Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.
Es curioso cómo la aburrida y obsoleta dicotomía política entre derechas e izquierdas consigue inmiscuirse en temas científicos en los que la moral o la ética tienen poco que decir. Y en función de la ideología o del modelo del mundo que tenga un científico, abraza o desprecia determinadas teorías aún saltándose las propias reglas del método científico. Está claro que cualquier científico es un ser humano y no puede sustraerse fácilmente de sus propios valores, pero precisamente por ser conocedor de esto, debería ser especialmente riguroso y tomar más precauciones. Es duro que los propios valores se tambaleen, pero si uno los sustenta sobre teorías científicas no es raro que tarde o temprano lo hagan, porque la realidad es terca y se empeña en comportarse como es y no como nos gustaría.
Hasta ahora, la principal fuente de sesgo eran las creencias religiosas, el modelo del universo parecía chocar con los textos sagrados y había que ajustar la física a ellos. Sorprendentemente, una vez que el modelo heliocéntrico se impuso, la creencia religiosa (que se veía fuertemente amenazada según defendían los veladores de la fe) se mantuvo a flote. A nadie le preocupa ya que la tierra gire alrededor del sol y nadie tiene nada que decir sobre la existencia o no de los agujeros negros, las partículas subatómicas, etc. Pero cuando a la física se le ha dado carta de libertad para describir, sin levantar el más mínimo recelo el modelo del universo, ahora le toca el turno a las ciencias que tienen que ver con el ser humano. Algunas de las ideas, como las de la teoría de la evolución, siguen siendo objetivo de grupos religiosos radicales, porque de nuevo les parece que chocan con el modelo de creación del hombre que ellos entienden a partir de sus textos religiosos. Por suerte, de momento, no tienen gran predicamento; está bastante asumido entre los científicos que ahí las ideas religiosas no tienen gran cosa que decir.
Me voy a ocupar aquí de las teorías que chocan con las ideologías políticas y que hacen que en función de éstas uno se posicione sobre temas que sólo tiene sentido evaluar desde la metodología científica. Recuerdo haber leído (no recuerdo bien dónde) que los científicos americanos eran más partidarios de las teorías de Darwin, mientras que los rusos de las de Lamarck. No soy experta en la teoría de la evolución para valorar si dicha posición tiene mucho sentido o no, pero me sorprendió este tipo de planteamiento en un tema al que uno debería acercarse desde una postura científica y no ideológica.
Antes de seguir leyendo, me gustaría que reflexionaras un poco sobre esta pregunta:
¿Qué crees que determina la conducta: los genes o el ambiente?
Si eres de los que te has inclinado porque sean los genes los que lleven la mayor parte de la carga, estarás en una línea de un pensamiento más de derechas o liberal; si eres de los te has inclinado hacia el ambiente, estarás en la línea de un pensamiento más de izquierdas o progresista.
Claro, la palabra “determina” es muy fuerte, podría haber utilizado versiones más suaves, pero la idea es ver dónde pone uno el acento. Por supuesto, ahora la mayoría piensa que lo que se produce es una interacción de ambos, pero puestos a evaluar aspectos concretos, una u otra de las dos ideologías sale a relucir. No voy a incidir aquí sobre este tema (yo creo que es una polémica que va a acabar diluyéndose como lo hizo la dualidad mente-cuerpo), sino a reflexionar sobre cómo una ideología nos lleva a negar datos científicos que van en contra de ella y a abrazar otros a todas luces menos verosímiles. Ya hemos visto los milagros que hacían los científicos en otras épocas para conseguir ajustar el modelo geocéntrico.
Voy a ejemplificarlo un poco con mi propia evolución. Cuando comencé a estudiar psicología, mi modelo de la mente (supongo que porque era el modelo imperante en la Europa de la segunda mitad del siglo XX) la conceptualizaba como algo completamente plástico, donde con los medios adecuados podría conseguirse casi cualquier cosa de cualquier ser humano. Pero la realidad y los datos eran bastante tercos y no parecían apoyar de forma contundente esas ideas, como dice la “Ley Harvard de la Conducta Animal” formulada por los alumnos de Skinner1:
«En unas condiciones experimentales controladas de temperatura, tiempo, luz, alimentación y entrenamiento, el organismo se comporta como le da la realísima gana.»
Así que, por la ley del péndulo, empecé a inclinarme más hacia el polo opuesto, y lo hice con un poco de resignación: parecía que la utopía no era posible. Cuando al dialogar con algunos compañeros o al dirigirme a los alumnos, lo hacía desde la postura de la plasticidad de la mente, no había ningún problema, pero cuando empecé a defender un modelo menos plástico, empecé a notar cierto rechazo de las ideas, más allá del propio de un debate científico. Como siempre he sido bastante ajena a las ideologías políticas en los planteamientos sobre la psicología, tardé algún tiempo en comprender que estaba chocando con algún modelo ideológico, aunque no alcanzaba a saber muy bien por qué. Así que de alguna manera me convencieron de que posturas de este tipo eran muy “peligrosas” para conseguir un modelo de sociedad más justa.
Sin embargo, hace un año recuerdo que mientras compraba Behavioral Genetics, una compañera me dijo: “mira, lo que a ti te gusta”, a lo que le contesté: “¡qué más quisiera yo que no fuera así, pero la realidad es lo que tiene, que no siempre nos hace caso!” Y de repente, por primera vez, quedé horrorizada por la idea de que fuera el ambiente el que determinara de forma importante lo que somos. Porque ¿cómo habría podido evolucionar un hombre si los otros (que no están precisamente interesados en nuestra supervivencia) tuvieran el control? Y empecé a pensar que venir con cierta equipación, con ciertas herramientas para sobrevivir en la contienda era una buena opción. Y sobre todo, me di cuenta de que, independientemente del planteamiento científico, el problema social estaba mal enfocado. Los grandes problemas que de verdad preocupan al hombre: el libre albedrío o la responsabilidad, pueden resolverse de forma similar con ambos enfoques, por lo que el que sea predominante uno u otro, no nos va a resolver los problemas éticos. Sin embargo, el conocer cómo es la realidad puede ayudar más a resolverlos; y esa es la gran aportación del método científico.
Por ejemplo, uno de los temas en los que de forma pública se hace un mayor uso de este tipo de argumentos, es el de la responsabilidad que tiene alguien por haber cometido un delito. Existen tanto teorías en las que la responsabilidad recae en los genes del individuo como en las condiciones sociales en las que se ha desarrollado. En ambos casos, además, habrá o no lugar para la responsabilidad según el modelo sea completamente determinista o permita cierto grado de libertad. Sin embargo, parece que el hecho de que sean las condiciones sociales las que determinen su conducta nos hace albergar esperanzas de que podremos conseguir solucionar el problema más fácilmente. ¿Más fácilmente? Yo cada vez lo tengo menos claro. Pero, nos guste o no, no es un problema ético, es un problema científico. Y lo que no va a resolver la ciencia es el problema verdaderamente ético: qué queremos hacer con una conducta así.
Si lo que queremos es castigar sólo en caso de que haya una responsabilidad, deberemos dejar que la ciencia nos diga si la hay o no. Si queremos castigar como método de disuasión, deberemos dejar que la ciencia nos diga si el castigo sirve para disuadir al que ejecuta la acción o a los que la observan. Si lo que queremos es evitar que el delito vuelva a repetirse, deberemos tomar las medidas adecuadas y es aquí donde la realidad es la que va a imponerse, donde la ciencia nos debe decir si hay que modificar determinados aspectos u otros, o incluso si de momento no sabemos qué hay que hacer o cómo hacerlo. La decisión sobre lo que queremos hacer es lo que sí entra dentro de la moral, la ética o la política, cómo conseguirlo no.
Y es que el hombre es como es y no como nos gustaría a cada uno que fuera. Estaría bien que la educación y la razón persuadieran al ser humano de actuar correctamente, igual que estaría bien que el cuerpo no enfermase. Pero no estamos diseñando al ser humano, sino que estamos comprendiendo cómo es. Y si nos paramos un poco a pensarlo, seguramente nos sorprendería lo complicado que sería hacer un diseño para conseguir los objetivos que deseamos. Por ejemplo, si la educación y la razón tuvieran tanto peso, estaríamos a merced de las diferentes ideologías y no siempre la educación se utilizaría con los fines que nosotros deseamos, porque tampoco podemos olvidar que no todos queremos los mismos fines, así que un margen de control genético para poder sortear el adoctrinamiento tampoco está mal.
En cualquier caso, de momento, el diseño no está en nuestra mano, y lo verdaderamente peligroso es dar la espalda a la realidad e intentar que el sol gire alrededor de la tierra.
_____________
Nota
1 Recogida en el libro de Steven Pinker: La tabla rasa, donde podréis encontrar un tratamiento muy interesante de este tema y otros relacionados con él.
2009-07-29 10:30
La realidad es como es y no como nos gustaría. Lo cierto es, como se dice en el post, que lo mejor es conocer la realidad.para actuar sobre ella. Obcecarse en una visión cerrada del mundo no lleva a ninguna parte. Los estudios con gemelos univitelinos aseguran que en ambientes muy diferentes suelen tener vidas y conductas muy parecidas, pero eso no significa que cada cual no ejerza su libertad, ni avala un determinismo intocable. La idea de encontrar el gen del asesinato y modificarlo además de un poco infantil, es muy cómoda para liberarnos de nuestras responsabilidades.