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el ojo que ve por María José Hernández Lloreda

Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.

Y sin embargo, se mueve, ¿o no?

Siempre me han atraído especialmente las imágenes que juegan con el intercambio figura-fondo. Me obligan a forzar la mirada hasta que la visión sufre un cambio radical. Lo más curioso es que cuando intento analizar qué hago para conseguir invertir la imagen no tengo ni idea del proceso que llevo a cabo, a pesar de que soy consciente de que he hecho un esfuerzo para lograrlo; tampoco puedo explicar a otro cómo puede conseguirlo, salvo dibujando sobre la propia imagen las dos posibles percepciones. Es lo que se puede llamar percepción biestable y, al igual que en otros ámbitos, se trata de algo que puede alternar entre un estado y su contrario. Pasamos fácilmente de ver la cara a ver el saxofonista y al revés.



A mí me ocurre algo parecido cuando analizo las relaciones entre la ciencia y la realidad. Tengo una percepción biestable y no consigo quedarme en un punto de equilibrio. Es antiguo el debate sobre si la ciencia “habla” el lenguaje en el que está escrita la realidad o es un modelo sin más creado por la mente humana. Un modelo de entre los muchos posibles que permite dar una explicación compatible con el mundo y predecir ciertos fenómenos. Por ejemplo, en el caso más extremo, el de las matemáticas, el tipo de preguntas suele girar en torno a: ¿existen las matemáticas y los matemáticos las descubren o son un invento de la mente humana?, ¿el Teorema de Pitágoras o la topología se habrían descubierto tarde o temprano?, ¿si se destruyera todo el conocimiento existente y se empezara desde cero, se llegaría a las mismas matemáticas o es fruto de unas cuantas mentes excepcionales que las han ido creando?, ¿si existe vida “inteligente” en otros planetas tendrán las mismas matemáticas y será el lenguaje con el que podremos comunicarnos?

En el colegio nos enseñan el modelo científico como verdad absoluta (aunque no lo hagan de forma explícita) e incuestionable, sin resquicios. Eso está bien, la mente de un niño o un adolescente no podría ir absorbiendo las luces y las sombras del método científico. Es mejor construir sobre terreno firme que sobre arenas movedizas, y esto no es engañar. Recuerdo que una noche, cuando mi primo pequeño tenía 5 años, se veía una luna enorme naranja sobre el horizonte y le dije que mirara la luna tan curiosa. Ante mi sorpresa, no volvió la mirada y me dijo: “la luna no existe, me lo ha dicho mi padre”. Hablando con mi tío llegamos a la conclusión de que habría debido oír algo cuando le explicaba a su hermano mayor eso de que hay estrellas que cuando nos llega su luz ya no existen. Pero lo más curioso fue la decisión de un niño de 5 años de no mirar con asombro algo a todas luces espectacular (aquella luna lo era) porque le parecía un engaño, ya no existía.

Por otra parte, tampoco cuando vamos creciendo solemos cuestionarnos la mayor parte de lo que nos han enseñado –sería agotador– salvo que en algún momento esas enseñanzas choquen con nuestra vida por algún motivo personal. La duda está bien, pero no se puede aplicar a todos los ámbitos de la vida. Así que cada uno, según sus circunstancias, va profundizando en determinados aspectos y empieza a descubrir un mundo nuevo que no es tan compacto como pensaba. Cuando uno se dedica a la ciencia (aunque sólo sea de lejos) lo primero que suele ocurrir es que ese terreno firme empieza a parecer una arena movediza donde son más las sombras que las luces; lo que ya está establecido a través de los siglos parece poco frente al abismo que queda por descubrir. La luna ya no existe y dan ganas de no mirar. Así que uno debe aprender a agarrarse a lo que tiene y a la vez dudar de ello; es curioso, pero al final se puede y es lo que constituye para mí su principal atractivo.

Yo tuve una experiencia muy particular con relación a esto. Fue al visitar el Museo de la Ciencia en París, una auténtica joya. Entre las muchas cosas que había por allí, estaba el metro patrón y de repente me vino a la memoria la definición que había estudiado en el colegio: “la diezmillonésima parte de un cuadrante del meridiano terrestre, cuyo patrón es una barra de platino e iridio que está en un museo de París”. Así que se trataba de eso, de una obra humana, una acuerdo arbitrario para dejar de utilizar medidas no equivalentes como se venía haciendo (yo recuerdo comprar cinta para el pelo utilizando como medida la cuarta, que cambiaba radicalmente en función de la mano del que me la vendía); una barra construida para que todos los científicos y luego el resto pudiésemos utilizar la misma vara de medir. Para mí, el metro era tan real como los árboles y, de repente, no era más que una construcción humana de apenas doscientos años de historia. Así que de alguna manera la estructura ideal, el modelo científico como descubridor de la esencia de la realidad, se tambaleó un poco. Asomarse a los cimientos de la ciencia siempre produce vértigo. Sin embargo, conseguí cambiar el fondo por la forma por primera vez y lo que vi me gustó. Al fin y al cabo seguía siendo una gran obra humana.


Hay que reconocer que no hay nada menos intuitivo que la ciencia, nada más lejano a la mente humana que el razonamiento científico. Aprender las herramientas que otros han ido creado (o descubriendo) para que podamos entender lo que han descubierto (o creado) de la realidad es una tarea ardua y dura. Es sorprendente que otros congéneres hayan sido capaces de legarnos todo este lenguaje de comprensión del mundo, como si para ellos fuese tan sencillo como para cualquier ser humano hablar, y el resto necesitemos años y años de esfuerzo para acercarnos, en muchos casos sin llegar a conseguir una mínima comprensión. El propio lenguaje escrito ya es todo un reto para nuestra mente: es difícil aprender a leer y a escribir. Sin embargo, lo asumimos como parte indispensable de cualquier vida humana. Pero no siempre el hombre escribió y leyó y, a pesar de ello, se mantuvo en el planeta como el resto de las especies.

Si es verdad que la ciencia es el lenguaje en el que está escrita la realidad, estaríamos más cerca de esta que hace 3000 años. Y si es así, ¿cómo es posible que para una de las especies que presume de tener muy buenas cualidades para la supervivencia, y a fe de que hasta este momento así es, sea tan complejo entender el lenguaje en el que está escrita esa realidad? Porque el razonamiento científico es complicado, tomar una decisión basándose en él llevaría a la paralización. Y además este modo de conocimiento no puede aplicarse a cualquier ámbito de la vida, no es el modo de conocimiento que nos ayuda a tomar nuestras decisiones personales. Por eso no resulta sorprendente que grandes científicos o brillantes pensadores no lo sean en su ámbito personal o en campos ajenos al suyo. Así que la ciencia para los legos es tan ajena a nuestra propia experiencia que no podemos más que decir amén.

Pero nos han enseñando matemáticas, física, biología… y es muy difícil que podamos mirar la realidad sin este filtro, que podamos ponernos en la cabeza de nuestros antepasados y ver qué veían ellos. Por ejemplo, intenta olvidar lo que sabes de física y supón que nunca has subido en un tren. Ahora imagina que vas dentro del tren y saltas, ¿te quedarás en el mismo sitio o deberías irte contra la parte de atrás del vagón? Estoy convencida de que la mayoría contestaríamos que nos deberíamos ir contra la parte de atrás. Yo, si no fuera porque sé que no pasa y porque me creo las teorías de la Física, eso de que un cuerpo permanece en movimiento mientras no se aplique alguna fuerza sobre él, me resultaría increíble. Porque en el mundo, hasta que el hombre empezó a crear sistemas en movimiento, todo se frena salvo que se haga un esfuerzo para mantener el movimiento.

En el ejemplo anterior debemos hacer uso de un modelo de funcionamiento del mundo físico, así que es fácil que nos convenzan los que saben más. Pero si uno lo piensa un poco, resulta sorprendente la facilidad con la que también nos han convencido con explicaciones incluso cuando van en contra de nuestra propia experiencia. Porque hay que reconocer que van en contra, quien negaría de otra forma las tres siguientes afirmaciones:

1. La tierra es plana
2. La tierra no se mueve
3. El sol gira alredor de la tierra

¿Cómo pueden habernos convencido de lo contrario a casi todos? En el fondo, ¿por qué no pueden seguir los planetas estos movimientos tan curiosos girando alrededor de la tierra y han de seguir órbitas elípiticas: alrededor del sol? ¿Quién dijo que el modelo más parsimonioso es el verdadero?

Pero no puedo negarlo, la tierra es redonda, se mueve y lo hace alrededor del sol.
Y de nuevo aparece la forma, ¿cómo es posible que el hombre haya generado ese conocimiento de la realidad, más allá del que le proporcionan sus cinco sentidos de forma inmediata como el resto de las especies, si no es porque de verdad está descubriendo su esencia?

Y de alguna manera lo que veo es una especie de transformación, cómo la mente va generando la realidad y la realidad va generando la mente. Y por eso me atraen especialmente las transformaciones del juego figura-fondo de Escher.



El ser humano es sorprendente y no sólo es capaz de convencerse de algo que no comprende y que va en contra de lo que le dictan sus sentidos, sino que hay modelos científicos a los que se abraza con auténtico entusiasmo. No es nada infrecuente oír hablar con total naturalidad de que la mecánica cuántica (teoría física lejana al mundo empírico donde las haya) permite explicar cosas como la telepatía, la homeopatía… Y quién no conoce al gato de Schrödinger, que está a la vez vivo y muerto, lo que demuestra la existencia de universos paralelos. Claro que no hay nada mejor que cuando el lenguaje científico nos vuelve a dar la excusa para seguir agarrados a nuestra visión mágica del mundo: los viajes en el tiempo, los universos paralelos, los poderes ocultos de la mente… Y es que eso no se puede comparar con la simplicidad de que la velocidad no es más que el espacio que recorremos en una unidad de tiempo.

María José Hernández Lloreda | 27 de abril de 2009

Comentarios

  1. Miguel A. Román
    2009-04-27 13:55

    No necesariamente es como lo vemos. La tierra gira alrededor del sol porque es una convención cómoda para nuestras matemáticas, ya que el mismo comportamiento se puede aplicar al resto de los planetas y a otros sistemas del Universo, pero si aisláramos mediante un filtro sólo la tierra y el sol nos sería imposible dilucidar cuál gira alrededor del otro y bastaría con modificar el punto fijo para modificar el comportamiento del sistema: si situamos el eje entre ambos parecería que los dos giran alrededor de este punto arbitrario.

    Pero, más complicado todavía, para los antiguos geocentristas el punto de referencia no era siquiera el planeta, sino la superficie del mismo en la que se encontraban, ya que la percepción de la aparente órbita solar no era debida al movimiento de traslación terrestre sino al de rotación: la tierra gira sobre su propio eje.
    But the fool on the hill
    Sees the sun going down
    And the eyes in his head
    See the world spinning around
    (McCartney, The fool on the hill)

    Hagamos un experimento: tomamos una pequeña bola de metal y la sujetamos entre los dedos a aproximadamente metro y medio del suelo. Convengamos que esa bola es el centro del Universo, el único punto fijo y que el resto del espacio efectua sus movimientos relativos a ese punto.

    Soltemos la bola.

    Aparentemente la bola cae al suelo, pero habíamos convenido en que era un punto fijo inmóvil, luego la única explicación posible es que el Universo entero se ha desplazado un metro y medio en dirección a la bola.

    Nuestros modelos matemáticos y científicos necesitan de referentes inmóviles para funcionar, pero si modificamos los referentes los modelos cambian. El teorema de pitágoras se cumple en el plano de Euclides, pero no necesariamente en otras geometrías posibles del plano. Nuestra actual percepción matemática del Universo se basa en que la velocidad de la luz en el vacío es constante, pero ¿qué pasaría si no fuese así? pues, entre otras cosas, que el metro patrón de París no mediría un metro.

    En el caso del rostro de mujer y la silueta del saxofonista simplemente modificamos el referente de conveniencia para quedarnos con uno o con otro (nunca con los dos a la vez), pero la “verdad” es que ninguno de ambos constituye una certeza absoluta por sí misma.

  2. María José
    2009-04-27 14:33

    Miguel Ángel, en ciencia todo es así, por eso no he querido entrar en los argumentos, sólo en la postura del que se enfrenta a ella. Pero mi idea no iba tanto por ahí, sino si el teorema de Pitágoras (en el plano euclídeo, para no liarnos) se descubre o se crea, si las matemáticas son el lenguaje de la realidad o un invento de la mente (o el lenguaje de la mente) para explicar y predecir.

    Con lo que no estoy de acuerdo es con tu afirmación: “pero la “verdad” es que ninguno de ambos constituye una certeza absoluta por sí misma.” Pues yo cada vez tiendo a pensar más que sí, claro que yo el término certeza absoluta no sería el que utilizaría.

  3. C.
    2009-05-25 02:30

    Pues no tiene demasiado que ver, pero me ha traído muchos recuerdos la definición de metro; a mí me lo enseñaron como “una barra de platino iridiado” que me sonaba a platino irisado…, una preciosidad, vamos ;-)
    Saludos.


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