Libro de notas

Edición LdN
el ojo que ve por María José Hernández Lloreda

Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.

¡He cambiado tanto!

Discúlpeme, no le había reconocido, ¡he cambiado tanto!
Oscar Wilde


Comenzó en el ombligo; allí se acumulaba el líquido como una espesura colma el valle. Encontraba la lengua cierta resistencia en el dulzor, pero pronto llegó la piel bajo el fluido, y era un pomelo abierto. Agarró su cabeza y la atrajo hasta los pechos, donde sólo los pezones sobresalían de la capa de lava roja que ella, constante, fue lamiendo. Hubo una pausa; le introdujo las manos en un recipiente y, empapadas, cubrieron cada poro del reverso del cuerpo, y fue bajando entonces desde el cuello, borrando todo vestigio del magma. Al fin, su cuerpo sobre la cama quedaba limpio, blanco y homogéneo como un metal pulido, y ella, exhausta, manchaba su cuerpo como un puzzle y en sus labios
quedaban esparcidos los restos de la liba.

Este relato se refiere a Erzsébet Báthory, la Condesa Sangrienta y en particular del relato que aparece en el blog La crónica negra

“Alguien le había sugerido, en una de sus reuniones con estos sabios, que la sangre de doncella ralentizaba el paso de los años en la piel, y que hacía volver la lozanía perdida, pero no le había prestado atención a este tema, al menos, hasta ese momento.
Una de sus doncellas le estaba cepillando su largo cabello, cuando, sin pretenderlo, le causó un gran dolor al estirar el cepillo.
Sin dar tiempo a reaccionar a la joven, Elizabeth saltó, la empujó y le causó una herida en la cara. La sangre goteó sobre su mano, y a sus ojos, vio como la piel se estiraba y quedaba más tersa y suave que en el resto de su cuerpo.

Tenía 40 años entonces, y creyó haber encontrado la manera de ser guapa y joven de nuevo.

La joven doncella fue puesta en una celda, desangrada y el líquido vital vertido en una bañera, donde la condesa se lavó concienzudamente.

A partir de ese momento, la sangre se convirtió en una obsesión. Y la manera de conseguirla, como no, no era agradable para las donantes.

Envió a sus esbirros a secuestrar niñas y jóvenes, a las que engatusaba y engañaba. Otras veces, directamente las secuestraba a la fuerza, drogadas o a punta de cuchillo. El final de las infelices era terrible.

En el sótano de su castillo, creó un complicado sistema de drenaje, en el que cada gota que caía de los cuerpos de sus víctimas era recogido y depositado en una bañera. Allí recibía a diario un tonificante baño de sangre, que, en su mente perturbada, le daba vigor y juventud.

Ideó también métodos para mantener a las niñas con vida durante días, provocándoles heridas que luego curaba y que más adelante volvía a abrir para no desperdiciar tan codiciado elemento.

En ocasiones, hacía que sus doncellas le lamiesen el cuerpo cubierto de la sangre de las desgraciadas, y si una de ellas hacía un gesto de asco o repugnancia, era sacrificada de manera cruel y sin piedad.

Si acometían su misión con deleite, eran recompensadas, aunque esto no garantizaba su supervivencia.

La posición de la condesa garantizó su inmunidad, pero finalmente, el emperador no pudo acallar por más tiempo el clamor popular y organizó una patrulla para investigar los hechos que atemorizaban la zona.

La tropa, comandada por György Thurzó, primo y enemigo de ella, encontró una escena dantesca en el castillo. En el gran salón hallaron el cuerpo sin vida y desangrado de una joven, además de otras dos, una de ellas con los últimos estertores y con sangre manando de una gran herida.

En los subterráneos hallaron a decenas de jóvenes encarceladas y torturadas, además de cientos de cuerpos enterrados. La locura había llegado a su fin.”

Ahora volved a leer el relato:

Comenzó en el ombligo; allí se acumulaba el líquido como una espesura colma el valle. Encontraba la lengua cierta resistencia en el dulzor, pero pronto llegó la piel bajo el fluido, y era un pomelo abierto. Agarró su cabeza y la atrajo hasta los pechos, donde sólo los pezones sobresalían de la capa de lava roja que ella, constante, fue lamiendo. Hubo una pausa; le introdujo las manos en un recipiente y, empapadas, cubrieron cada poro del reverso del cuerpo, y fue bajando entonces desde el cuello, borrando todo vestigio del magma. Al fin, su cuerpo sobre la cama quedaba limpio, blanco y homogéneo como un metal pulido, y ella, exhausta, manchaba su cuerpo como un puzzle y en sus labios
quedaban esparcidos los restos de la liba.

¿Lo reconocéis? Yo no. Y creo que no es posible recuperar la primera sensación; el texto es el mismo pero nosotros hemos cambiado de tal manera que lo que para la mayoría habrá sido un texto con fuerte contenido erótico, se ha convertido en algo cualitativamente distinto. El exquisito relato de Marcos Taracido es el mismo, pero nosotros no. En este caso lo que nos genera ese cambio es únicamente el conocimiento de la historia real que sustenta el texto y esto sólo habiendo pasado como mucho unos dos minutos desde nuestra primera lectura. La calidad del texto es la misma antes y después, así que en ambas situaciones se puede disfrutar de su lectura, pero no se puede negar que la riqueza de las sensaciones y emociones que se producen después de haber estado imbuidos de las andanzas de la Condesa es mucho mayor, por lo menos, son más impactantes.

El conocimiento siempre hace que nuestra percepción sea alterada de forma irreversible; nunca se puede volver al estado virgen en el que hicimos la primera mirada. Quizá algunas veces podemos recuperar parte de esa sensación original, pero después de haber pasado por un estado de inmersión en otro mundo de sensaciones, esta será cualitativamente distinta.

María José Hernández Lloreda | 27 de mayo de 2008

Comentarios

  1. Miguel A. Román
    2008-05-28 19:50

    Eso me suele pasar cuando releo algún libro tras varios años. Evidencio que, dado que el texto no ha cambiado, he tenido que ser yo el transformado.

    En mi adolescencia, Anna Karenina era una heroína, Vronsky un galán y Aleksei Karenin un aburrido cornudo. Para mi treintena, ella era una cualquiera, su amante un ligón y el marido un torpe enamorado. La última vez que visité a Tolstoi, hace pocos años, los tres eran juguetes del destino, sin culpa ni control sobre sus vidas.

    He descubierto que los viejos libros son hitos, mojones del terreno que aguantan las embestidas de los años frente a ese el río de Heráclito que fuimos y somos.

  2. María José
    2008-05-28 21:28

    Sí, Miguel, y eso tiene mucho encanto, porque de alguna forma tiene que ver con cómo va cambiando tu forma de ver el mundo cuando vas creciendo.

    Esto me recuerda también a que cuando eres niño no “ves” determinadas cosas en los dibujos o en las películas que a los mayores le parecen que no son adecuadas para niños. La mayoría de estas cosas a un niño le pasan desapercibidas.

  3. Mariví
    2008-05-30 17:04

    ¿He cambiado tanto?

    http://youtube.com/watch?v=y9LlnLTH87U

  4. Juan Jose martinez
    2008-08-27 21:54

    Ma Jose es como el sentido de la vida el mirar varias veces un suceso. En la línea del tiempo seía como la primera mirada, la mirada crítica (si hay los elementos) Y la mirada reposada de la contundente conclusión.
    Traté de iniciar un blog con esta pregunta y nunca nadie me “posteo” una respuesta…
    El Blog trata de continuar y la inquietud se mantiene.
    Me encantan tus artículos-reflexiones-ejercicios de cordura


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