte negativa a superar, es el ataque de pánico o el estado de ansiedad ante el menor síntoma que te recuerde al infarto, que en mi caso cursaron sin dolor en el pecho. Es decir que, el sufrimiento y el dolor ante una “certeza intuida” es una enfermedad tan verdadera como las otras.
Yo no entendía a los hipocondriacos, pero ahora puedo afirmar que sus enfermedades fantasmas son muy reales, con el agravante de que, tras miles de pruebas, se enfrentan a la total indiferencia (incluso burlas) de los demás. Pienso que el cuerpo genera esos fantasmas como signo de que algo no va bien, que los demás no sean capaces de medir su talla y estatura no quiere decir que no existan. Son muy reales, doy fe de que existen, y hacen mucho daño.
En mi caso he llegado a acuerdo con estos fantasmas y ahora convivimos en armonía y paz (pero a veces hay espantosas discusiones), Es inevitable, siempre están ahí y no van a marcharse: Toca pactar y negociar.
Un saludo
2010-12-27 11:29
Pues tú lo has dicho todo, María José. Un artículo excelente. A ver si la sociedad empieza a leerlos, tus artículos, y a reflexionar.
Un beso.