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el ojo que ve por María José Hernández Lloreda

Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.

Y esto, ¿para qué me sirve?

En la magnífica película Entre les murs, el profesor pide a los alumnos que expongan algo que hayan aprendido en el curso. Ante la respuesta de uno de los alumnos, que de su explicación podía parecer que lo que había aprendido era una tontería, el profesor le pregunta que eso para qué servía. El alumno le responde que si no sirve para nada para qué se lo enseñan. Esta escena refleja muy bien uno de los signos de nuestro tiempo: todo tiene que tener una aplicación aparente inmediata, por eso estamos desterrando las humanidades, la filosofía, el pensamiento, la reflexión… del sistema educativo, porque no nos parece evidente la aplicación directa en el día a día. Así que, además de renunciar a una parte fundamental del desarrollo de la mente (igual que hacer flexiones –aparentemente inútiles– sirven para el desarrollo del cuerpo), estamos olvidando que la mayoría de los descubrimientos científicos y las grandes obras se han debido a personas que durante años han estado dedicándose a actividades sin aparente aplicación inmediata. No me imagino a Newton o a Pascal cuestionando para qué servía la enseñanza de las matemáticas… Porque el argumento llevado hasta el extremo es muy peligroso; si acostumbramos a las nuevas generaciones a que se fijen en la utilidad de todo lo que hacen, llegará un momento en que lo hagan extensivo a todas las cosas de su vida, incluso a la vida misma. ¿Qué contestarían a un hijo que les preguntara para que sirve la vida? Yo, sinceramente, no sabría qué contestarle. El único objetivo que se me ocurre es el de vivirla, y en ese contexto cualquier actividad es útil.

Es cierto que la generalización de la educación es bastante reciente. No sé qué habrían pensado muchos coetáneos de Newton y Pascal si los hubieran sometido a un sistema educativo obligatorio y común para todos. Y a esto hay que añadir que siempre se ha reprochado a la ciencia (o su ámbito más frecuente de difusión e investigación, la universidad) el estar bastante separada de la sociedad, si por separada se entiende que la mayoría de la gente no tenía ningún conocimiento de sus modelos o teorías, aunque disfrutara de sus logros.

Pero curiosamente, frente a ese rechazo a lo que no tiene una aplicación inmediata, en esta sociedad en que hemos decidido democratizar todo, también democratizamos las teorías científicas, sean o no útiles. Así que parece que todos tenemos que estar al día de los descubrimientos científicos casi en tiempo real, sin dejar que el paso del tiempo los ponga en su sitio. En todos los medios de comunicación hay apartados dedicados a “difundir” los descubrimientos científicos. No me refiero a programas realizados por los propios investigadores con el fin de explicar su ideas (que los hay muy interesantes), sino a las noticias resumidas que llegan a la población. Y si hay un ojo que tiene que estar entrenado para ver algo, ese es el ojo que se enfrenta a un dato científico. Uno puede tener la impresión de que entiende lo que es un agujero negro, y si no se parece en nada al conocimiento que de ellos tiene un físico seguramente no tendrá mayor trascendencia. Pero hay un tipo de información que es especialmente delicada, sobre todo cuando puede generar expectativas o miedos en quien la recibe. Así que el que recibe la información debe hacerse una idea de lo que le están diciendo, y si el que la transmite no es capaz de hacerlo bien, mejor que no lo haga.

Todos hemos asistido en directo a cómo ciertos alimentos pasaban de ser malditos a convertirse en parte fundamental de la dieta. La ciencia es un poco lenta, los descubrimientos necesitan tiempo para comprobarse, para replicarse, para que los “aptos” sobrevivan. Pero ahora no los estamos dejando, queremos mostrar su aplicación inmediata.

Y se da la circunstancia de que la mayoría de las informaciones (porque así es la gran parte de la investigación en muchas ciencias) se escriben con el lenguaje de la estadística y la probabilidad. Si hay una rama de la matemática maldita para los legos, esa es sin duda la estadística. En cierta forma se pierde la certeza de las matemáticas, ese terreno firme que parece que no permite muchos resquicios. Y eso hace que cualquiera se permita considerar sin más que “la estadística se equivoca”. Es curioso cómo consultar el pronóstico del tiempo es una actividad muy frecuente y apreciada y, sin embargo, la mayoría tiene la sensación de que los meteorólogos se equivocan. Pero si el pronóstico da lluvia con una probabilidad del 90% y no llueve, con esta información no se puede saber si ha fallado o no. De forma burda, para saber si ha fallado el pronóstico se deberían dar 100 días con las mismas circunstancias y en 90 de ellos llover y en 10 no. Como se puede comprender fácilmente es imposible que, por muy fans del tiempo que seamos, podamos realizar esta comprobación. En cierto modo equiparamos 90% a “va a llover seguro”.

Como legos hacemos una especie de escala interna en la que cuando un porcentaje se aproxima al 90% es mucho y cuando se aproxima a 10% es poco, pero ¿cómo nos representamos las probabilidades intermedias? No es infrecuente leer noticias como ésta: una encuesta confirma que no hay debate sobre cambio climático entre los expertos. Leyendo la información en detalle se afirma que hay un 10% de 10200 expertos de todo el mundo que no creen que hayan aumentado las temperaturas globales medias en comparación con los niveles de hace dos siglos. Es decir, que hay 1020 científicos que no cuentan para nada o que, según el periodista, no deben exponer sus ideas, puesto que no existe el debate. Para el periodista un 90% son todos. Quizá sea fruto de la democratización de todo, de considerar que ser mayoría es tener razón y de alguna manera eliminar el resto.

Y es verdad que es fácil engañar con un dato presentado en términos estadísticos, pero no es menos cierto que también lo es con cualquier otra variedad del lenguaje científico. Un ejemplo sencillito: si escuchamos que los asesinatos en las aulas han aumentado un 100% con respecto al año anterior, podría parecer una barbaridad, pero si sabemos que el año pasado hubo 1, deduciremos simplemente que este año ha habido 2. Por lo tanto, siempre que se escuche un porcentaje, hay que preguntar por el dato. Pero mi objetivo no es dar una clase de cómo interpretar los datos estadísticos, me conformaría con que quedase la idea de que 100% o 30% no tienen un referente claro para el que lo lee, como sí lo tiene medir 1,70m.

En cambio sí hay un mensaje que me parece muy importante trasmitir: la estadística (en la mayor parte de las aplicaciones) se refiere a poblaciones, no a individuos. Stephen Jay Gould lo explica muy bien, con relación a la media. Y hacer la inferencia sin más es peligrosa y en la mayor parte de los casos falsa. Porque no es lo mismo la información que en el dato ve un experto que la que puede ver el resto. Hace poco leí con asombro la existencia en Internet de un test para predecir la probabilidad de padecer depresión, parecido a otro que existe sobre el riesgo de infarto. No sé si tendrá mucha utilidad, no sé si servirá para prevenir algo, pero a mí me parece un despropósito. Supongo que muchos harán el test porque al ser humano le encanta que lo evalúen, que le adivinen el futuro, la personalidad… pero esto es más serio. Si uno lo hace (puede probarse con datos inventados) la información que le da es del tipo usted tiene una probabilidad de tener una depresión en los próximos 12 meses de un 20% y en su país es de un 10%. ¿Qué información hay ahí? Yo no soy capaz de hacerme una idea de qué implica eso en mi vida en los 12 próximos meses. No tengo ningún referente para ello, no sabría cómo gestionar esa información. Pero independientemente de que se entienda o no, no es cierta. La predicción no se aplica a un individuo, también de modo burdo, lo que se afirma es que de 100 personas que tengan en el cuestionario las mismas características que yo, 20 padecerán depresión (o mejor dicho, de los que han evaluado los investigadores, 20 de los que compartían mis características han padecido depresión y 80 no).

Alguien podrá argumentar que puede ser útil para prevenir, pero yo no creo que esta información sea beneficiosa, ni la del infarto. Es relevante para el profesional, que trata con poblaciones, como ayuda en su diagnóstico. Difundir información sobre los síntomas, sobre qué puede servir para prevenir, qué favorece y que perjudica, etc., está bien. Hay enfermedades en las que se está haciendo bien (por desgracia no suele ser en las psicológicas), porque se hace de forma general, no referida a un individuo concreto. ¿Y si obtienes una probabilidad de infarto del 90%?, igual te da en el momento de leer el dato.

De momento, de entre todas las posibles enfermedades que uno puede padecer, sólo han puesto a nuestra disposición estos dos tests, pero si se dedican a hacer tests para todas, mucho me temo que acabaremos consultando la probabilidad de morirnos cada día, como el parte meteorológico.

Yo creo que hay veces que es muy acertada la recomendación de la doctora de Gould: “la literatura científica no contiene nada que merezca la pena leer” para el ojo no entrenado. Porque uno acaba preguntándose: ¿y esto, para qué me sirve?

María José Hernández Lloreda | 27 de enero de 2009

Comentarios

  1. Ana Lorenzo
    2009-01-27 11:09

    María José: creo que, efectivamente, estos artículos son para los científicos, no para la población general. Por ejemplo, en el que mencionas del Test para predecir la depresión, recuerdo que la noticia apareció en varios periódicos; en todos informaban de que la Universidad de Granada había colaborado en tal test, y en todos advertían: «no es para uso personal, sino para que lo utilicen los médicos de cabecera, formados, en un futuro». Bueno, pues en El Mundo (lo cierto es que en La Nación o en El País o en La Vanguardia no era así, eran prudentes) venía el enlace al test. Ya podían advertir, ya; como tú dices, «al ser humano le encanta que lo evalúen, que le adivinen el futuro, la personalidad… pero esto es más serio.» Y tienes toda la razón: ¿qué pasa con los datos?, ¿sabemos interpretar esos porcentajes?
    Un beso. Ana

  2. David
    2009-01-28 21:18

    María José, estoy de acuerdo con el argumento general sobre la importancia de “permitir” y, aunque alguien pueda escandalizarse en estos tiempos de “eficacia”, financiar actividades aparentemente inútiles. Por supuesto, coincido en que al lector profano en una disciplina científica es posible venderle gato por liebre. Y por último, es indudable que la fortaleza del método científico está en identificar las debilidades de cualquier conocimiento y en admitir la necesidad de no dar nada por definitivo. Mi comentario viene porque no veo que engañar al profano sea el problema. El conocimiento científico afecta a una parte muy pequeña de la realidad cotidiana de los individuos y esto nos obliga a funcionar con teorías de sentido común, lo que en sociología se denominan representaciones sociales. No son perfectas, ni logicas, ni la mayoría de las veces correctas, pero nos sirven para aguantar hasta el día en que los científicos nos ofrezcan otra mejor. De hecho, yo creo que la sensibilidad de los profanos a la teorías científicas puede ser interpretado como un dato positivo. Al menos la población general es consciente de que es muy probable que sus teorías de sentido común sean erroneas y busca otras en la ciencia. Esto me lleva a pensar que el problema está en otro lado, en el de la comunidad científica que llevada por, entre otras cosas, la necesidad de producir/publicar cosas útiles (de impacto, decimos) da por buena cualquier cosa, de un único estudio con media docena de sujetos hace una teoría sobre el comportamiento social o sobre la unas cuantas contingencias entre los colorines de una magneto y un conducta de un individuos nos explica el altruismo, la esquizofrenia, el amor o lo que se tercie (si es publicable). Los que formamos el vulgo en relación con una disciplina científica estamos para eso, para vulgarizar el conocimiento. Más miedo me da cuando los expertos nos quitan la tarea

  3. María José
    2009-01-28 21:47

    Por supuesto, David, daría para mucho la proliferación de publicaciones absurdas a que el propio sistema obliga, nadie puede tener 5 ideas interesantes y originales al año para comunicar a los demás. Así que perdemos todos el tiempo, el que lo lo hace y el que lo lee. Pero si encima eso pasa a sustituir al “sentido común” no sé yo si es una buena cosa. Está bien que los conocimientos que están más o menos asentados pasen al común de los mortales, es la historia de la humanidad, es una de nuestras principales características, que el conocimiento adquirido o generado por otros pase a las siguientes generaciones, pero de una forma en la que pueda entenderse, en la que tenga un referente para el que la recibe.

  4. David
    2009-01-28 22:41

    Creo que hay una cosa que no expliqué bien del todo. No quería decir que fuera mejor el conocimiento seudocientífico que las teorías de sentido común, bien podría ser al contrario. Lo que quería decir es que la aceptación, aunque sea acrítica, de conocimiento científico puede ser un indicador de que la población general es consciente de que el conocimiento que genera puede ser incorrecto o engañoso y, por eso, busca la “seguridad” que le ofrecen los conocimientos obtenidos por el método científico. Tomar conciencia de este hecho es para mí la semilla de la que nace el pensamiento científico. Lástima que luego no se den la condiciones para que la semilla se cultive adecuadamente.


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