Libro de notas

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el ojo que ve por María José Hernández Lloreda

Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.

La Torre de Babel

Muchas veces he oído decir que realmente los seres humanos no nos comunicamos gran cosa, que lo que se produce es una cierta ilusión de comunicación y que el lenguaje nos lía más que nos aclara. Pero nadie pondría en duda que una de las principales características del ser humano es la capacidad para comunicarse por medio del lenguaje, entendiéndolo en un sentido amplio, es decir, considerando cualquier código, auditivo, visual que permita compartir la información. Y también es claro que en función del tipo de información que queramos transmitir, el lenguaje nos presta este servicio de una forma más o menos eficaz. Cuanto más técnico es el contenido, más fácil es formalizarlo y más seguros estamos de trasmitir de forma correcta la información; el caso extremo sería el de las matemáticas, donde hay poco margen para la ambigüedad. En el otro extremo, cuanto más personal es el contenido, más difícil es estar seguros de que el otro está interpretando bien nuestros códigos, aquí el arte suele ser mejor soporte, porque gestiona mejor la ambigüedad.

Sin embargo, en términos generales, yo tiendo a pensar que el nivel de comprensión de lo que dice el otro es bastante bueno, salvo que algún tipo de trastorno nos los impida. Y lo creo así porque, en primer lugar, considero que en esencia somos bastante parecidos y, por tanto, nuestros mensajes caen en un sistema de comunicación que comparte la mayoría de las claves lo que permite descodificar el mensaje que el otro nos envía. Y en segundo lugar, porque si tal cosa no fuera cierta, sería impensable el nivel de desarrollo que han alcanzado las sociedades humanas.

En realidad, calibrar si es mucho o poco el entendimiento depende de dónde pongamos el criterio. Si uno piensa el nivel de comunicación que se produce entre dos personas que no comparten un idioma, no podemos dejar de pensar en el cambio cualitativo que supone compartirlo, lo que las palabras añaden a la información que proporcionan sólo los gestos y la comunicación no verbal. Si pensamos en todo lo que podríamos transmitir si el otro fuera capaz de estar dentro de nuestro cerebro, puede parecer que el nivel de comunicación es mínimo.

Pero hay una situación en la que la trasmisión de información no resulta muy útil, es más, yo diría que es casi inútil y, sin embargo, quizá sea el tipo de información que más importancia tiene para cada uno y, por ello, se produce una cierta sensación de incapacidad para comunicarse con los demás. Y es que no podemos compartir con los demás nuestras emociones ni nuestras sensaciones si antes la otra persona no las ha experimentado. ¿Cómo explicar un sabor que nunca se ha experimentado? A veces, a través de aproximaciones; si se parece a algún otro sabor uno intenta explicar en qué consiste, pero cuando luego se prueba surge una sensación nueva que no se parece demasiado a lo que uno se había imaginado. Y lo mismo ocurre con las emociones: sólo podemos entender las que hemos experimentado y no hay forma de que alguien sienta algo nuevo por mucho que se lo expliquemos. También pensamos que podemos hacernos una idea, por aproximación, pero no, cuando uno lo experimenta, no tenía mucho que ver con lo que el otro le había tratado de explicar. Por suerte, el rango de sensaciones y sentimientos que todos tenemos es en su mayor parte compartido, debemos sentir cosas muy parecidas, salvo las más extremas que no todos llegamos a experimentar. En este caso el entendimiento se produce por reconocimiento; es fácil, si uno ha experimentado una sensación, que pueda ponerse en el lugar del otro.

Sin embargo, hay una información fundamental, que está arraigada de forma profunda en cualquier ser humano, que es intransferible para el resto. Me refiero a la emoción y sensación que acompaña a nuestros referentes: personas, lugares, objetos… No puedo transmitir a nadie la sensación que en mí produce ir a los sitios donde he estado desde pequeña, porque a ellos están asociadas todas las sensaciones que allí he vivido y que no puedo trasmitir de ninguna manera; no se unen a ellos de forma necesaria, sino totalmente contingente y dependiente de mi vida.

Recuerdo que cuando mi hermano era pequeño, después de volver de unas vacaciones de Semana Santa, estuvo intentado convencer a uno de sus amigos de que la melodía que tocaba la banda de nuestro pueblo (que por aquél entonces dejaba mucho que desear) era mucho mejor que la melodía que tocaba la banda del de su amigo. Llegó a casa pidiendo confirmación para su argumento, que a él le parecía totalmente objetivo. ¡Por supuesto! ¡Cómo va a ser lo mismo una melodía escuchada durante años en unas vacaciones de niño que una melodía parecida en el pueblo de un amigo!

Y por más que lo racionalicemos, que hagamos bromas sobre lo aburridas que son las “gracias” de los hijos de otros, las fotos y los vídeos de sus viajes… al final acabamos imponiéndoles las nuestras. Porque nos parece imposible que no produzcan en los demás todas las sensaciones y emociones que de forma automática activan en nosotros.

¿Hay algo más ridículo que un traje regional o un rito al que no estamos acostumbrados? Y ¿algo más emotivo que el rito que nosotros hemos repetido año tras año? Así que resulta inútil que uno intente convencer a otro de que el mejor sitio del mundo es el suyo, porque no puede trasladarle todas las emociones y sensaciones que son las que realmente lo convierten en el mejor sitio del mundo. Supongo que esta es la forma en la que el ser humano marca su territorio y esto es lo que parece que a lo largo de la historia viene siendo la auténtica Torre de Babel. La mejor forma de entendimiento debe ser a través de un metapensamiento, que permita establecer una analogía entre lo que a nosotros nos produce emoción (incluso pudiendo ver lo ridículo que puede ser si se analiza de una forma fría y objetiva) y lo que se la produce a otros. Y todo esto sin dejar ni por un momento que este metapensamiento nos arruine nuestras emociones, porque por muy absurdas o incomprensibles que resulten racionalmente, la vida resultaría demasiado fría sin ellas.

María José Hernández Lloreda | 27 de octubre de 2010

Comentarios

  1. Cayetano
    2010-10-27 23:04

    Leer este texto me obliga a pensar y lo que es peor: ordenar el montón de ideas que sugiere y ponerlas por escrito. Buen artículo y gracias por exponer esas ideas a la curiosidad pública.

    Lo de exponerse va con segundas, expuesta a que en el sistema de comentarios alguien diga una chorrada, espero que no sea el caso ;-)

    Desde el minúsculo mundo en el que me muevo actualmente estoy llegando a algunas conclusiones. Para empezar es imposible el entendimiento y el diálogo, solo es posible la rendición de un modelo “frente” a otros.

    A veces se emplea la violencia, otras la “superiodad” económica y cultural. Solo existen, creo, relaciones de poder donde unas formas de vida (con sus aspectos positivos y negativos) desaparecen y con ellas los mecanismos para sobrevir en un determinado ámbito.

    Seguir por el camino del “entendimiento” nos llevará a la uniformidad, en eso estamos y así nos va. Sobre esto saben mucho los de Survival inevitable, al final, la violencia intentando imponer a los otros nuestras propias visiones del mundo.

    Tambien la indiferencia, por el otro, es otra forma de violencia y así van desapereciendo pueblos, culturas y con ellas miles de recuerdos y emociones individuales

    ¿Triste? para mi no, como la muerte es un fenómeno natural. Ni siquiera el arte suele ser mejor soporte, porque gestiona mejor la ambigüedad puesto que funciona con los mismos patrones que todo lo demás.

    Obras de arte hechas por locos, por indígenas (que no superan el estatus de artesanía), o expresiones fallidas expuetas en un supuesto museo del horror etc. No valen nade, no sirven para nada, la mayoría las desprecia … sin embargo le han servido al autor (al hacedor) para construirse a si mismo y es esto último lo que no se entiende

    Saludos

  2. Libros
    2010-10-28 00:11

    ¡Excelente artículo! Va link en mi próximo Lo mejor de la quincena.

  3. Carmela
    2010-10-28 00:17

    Mª José, muy bueno el artículo que has escrito, estoy totalmente de acuerdo con lo que dices, hay sensaciones y sentimientos que no podemos transmitir y que se activan en nosotros motivadas por unos recuerdos y vivencias experimentadas y que además la otra persona difícilmente podrá entender que nos las produzcan si no se lo explicamos y aún así, será difícil.
    Permíteme que le diga en tu espacio de comentarios una cosa a Cayetano que he pensado al leer algo que dice.
    Cayetano, estoy de acuerdo contigo en que los artículos expuestos de forma pública público pueden dar pie a comentarios malintencionados de gente que no tiene otra cosa que hacer, pero a veces otros comentarios que a uno le pueden parecer “chorra”, es la opinión de alguien que se expresa libremente y si no son ofensivos tienen todo el derecho a exponerlos. Supongo que te refieres a los malintencionados. En eso estoy de acuerdo. Gracias

    Saludos

  4. Alberto
    2010-10-28 01:27

    Estupendo el texto, María José. Muy bien expresado, valga el metacomentario.

  5. María José
    2010-10-28 15:05

    Muchas gracias a todos.

    Cayetano, me ha gustado mucho tu comentario (no está mal en este caso exponerse a ellos) y creo que por primera vez entiendo todo lo que quieres decir :-) Había pensado escribir sobre esto de forma más extensa, es cierto que hay cosas completamente incompatibles y ahí unas se acaban imponiendo necesariamente, pero en otros casos, no debería ser así, si no fuera por el afán de uniformidad que parece extenderse cada día más. Espero que no sea necesariamente así en el futuro.


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