Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.
No descubro nada nuevo si digo que las experiencias van modelando nuestro cerebro y, aunque todavía no se sabe muy bien cómo tiene lugar ese proceso, no cabe duda de que las modificaciones deben producirse en el sustrato biológico. Eso hace que nuestra mente varíe. A veces, los cambios se producen poco a poco de forma casi imperceptible: los que se van generando por nuestro desarrollo, con el paso del tiempo. Así, igual que al mirar una fotografía antigua caemos en la cuenta de que hemos cambiado, si reflexionamos un poco sobre lo que teníamos en la mente también caemos en la cuenta de que de alguna forma ya no somos los mismos. Hace poco me venía esto a la cabeza leyendo De la importancia de los objetos de Alberto Haj-Saleh:
“Recordé de golpe aquella frase: Quiero estudiar italiano para leer Antonio Tabucchi. Estuve a punto de derrumbarme en aquel quiosco al no reconocer ni un pelo de aquel chaval de 19 años que se metió a aprender italiano apasionado por un escritor.”
Y más allá de la propia modificación de nuestro cerebro, lo que de verdad hay detrás es un cambio profundo en la forma de ver la realidad, porque ésta no necesariamente se ha alterado mucho. Y debe ser así. Si uno regresa a un lugar de la infancia, experimentará la sensación de que aquello ha empequeñecido de forma asombrosa. No se puede mantener la mente de cuando se es niño. No sé si sería bueno o no, si estaría bien conservar algunas de esas capacidades y sobre todo de esas sensaciones, pero no es así. No hay manera de volverse a sentar en el pupitre del colegio y que las piernas no tropiecen con la mesa.
Así que todas y cada una de las experiencias que tienes en la vida, lo que te dicen, lo que te hacen, lo que haces, lo que ves, lo que escuchas, lo que lees y muchas veces cosas a las que ni siquiera atiendes, van configurando tu forma de ver la realidad. Y nadie puede sustraerse a ello.
Pero no todos los cambios son definitivos. Hay algunos aspectos que distorsionan tu forma de ver el mundo, pero que sí son reversibles.
Voy a recurrir de nuevo a la metáfora de la percepción. Hay pequeñas modificaciones debidas a la exposición a un estímulo, son cambios que sólo afectan a las primeras etapas del procesamiento visual, pero que como consecuencia de ellos, la percepción queda alterada durante un periodo breve de tiempo.
Si se mira durante unos 30 segundos al punto blanco situado en la imagen de la izquierda y luego se mira al punto negro del de la derecha, vemos cómo aparece una realidad que no estaba allí. Esta tiene que ver tanto con el fondo blanco de la imagen como con el estado de nuestro sistema visual.
No ha cambiado el estado del mundo, ha cambiado mi sistema de conocimiento. Pero es un efecto muy pasajero.
Cuando se tiene fiebre muchos de los pensamientos o sensaciones no se parecen a los habituales, pero en cuanto la fiebre desaparece, todo vuelve a la normalidad.
Otros cambios son más duraderos, porque de alguna forma afectan a etapas posteriores del procesamiento y quizá tengan cierta relación con el aprendizaje. Uno de los más conocidos es el efecto McCullough. Se consigue mirando alternativamente 10 segundos el patrón rojo y el verde, durante unos tres minutos. Después se observa el patrón blanco y negro y este parece coloreado. Lo más curioso es que si se hace la adaptación durante mucho tiempo, por ejemplo durante media hora, el efecto puede durar semanas.
Sin embargo, hay veces que esos cambios se producen de forma brusca. En cuestión de segundos alteran la percepción del mundo de una forma tan radical que uno queda totalmente desorientado. Son estos de los que nos habla en sus “Heraldos negros” César Vallejo:
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre… ¡Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Es sorprendente, y todavía bastante desconocido, el modo en el que se produce en un segundo esa trasformación tan impresionante que altera de forma incomprensible los pensamientos y las emociones. De repente, nos parece que el mundo ha cambiado de forma irrecuperable. Sin embargo, en cierto modo se parecen a estos postefectos y el cerebro pasado el tiempo se recupera. Porque si no, no sería posible reponerse, y aunque parte de esos cambios sabemos que van ser permanentes, otros deben ser reversibles, para que te permitan retomar tu vida. Como dice Julián Marías en “Persona”:
“La vida se realiza mediante la absorción desde los proyectos de los azares externos y que ponen en peligro la continuidad y la coherencia. El sentido mismo del azar humano depende de su interferencia con los proyectos que lo asimilan e incorporan.”
2007-12-27 17:26
clap clap
un aplauso por ese gran artículo, realmente hay momentos en que clic todo cambia, la percepcion del mundo que te rodea se transforma repentinamente en otra cosa.
2007-12-27 17:42
Precioso artículo, María José. La verdad es que debemos de ser mucho más fuertes de los que nos imaginamos para recuperar a veces la realidad.
Un beso.