Libro de notas

Edición LdN
el ojo que ve por María José Hernández Lloreda

Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.

Me cago en el urinario de Duchamp

Hace unos años, un grupo de expertos eligió el urinario de Duchamp como la obra más influyente del arte contemporáneo porque removió los cimientos del arte. No lo dudo, pero nos removió algo más. Que muchas de las consecuencias que se han derivado de su obra o “acto” de arte han sido buenas, tampoco lo dudo, pero en este momento los árboles no me dejan ver muy bien el bosque. En realidad, el empeño actual por mostrar en una exposición aquel urinario (y no otro) es un acto puramente fetichista (como la conservación del brazo de Santa Teresa) y yo creo que muy alejado de la idea de Duchamp. No creo que la repercusión de su obra fuera la que él tenía prevista, aunque quizá lo más probable es que no tuviera mucha idea de cuál sería ésta.

Para defender su obra (que firmó como obra de un tal Mutt), Duchamp alegó que: “si el Sr. Mutt construyó o no con sus propias manos la Fuente no tiene ninguna importancia. Él la ELIGIÓ. Tomó un objeto de la vida diaria, lo reubicó de manera que se perdiera su sentido práctico, le dio un nuevo título y punto de vista y creó un nuevo significado para ese objeto”. Pero hay que aplaudir al consejo de la Sociedad de Artistas Independientes que no aceptó la obra, incluso con su peregrina justificación de que no estaba construida por el propio artista (¿habrían aceptado en otro caso un urinario al uso?); cualquiera de nosotros que hubiera estado allí tampoco lo habría hecho. El problema es que el arte nunca ha sido fácil y, ya lo he dicho alguna vez, sólo es posible para el ojo educado. Y el arte no retineano, como él defendía, menos (aunque la existencia de un arte puramente retineano es una falacia, ya sabemos suficiente de percepción para entender que la retina “no ve”; aún así este punto se lo concedemos). En el fondo, no se debe haber entendido bien su propuesta, porque la sensación generalizada es que se ha llenado todo de urinarios, se está haciendo una réplica tras otra de la obra de Duchamp, por lo tanto, no se está creando ningún significado nuevo para ningún objeto.

Pero lo que a mí me interesa no es la repercusión en el mundo del arte, ni lo que ha significado en él, no se trata de eso. Mi interés está, como siempre, en el ojo que ve. No resulta fácil entender cómo hemos acabado en un estado de indefensión total por parte del observador. Me explico.

Llegados a este punto, parece que el auténtico legado de Duchamp para el espectador es que éste no está dispuesto a decir que no a nada. No quiere ser juzgado por las nuevas generaciones como un miembro del consejo que rechazó el urinario, no quiere cometer la injusticia que supuestamente ellos cometieron. Craso error, seguramente el día de mañana seremos juzgados por lo mismo, porque lo que tienen los genios o las ideas verdaderamente revolucionarias es que no son accesibles nada más que para unos privilegiados en el momento en el que surgen y sólo las generaciones posteriores, educadas en ellas, pueden disfrutarlas. No deja de sorprender que estemos en la única época de la historia donde ninguna propuesta artística, por tomadura de pelo que parezca (lo sea o no), sea rechazada.

Porque está claro que la obra/actuación de Duchamp tiene verdadero sentido cuando él la realiza. ¿Existía alguna posibilidad de que, nada más ver el urinario, los miembros del consejo se hubieran quedado admirados por estar ante una de la obras que iba a revolucionar el mundo del arte? Ninguna, porque en ese caso, el urinario no habría supuesto ninguna revolución, sino una pieza más dentro del sistema establecido. Sólo si hubiera habido alguien en el consejo de la Sociedad de Artistas Independientes un paso por delante de él, esto podría haberse producido y habría quedado bastante desarmada su propuesta conceptual. ¿Existía alguna posibilidad de que el resto de la sociedad lo hubiera aplaudido como lo hace en la actualidad? Ninguna, y en ese hipotético caso, su propuesta habría quedado completamente diluida en la historia. Eso es lo que tienen los genios, que ven lo que los demás no vemos todavía.

¿Qué mejor forma de no equivocarse que no rechazar ninguna propuesta? Aún así volveremos a fallar seguro. A mí se me ocurren dos motivos. El primero es porque entre tanta basura no podemos encontrar nada; cuando el ojo se habitúa a la mediocridad, no puede discriminar; ya se sabe que en el país de los ciegos… Y, en segundo lugar, porque es irrelevante que uno se equivoque o no al juzgar la genialidad de una obra de arte, puesto que el objetivo del arte es despertar algún tipo de sensación, sentimiento, actividad intelectual o irracional, y si no lo hace, da igual equivocarse.

El arte actual no está sirviendo absolutamente para nada, nunca estuvo más alejado de la mayoría que ahora. Si el objetivo era sacarlo de los museos para que estuviera imbricado en la vida intima, no puede haber sido más desastroso el resultado. Al final han conseguido sacarlo de la propia sensibilidad humana. En una interesantísima conferencia de Santiago Amón, éste refiere cómo en una conversación con el crítico francés Piere Cabanne, ante la pregunta “¿qué opina usted del Happening?”, Duchamp contesta “un movimiento harto interesante, ha conseguido aportarle al arte algo que el arte no tenía: el aburrimiento.”

Claro que no tiene la culpa sólo Duchamp. Está también lo que podríamos denominar el “efecto Van Gogh”. Alguien en una tertulia planteó una pregunta con auténtica preocupación: ¿cómo saber que no estamos cometiendo una injusticia como la que se cometió con Van Gogh? ¿Cómo es posible que se vendan ahora sus cuadros a esos precios cuando él no consiguió venderlos? Pues es imposible, pero además es que no tenemos ninguna obligación de hacerlo. La vida no es justa, ya lo sabemos. Pero en este caso, lo sorprendente es que nos parezca que un artista genial merece mejor vida que cualquier otro, que se ha cometido una injusticia con él y no con todos sus contemporáneos que tampoco consiguieron vender su cuadros. Y más allá, que un artista merezca mejor vida que otro ser humano cualquiera que sean sus talentos. Pero este es tema para otro artículo.

Y sí, nos aburrimos mucho, las mayoría de las obras de arte que de vez en cuando invaden nuestra vida (en aeropuertos, museos, calles, supermercados…) nos dejan completamente indiferentes. No nos atrevemos a decir que nos parecen una tomadura de pelo, como mucho nos atrevemos a la hipercorrecta expresión de “a mí no me parece buena, pero yo no tengo la verdad, seguramente esté equivocado”. Ni falta que hace, si a uno no le gusta, no le gusta, y no pasa absolutamente nada; si le parece una tomadura de pelo, uno lo dice y lo piensa, tantas y cuantas veces a uno le apetezca. No hay por qué preocuparse, total, genios hay dos o tres en cada generación y, por lo tanto, si asiste a unas cuantas exposiciones o eventos al año, a una media de unos cincuenta autores, la probabilidad de equivocarse considerando que aquello es una tomadura de pelo, sea de ello consciente o inconsciente el autor, es pequeña.

Lo que no puede ser es el nivel de desorientación, de disfrute anodino (por llamarlo disfrute) del arte al que hemos llegado. Muchos habréis visto este “experimento” realizado en un programa de televisión, en el que algunos de los asistentes a ARCO, valoran una obra trampa pintada por unos niños. Evidentemente, no es un experimento controlado, por lo que si algunos descubrieron la trampa ahí no lo muestran, pero yo creo que es una experiencia muy cercana a nuestra realidad.

¿Qué puede haber pasado para que personas que hacen el esfuerzo de ir a una exposición, que pueden pasarse hasta horas recorriendo sus salas y mirando con interés las obras, hagan este tipo de comentarios? Esta claro, no es que el cuadro pintado por los niños sea capaz de elicitar en ellos todas esas sensaciones o ideas, es que el resto de obras les producen exactamente lo mismo: nada. Pero claro, están en una exposición, con obras seleccionadas por galeristas, que deben ser expertos, por las que se pagan sumas desorbitadas, así que necesitan encontrar el sentido, y lo encuentran. El arte ha dejado de ser retineano para pasar a ser totalmente cortical. La sensación la produce el cerebro del espectador, autoconvenciéndose de qué algo debe haber ahí y lo saca de su interior, independientemente de la imagen que se “impregne” en su retina.

Hay que decir que tanto este experimento como el del violinista famoso que pasa desapercibido el metro de Londres no sirven para evaluar el arte, ni el impacto del mismo en el ser humano, como muy bien expone Josep Izquierdo. Los encuestados no son expertos (no hablo sólo ni necesariamente de críticos); sigo defendiendo que a un experto no le pasaría desapercibido, estoy convencida de que no habría colado. Que una obra de arte o un artista no sea valorado por la mayoría de sus contemporáneos es algo a lo que estamos acostumbrados, todo el mundo entiende que la gente no se percatara del violinista en el metro, pero que veamos obras de arte en cualquier objeto resulta mucho más novedoso. Y esto no tiene ningún sentido: o se disfruta del arte o es una pérdida de tiempo ir a ARCO y observar cualquier obra, performance o las nuevas denominaciones de arte que vayan surgiendo. Y si se disfruta igual que de cualquier otra cosa, pues para eso ya tenemos cualquier otra cosa, que si además dejamos de tener que observarlas en un museo, galería o exposición, damos una nueva vuelta de tuerca a la idea de Duchamp.

Así que yo me cago en el urinario de Duchamp, no por el estado actual del arte, sino porque a mí me ha privado de poder asistir en directo a las nuevas revoluciones del arte plástico. Porque yo sé que es necesario tener el ojo muy educado para ello y yo, como tantos otros, llevo años viendo sólo urinarios.

María José Hernández Lloreda | 27 de noviembre de 2008

Comentarios

  1. Alberto
    2008-11-27 09:41

    ¿Y qué más da que no hayas podido asistir en directo a esas nuevas revoluciones? Según tu propio razonamiento (que, en esa parte, estoy de acuerdo) si hubiese sido de otra forma… tampoco te habrías dado cuenta.

    Oye, pues el cuadro es bien bonito… y el experimento de la tele bien tramposo…

  2. Cayetano
    2008-11-27 10:36

    Hay un libro escrito entre 1959 y 1963 (Quosque tandem…!) donde se esboza la “Ley de los cambios” hay una pseudo fórmula matemática que define el nivel de expresión por cada época (histórica). se establece que cuando la “expresión” es igual a cero el “hombre” no necesita el arte.

    ¿Porque traigo aquí esto? Por esta frase del texto: No deja de sorprender que estemos en la única época de la historia donde ninguna propuesta artística, por tomadura de pelo que parezca (lo sea o no), sea rechazada.

    Es un ejemplo, entre otros muchos, de “propuesta” rechazada. Otro tema distinto es el criterio de la “mayoría democrática” formado, entre otras cosas, por cadenas de televisión como la que pones de ejemplo y el criterio de “los cuatro enterados” que controlan el Mercado del Arte, eso que Tom Wolfe llama “Culturburgo” en su divertido texto o libro titulado “La palabra pintada”.

    Termino, te felicito por tu último párrafo, en el que (en mi modesta opinión) dás en el clavo: La mayoría no ha sido “educada” para tener experiencias estéticas fuera del “sistema” que otros llaman Arte.

    Un saludo

  3. Alber
    2008-11-27 11:28

    Perdón, pero el acto de hacer pasar por arte un objeto que no ha sido concebido con intención artística, es un happening. Y que el autor del happening desconozca que lo que está haciendo es un happening, es un happening autorreferente. Es decir, el cuadro que se muestra a la gente en ARCO no es un objeto artístico, pero el hecho de poner en marcha la acción de mostrarlo, sí. Con el agravante, ya digo, del desconocimiento total que el artista tiene de estar siéndolo, lo cual convierte, si cabe, en más delicioso dicho acto. ¿Que no hay revoluciones pendientes? A patadas.

    Por cierto, en el vídeo hay una explicación que se nos hurta para que logre ser más efectivo: el galerista está en el ajo. Es decir, que el galerista ha prestado de forma voluntaria su espacio para que se cuelgue el cuadro. Cualquiera que conozca mínimamente cómo funciona ARCO y cuánto cuesta el metro cuadrado, sabrá que algo así no se puede hacer a escondidas.

  4. Cayetano
    2008-11-27 11:43

    El comentario de Alber me ha recordado un interesante artículo de Osvaldo Baigorria El arte como una forma de la política (Clarín 25/02/2006)

  5. Cayetano
    2008-11-27 12:29

    Un ejemplo de “artivismo” Si el texto de Maria José fuera una “propuesta artística” crearía un bucle enlace que junto a otras “acciones” intentaría captar la atención en un medio, en este caso internet. ¿Son estas acciones arte? . Yo creo que no, pero son, o pueden ser, herramientas artísticas (como el óleo, acuarela, etc.). Creo que a veces se confunde, en este caso y otros parecidos, la técnica con el Arte.

    Por eso creo que el urinario de Duchamp no es Arte, o mejor dicho no es un “objeto artístico” sino una “herramienta” artística.

    No se si me explico

  6. Palimp
    2008-11-27 12:44

    Estoy bastante de acuerdo en muchas de las ideas que aquí expones. Las enormes tragaderas de museos y crítica no son mejor que la cortedad de miras de hace un siglo.

    Pero al igual que Van Gogh no vendió sus cuadros y luego se le puso en su sitio, el futuro pondrá en su sitio a los cantamañanas de ahora e iluminará a los verdaderos artistas, aunque ahora estén todos mezclados.

    La solución, antes y ahora, es tener un criterio propio. Bueno o malo, escuchando o no a los críticos, pero personal e independiente del ruido externo. Nos equivocaremos seguro, pero serán nuestros errores.

    En el arte contemporáneo hay obras que me conmueven y otras que me parecen una mierda pinchada en un palo. A lo mejor en el futuro nadie se acuerda de las primeras y entronizan a las segundas, pero yo no estaré ahí para verlo. De momento, mi criterio me basta.

    Con respecto al urinario me gusta la interpretación que hace Juanjo Sáez. Si tenemos la flexibilidad para admitir cualquier cosa que proponga un artista como arte, es deber del autor esforzarse más para no proponer cualquier cosa.

  7. María José
    2008-11-27 12:59

    Alberto, eso reconozco que es una cuestión personal. No tengo ninguna capacidad creativa pero soy una espectadora privilegiada si se me educa. En música, me daría igual, no me voy a enterar, pero en literatura y artes plásticas sí me habría enterado. Y en arte me encanta lo nuevo, así que pienso en lo que me estoy perdiendo.

  8. Merche
    2008-11-27 15:17

    Muy interesante el artículo.

    Creo que en parte nuestra forma de consumo del arte contemporáneo (y nuestra falta de crítica al mismo o nuestra incapacidad para atrevernos a juzgarlo en muchas ocasiones) tiene mucho que ver con la cantidad.

    La Cantidad, mejor dicho, en mayúsculas.

    En ninguna otra época de la historia el arte ha sido tan de consumo masivo como ahora, ni tan accesible a todos. De repente, uno accede a las obras de los artistas con suma facilidad y en muchos museos hasta gratis. El desarrollo del “sector servicios” permite que hoy muchísima gente pueda vivir de ser artista. En el siglo XV el arte era un bien reservado para unos cuantos, y los que la hacían con talento, vendían sus servicios a nobles y eclesiásticos. Hoy en día los consumidores somos nosotros: todos nosotros. Hay proliferación de artistas. Y como bien indica M. José, genios hay dos o tres por generación, así que la inmensa mayoría de lo que vemos no nos produce ninguna sensación, pero no por habernos insensibilizado al no saber lo que es o no es arte, sino porque realmente en la inmensa mayoría de las ocasiones no lo es, por una cuestión probabilística. O mejor dicho, para no entrar en polémicas sobre la definición de qué es arte (¡!), digamos que “en la inmensa mayoría de las ocasiones no estamos ante una obra genial”.

    Personalmente yo me lo paso muy bien en los museos de arte contemporáneo y me encanta ver exposiciones. Más allá de si consigo ese “chispazo”, como el día que con 12 añitos estaba a un metro del Moisés de Miguel Ángel y me quedé muda, lo que busco es entretenimiento. Y no me pueden ustedes negar que el arte contemporáneo es tremendamente entretenido…

  9. Ajenjo
    2008-11-30 21:56

    “En realidad, el empeño actual por mostrar en una exposición aquel urinario (y no otro) es un acto puramente fetichista (como la conservación del brazo de Santa Teresa) y yo creo que muy alejado de la idea de Duchamp. No creo que la repercusión de su obra fuera la que él tenía prevista, aunque quizá lo más probable es que no tuviera mucha idea de cuál sería ésta.“Posiblemente si lo viera se partiría de risa. Lo importante en sí era la idea, no la pieza. Al menos así lo entiendo yo según sus notas y el empeño en que éstas se conservasen.

    Pero sí, yo también creo que nadie se atreve a decir que el emperador está desnudo.

    Lo dice una fanática de Duchamp

  10. María José
    2008-12-01 11:56

    Ajenjo, yo también soy admiradora de Duchamp, espero que no haya parecido otra cosa.

    Merche, qué suerte. Yo en las mayoría de las exposiciones y actos que tienen que ver con el mundo de las artes plásticas me aburro como una ostra. Me parece que estoy en las exposiciones de fin de curso del colegio. Pero ya digo, que en esto estoy totalmente perdida.

  11. jon Román
    2008-12-03 22:51

    Seguro que se partía de risa. La provocación siempre es creativa. Lo que importa es lo que Duchamp quería hacer surgir en la conciencia del espectador o el crítico. Así y todo fue una acción consentida por el museo o el almacenista de arte.
    Hoy en día también ocurren cosas similares; Cayetano podría contarnos más cosas, pero en Anboto News se hace una detallada crónica de la pelea de un artista y el museo.
    http://www.anboto.com/349/la-danza-de-los-bohemios/

  12. Cayetano
    2008-12-04 13:11

    Hola Jon, gusto de verle por aquí. Y estuve tentado de citar tu WCMuseum . Respecto al enlace que señalas, era un texto, como otros muchos, que apunta a un síntoma: Muchos (por no decir la mayoría) “artistas” trabajan con un doble registro, critican y se mofan de un sistema que les da de comer.

    Pero, en general, no les gusta mucho que se mofen, critiquen o menosprecien su trabajo (el ego del artista ese). Y no te digo nada cuando arremetes contra eso que llaman Institución. ¿Iconoclasta? Puede.

    Quiero aprovechar para sugerir la lectura de un reciente reportaje de Catalina Sierra: ¿Arte para la política o política para el arte?

    El arte y el poder se necesitan. Desde siempre. Algunas de las grandes obras existen gracias a esta relación estrecha de arte y política, sean las pirámides o El acorazado Potemkin. Muchos Gobiernos han intentado asociar su imagen exterior al arte de vanguardia, y eso implica optar. La elección de unos defrauda a otros y desata el debate sobre el apoyo oficial. ¿Debe ser por concurso? ¿Es posible un consenso? La cueva-cúpula de Barceló en Ginebra es el último episodio de esta larga y apasionante historia.


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