Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.
Soy de las que pienso que el futuro pasa necesariamente por un cambio en el sistema educativo, que el modelo actual de un profesor con un grupo de alumnos que permanecen sentados escuchándonos sufrirá necesariamente un cambio. No sé muy bien por donde irá, el cambio que estamos sufriendo con las nuevas tecnologías es tan revolucionario que no puedo atisbar cómo podrán utilizarlas las nuevas generaciones, ni qué nuevas revoluciones tecnológicas les esperan.
Actualmente, vemos como algo natural que los niños pasen horas en un centro escolar aprendiendo las materias que nos parecen más adecuadas en un momento dado. Supongo que nuestros antepasados no podían imaginar una sociedad en la que los niños estuvieran durante horas separados de sus padres, sin trabajar, ni ayudar, dedicados sólo a aprender. Cada vez surgen más voces en contra de este sistema, como si estuviéramos sometiendo a los niños a una especie de martirio durante horas. Sin embargo, si uno piensa un poco, antes de la educación generalizada y, de hecho, en aquellos países donde no la hay, la alternativa es que los niños estén dedicados a tareas mucho peores y en condiciones que serían incapaces de soportar nuestros niños si de repente los trasladáramos allí una temporada.
Pero ya sabemos que es muy fácil acostumbrarse a lo bueno, aunque no está de más recordar de dónde venimos. Así que debemos dedicarnos a mejorar lo que ahora tenemos. Hay padres que están defendiendo una vuelta a la educación en casa y ser ellos mismos quienes eduquen. En realidad es una vuelta al origen, cuando los centros educativos apenas existían y sólo uno pocos privilegiados con unos progenitores muy capacitados o con el suficiente dinero para contratar a tutores podían educar a sus hijos. No sé si la tele-educación, con las posibilidades que tiene la red, podrá subsanar el problema; me imagino poder asistir (o lo que equivalga a esto en el futuro) a las clases de Cambridge desde cualquier sitio. Incluso puedo imaginar un futuro más idílico en el que el conocimiento y los métodos de aprendizaje ni siquiera estén centralizados, sino distribuidos y a disposición de todos, donde no haya una distinción importante entre haber estudiado físicamente en Cambridge o en cualquier otro lugar del mundo.
Puedo imaginar nuevas formas de enseñanza y probablemente no se parezcan mucho a lo que nos depare el futuro, pero no puedo imaginar cómo será el cambio importante que debe producirse en el ser humano. Porque salvo las novedades que vengan de la mano del transhumanismo en la motivación y la emoción humana, nuestros motores, no están previstas grandes modificaciones. Me explico: muchas veces tengo la impresión de que parece que estamos creando herramientas de trabajo, no educando seres humanos. Está claro, tenemos que ganarnos la vida y cuanto antes aprendamos a cómo hacerlo mejor, cuando acertemos al escoger la opción adecuada para formarnos, mejor nos irá en un futuro. Pero este empeño en que los niños sólo utilicen las capacidades que puedan ser de utilidad no sé si va a suponer una pérdida de fuentes de placer en las nuevas generaciones. Independientemente de la utilidad de determinadas capacidades en un momento histórico, está su fuerza para producir placer en el ser humano.
Hemos ido viendo a lo largo de la historia cómo desaparecen oficios que en su día fueron un medio importante para ocupar un lugar en la sociedad. Parece que una vez que pierden su capacidad para conseguir el refuerzo social, bien porque permiten ganarse la vida, bien porque producen admiración, y en la mayor parte de las veces ambas van unidas, el placer de ejercitarlas desaparece. Casi nadie se dedica actualmente a actividades sin duda placenteras para el que las hacía como el cálculo o la artesanía, porque las máquinas lo pueden hacer por nosotros de forma más rápida y económica.
Así que una vez que una capacidad valorada en el ser humano la realiza mejor una máquina, sorprendentemente, deja de interesarle al ser humano. Muchas veces me pregunto si el día en que los ordenadores consigan ganar siempre al ajedrez éste dejará de practicarse. Parece como si la motivación para realizarlo desapareciera una vez que el reto ya parece fácilmente alcanzable. Pero desde el punto de vista del desarrollo de la mente y del placer del juego, esto no debería cambiar. Porque uno como ser humano tiene necesidades diferentes de la sociedad en la que le toca vivir y a las que no debería renunciar. Quizá las nuevas generaciones no aprendan a escribir manualmente y eso no suponga gran cambio, pero no sé si se puede renunciar alegremente a seguir ejercitando la memoria o el razonamiento, por mucho que las máquinas lo hagan mejor.
Hace no muchas décadas, saber leer griego o latín, conocer a los clásicos, en definitiva, ser culto, era un seguro de refuerzo social y de consideración; ahora vemos como los que optaron por estas carreras se ven completamente marginados, reconvertidos a otras disciplinas y muchas veces con las sensación de haberse equivocado en una elección que en su día era muy valorada. Pero desde el punto de vista del conocimiento, del desarrollo de la mente, no ha habido ningún cambio, sólo ha habido un cambio social.
Lo que no está muy claro es qué pretendemos con la educación, sigo pensando que el objetivo tiene que ser más cercano a enseñarles a utilizar sus capacidades cognitivas y a la transmisión del conocimiento de los diferentes ámbitos científicos, técnicos, filosóficos, lingüísticos, literarios… y olvidarnos un poco de la funcionalidad de los mismos para el mundo laboral. En primer lugar, porque no sabemos qué habilidades serán o no útiles en un futuro y porque no tiene mucho sentido considerar al ser humano como un engranaje de un sistema laboral. Es cierto que muchos de los conocimientos no serán de aplicación directa, pero indirecta seguro que sí.
También está la otra cara de la moneda: la mayoría no vamos a poder desarrollar en el mundo laboral lo que un buen sistema educativo pueda enseñarnos y puede ser bastante frustrante, después de haber disfrutado y desarrollado las capacidades cognitivas, acabar de verdad como una pieza del engranaje industrial. ¿Puede alguien que haya disfrutado leyendo a Kafka o comprendiendo el funcionamiento de la genética no sentirse frustrado si tiene que ganarse la vida en una cadena de montaje? No lo sé, pero supongo que siempre será mucho peor educar como si se fuera a trabajar ahí o si nuestra vida fuera sólo nuestro trabajo.
Y es difícil saber cómo evolucionaran las cosas y quién se va a quedar fuera del juego. Pero ni siempre ha sido así, ni necesariamente tiene que ser así, y junto con el transhumanismo espero que venga una vuelta del humanismo donde el hombre sea algo más que su función laboral. Porque cuando el refuerzo social desaparece, desaparece el más fuerte de todos los refuerzos y es difícil sustraerse a él.
2009-12-27 16:11
Bravo
2009-12-27 19:21
Muy buen artículo.
De todas las reflexiones para las que daría, me gustaría comentar sólo un aspecto:
El sistema oficial y obligatorio de enseñanza, dejado a sí mismo y a la voluntad de quienes lo gobiernan y en él tienen sus intereses, no va a cambiar, hasta que el desapego de la población por él sea clamoroso (o sea, no va a cambiar en muchísimos años).
Y eso independientemente de sus insuficiencias, estrecheces y de lo inadecuado que sea.
Es en esa linea, y por ese motivo, por lo que algunos defendemos, más por provocar y hacer reflexionar que por ganas serias de hacerlo, lo de “educar en casa”: porque una de las consecuencias (seguramente no previstas) de la universalización y obligatoriedad de la enseñanza es la marcada esclerotización y la inflexibilidad de currículos, métodos y modos que produce.
Las familias han sido expropiadas por completo de sus facultades y derechos en la educación (“libertad de enseñanza” se ha convertido en un sobreentendido que quiere decir derecho a adoctrinar por parte de la Iglesia, una burla de la palabra “libertad” y nada más).
Y eso, que podía ser más bien una ventaja cuando la alternativa era tener a los niños analfabetos y trabajando, se ha convertido en un factor de despotismo estatal y de inmovilismo total.
Los cambios maximalistas son seguramente impracticables y quizá no deseables. Pero los cambios posibles y parciales permiten una cierta experimentación, y abrir las puertas a otras formas de hacer las cosas sin ponerlo todo patas arriba.
Simplemente con permitir de nuevo los alumnos libres en ciertos tramos, flexibilizar los curriculos, y dejar a la voluntad de las familias las materias no consideradas imprescindibles (más de la mitad) ya estaríamos en un camino mejor que ahora, aunque fuera poco a poco.
Por poner un sólo ejemplo, el del aprendizaje de un arte como la música: es algo indiscutiblemente deseable, y una adquisición para siempre para el que puede aprender, aunque sea un poco como aficionado. Tal como son ahora las cosas, la enseñanza obligatoria dificulta considerablemente ese aprendizaje en lugar de facilitarlo, y, de manera completamente injustificada, incluso impide la libertad mínima de que cada uno lo aprenda donde y como quiera o pueda. Y con otras cosas sucede lo mismo o peor.
Disculpas por la extensión. Mis felicitaciones de nuevo por el artículo.
2009-12-27 19:25
Me parece genial este artículo.
En el fondo, lo que estás planteando es una vuelta al humanismo (o al post-humanismo).
Una de las desgracias de la subordinación de la política a la economía es justamente el hecho de que las personas solo son educadas para cosas “prácticas”. Es decir, para aquellas que permitan ganar dinero, y participar en el sistema.
Obviamente, saber latín y leer a Homero no cuenta para nada en el mundo económico actual.
Esto reduce ciertamente a las personas a meros instrumentos, y les quita la posibilidad de cuestionar al mismo sistema desde dentro, ya que no les da las herramientas (entiéndase por esto el background filosófico) necesarias para plantear alternativas, o criticar con profundidad.
Saludos,
Germán
2009-12-29 04:28
El artículo muy bien podría haber sido escrito hace 40 años.
Dentro de otros 40 seguirá teniendo sentido.
Más que nada porque habla de problemas pero no plantea soluciones.
2009-12-29 22:59
Francisco Miranda: No, no lo creo.
Hace cuarenta años era 1969, y en España en 1969 las leyes, situación, expectativas y posibilidades eran muy diferentes de las de hoy.
Incluso había todavía una considerable población analfabeta, y la mayor parte de la población tenía acceso a pocos años de escolarización.
El prestigio de la educación tradicional, esa que se pone en duda en el artículo, estaba intacto, y su papel como ascensor social para los aspirantes a clase media también estaba intacto.
Médicos e ingenieros estaban sólo por debajo de Dios, en lugar social y consideración. La posesión del latín o el griego no tanto, pero eran sinónimos de erudición y saber.
Los trece años de pupitre, manchas de tinta y reglazos como requisito educativo para ser alguien (o para educarse simplemente y tener “una cultura”) no eran discutidos por nadie, ni siquiera por la pequeña minoría que quizá considerase su ideal la desaparecida Institucion Libre de Enseñanza en lugar de los jesuitas, como la mayoria.
Tampoco espero que dentro de otros cuarenta años pueda plantearse igual.
Los adultos de ese tiempo están naciendo ahora. Difícilmente su lealtad a la escuela tradicional seguirá siendo la misma de hoy, porque si ésta no cambia, será bastante irrelevante para dentro de quince o veinte años, cuando sean estudiantes indóciles y aburridos y todo lo importante, de los diez años en adelante, lo aprendan en otro sitio.