Libro de notas

Edición LdN
el ojo que ve por María José Hernández Lloreda

Se volcarán aquí, cada día 27 de mes, una serie de reflexiones personales —aunque no necesariamente de ideas originales— sobre la mente, la realidad y el conocimiento. La autora es profesora del Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportaminento de la Facultad de Psicología de la UCM. En LdN también escribe Una aguja en un pajar.

El oso blanco

No sé de dónde procede la creencia generalizada de que cualquier instrucción de contenido cognitivo puede tener un efecto inmediato en el que la recibe, que uno tiene tal control sobre la propia mente que puede cambiar a su antojo el estado de la misma. Lo que es seguro es que de la experiencia cotidiana de cada uno no puede proceder.

Siempre me ha divertido mucho la famosa frase de las películas americanas: “el jurado no tendrá en cuenta este testimonio para emitir su veredicto”. Además, como no podría ser de otra forma, esta indicación siempre se produce ante aquellas declaraciones que más han impactado al jurado. Por ejemplo, recuerdo que en Anatomía de un asesinato se ordenaba al jurado: “borre las dos últimas preguntas y respuestas de la señora” acerca de si la protagonista llevaba siempre bragas, prueba importante para el juicio. Yo pensé: ahora deberían enseñarles cómo se hace eso, decirles qué área del cerebro deben dejar inactiva y cómo conseguirlo para que esa información no altere en forma alguna su decisión. No sé, quizá una nueva salida laboral para los psicólogos.

Porque no nos engañemos, si algo va a tener un efecto importante en el cerebro es precisamente aquello sobre lo que le han hecho reparar, aunque sea con el objeto de olvidarlo. Tal vez, el único sitio donde alguien puede ignorar una información de ese tipo sin que repercuta en su funcionamiento cognitivo y en el veredicto final es en una película. Distinto es un juez o un técnico que está preparado para excluir una prueba no válida de un juicio, pero hay que estar entrenado para ello y, aún así, es difícil que no ejerza algún tipo de influencia. La atención siempre produce refuerzo, por lo tanto, la mejor forma de que el jurado no preste atención a un determinado testimonio no es con toda esa parafernalia que monta el abogado hablando con los otros abogados, el fiscal y el juez. Claro, que por otro lado llevan razón, porque de algún modo esa información no debería haber estado en el juicio y no debería formar parte de la evaluación. La mejor manera de que algo pueda olvidarse es que otra cosa de más impacto llame la atención del jurado en ese momento, de lo que se deduce que un buen abogado de película americana debería tener todo tipo de escenas impactantes preparadas para esgrimirlas ante el jurado cuando quiera que se no tenga en cuenta algún testimonio.

De la misma forma uno no puede comportarse como si le hubieran pasado cosas que no han tenido lugar o como si no hubieran pasado cosas que sí han pasado. También me producen mucho desasosiego ese tipo de consejos: “no te quejes, mira a tu amiga, se le ha muerto su madre y no está como tú”, porque cuando esos hechos son reales producen un impacto emocional que el cerebro no puede obviar, algo que no ocurre cuando no han sucedido, por mucho que uno se esfuerce en imaginarlo. Y además, está bien que así sea, porque sería horrible si cualquier acontecimiento que uno pueda imaginarse produjera el mismo efecto que el hecho mismo. Esto sólo sería posible si nuestra mente funcionara de modo distinto a como lo hace. Cualquier suceso real deja huella física en el cerebro; será más o menos intensa, perdurará más o menos, será más o menos accesible, pero nunca lo hará a voluntad propia, igual que tampoco puede hacerlo un hecho no ocurrido ni imaginado. Ya se sabe, nadie escarmienta en cabeza ajena, y hace bien.

A estas alturas todos sabemos, o deberíamos saber, que no se debe decir nunca, a alguien que tiene una depresión, “anímate” o “con la cantidad de cosas buenas que tienes en la vida”, salvo que la intención sea agravar su dolencia. Ni debemos decir a alguien, en plena crisis de pánico, “cálmate”. Qué hacer en el primer caso es complicado, pero hay que saber que él no tiene el control, y que decirle algo así es como decirle a un paralítico “levántate, ¿no ves qué fácil?, sólo tienes que ordenar a tus piernas que se muevan”. En una crisis de pánico, si uno es capaz de conseguir que la atención se dirija hacia otro sitio, habrá dado un gran paso, pero ya sabemos que eso tampoco es fácil.

El ejemplo típico, y que cualquiera puede poner en práctica de forma sencilla, consiste en seguir la siguiente instrucción:

“No pienses en un oso blanco”

Automáticamente aparece la imagen mental de un oso blanco, estímulo poco frecuente y, por tanto, poco probable. No conozco a nadie que haya sido capaz de hacerlo. Bueno, sólo a una persona, que pensó en un oso marrón. Por cierto, es juez.

María José Hernández Lloreda | 27 de octubre de 2007

Comentarios

  1. Ana Lorenzo
    2007-10-29 11:50

    María José: cuánta razón tienes en que lo que impacta al cerebro de una persona no hay forma humana de sacarlo de su cabeza y qué bien ejemplificado está en lo de «El jurado no tendrá en cuenta este testimonio —o las dos últimas preguntas o lo que sea— para emitir el veredicto». Eso es lo que siempre me ha echado atrás en que vaya a ser más justo un juicio con jurado (bueno, eso y varias cosas más); y no es que anden muy justos los jueces, vaya, al menos algunos.
    ¿Crees que lo del imaginar situaciones peores a las de uno cuando uno está pasando un momento malo cuya causa es externa (muerte de un amigo o familiar, enfermedad física grave, pérdida de trabajo, accidente, etc.) es el mismo funcionamiento del cerebro? Quiero decir, para mí era distinta, pero tal y como lo explicas es un mismo funcionamiento que nos protege; en el primer caso alcanza un grado porque la protección no ha de ser tan fuerte, y en el segundo aumenta porque se trata de nuestra vida, así que la protección tiene que ser máxima. ¿Sí? ¿No?
    En el tercer caso que pones me gusta el ejemplo: decir a alguien que tenga depresión «anímate» «es como decirle a un paralítico “levántate, ¿no ves qué fácil?, sólo tienes que ordenar a tus piernas que se muevan”»; una vez me lo ejemplificaron como «es como decirle a un diabético: “venga, produce más insulina, venga, apóyate en mí para hacerlo, que yo te ayudo“».
    En cuanto al famoso oso blanco de Tolstoi. En la tele pusieron un anuncio sobre el «no pensar en el oso blanco», y el protagonista pensaba continuamente en él. Al cabo de un tiempo pusieron otro en que decían que no pensaras en un coche rojo. Yo no sé si alguien pensaba en un coche rojo, pero yo pensaba en el oso blanco, como casi todo el mundo.
    Gracias por tu artículo. Ya ves que me surgen nuevas preguntas.
    Un beso.

  2. Alber
    2007-10-29 12:21

    Es verdad que resulta estúpido decirle a alguien que se queja “no te quejes, que hay mucha gente peor que tú y no se queja tanto”. Pero también es cierto que a mí me ha servido bastante un proceso que no sé si es opuesto, pero que viene a ser una variante del clásico “escarmentar en cabeza ajena”.

    En resumen, yo me he replanteado bastante a fondo mi propia vida cuando a alguien muy cercano le diagnosticaron un cáncer. Estás en la cresta de la ola y, de pronto, alguien te dice que todo se acabó todo de un plumazo. Entonces yo sí que me digo “no te quejes, que podría ser peor; mucho peor”.

  3. María José
    2007-10-29 13:00

    Ana, el mensaje que pretendo dar es que hay que saber un poco cómo funciona la mente y no actuar según nos gustaría que funcionara o creemos que funciona, sobre todo para con los demás. La cuestión es que el hecho de que algo suceda no es igual que la imaginación del mismo, sea para protegernos o sea porque está bien distinguir la realidad de lo que acontece sólo en la mente (si no que se lo pregunten a los que tienen alucinaciones). Pero no quiero decir que imaginar algo no tenga consecuencias, cualquier obsesivo sabe bien que a veces las consecuencias de imaginar algo pueden ser peores que el hecho mismo. Lo que digo es que no es fácil que el resultado sea modelado a voluntad propia.

    Alber, en realidad tu ejemplo avala mi tesis, porque habrás oído mil veces diagnósticos de cáncer que no han cambiado tu vida. Por lo tanto, no es que nadie te haya dicho que “deja de comportarte así porque un día te diagnostican un cáncer y entonces sabrás valorar las cosas de otra forma”. Ha ocurrido un hecho en tu mundo que ha actuado sobre ti. No has escarmentado en cabeza ajena, lo has hecho en la tuya. Aunque entiendo que este último matiz es un poco escurridizo.

  4. David
    2007-10-30 12:25

    En general, María José, estoy de acuerdo con lo que planteas. Sobre todo en lo relativo a que los principios a los que se atiene el funcionamiento psicológico no siempre coinciden con los principios legales ni con los morales. Por ejemplo, es sabido que la contingencia entre la conducta y sus consecuencias ayuda a modificar la primera. Los largos procesos judiciales que, como debe ser, garantizan los derechos del acusado, no ayudan a esto. Por ejemplo, sería bueno que los conductores perdieran su puntos en el justo instante en que cometen la infracción.

    Sin embargo, no comparto que simular que las cosas son como no son sea inútil. Es sabido que cuando se le dice a una persona que los miembros de su grupo son menos resistentes a una prueba de dolor que los de otro grupo (p.ej., hombres vs. mujeres) aumenta el umbral del dolor de esa persona. Lo mismo puede decirse de la agudeza visual. Sería largo de explicar aquí, pero existen experimentos clásicos en Psicología Social que apoyan estas afirmaciones.

    Otra tanto sucede con la “comparación social”. Cuando abandonamos la “certeza” de los fenómenos físicos y nos adentramos en el terreno de lo psicológico y lo social, uno de los principales referentes para determinar si nuestras creencias son acertadas, si somos afortunados o desgraciados, etc., es cómo les va a otros. Solo hay que ver lo “afortunados” que se perciben algunos trabajadores inmigrantes con empleos que nosotros no desearíamos al peor de nuestros enemigos, y lo desafortunados que nos sentimos algunos con unas condiciones de trabajo impensables hace años. Todo depende de cuál se la referencia: un futuro de hambre y una experanza de vida de 40 años o cambiar de coche (a uno mejor) cada cuatro año y no bajar de los 200 metros de casa. Así que en el caso de los deprimidos puede que no funcione, pero en otros lo hace, con frecuencia para mal, a cada instante

    No quiero decir con esto que la realidad se ajuste infinitamente a nuestros deseos y percepciones, sólo que no siempre es bueno traer directamente ejemplos de la realidad física a la psicológica. No es lo mismo ser paralítico, que estar deprimido, aunque ambos inhabiliten para la acción. En definitiva, digo lo mismo que tú. Hay que conocer el funcionamiento de la mente, sólo que encuentro tiene un mayor grado de complejidad. Esto supone incluir principios como, por ejemplo, la profecía autocumplida y el hecho de que lo que pasa dentro de ella no depende exclusivamente de sus características anatómicas y de su funcionamiento bioquímico, aunque está inevitable y muy poderosamente condicionada por ellas.

  5. María José
    2007-10-31 01:38

    Claro, David, yo nunca diría que imaginar algo o una comparación no tiene consecuencias. Lo que digo es que el efecto no puede provocarse siempre de forma voluntaria en la dirección que se quiere. Tu ejemplo, de hecho, va en la dirección de lo que yo digo. No sirve de nada decirle a alguien que se considera desafortunado en su trabajo que mire a los inmigrantes con peores trabajos y más felices, porque las expectativas de unos y otros son distintas, cada cual tiene que funcionar con las suyas no con las de los demás.

    Por supuesto que el funcionamiento de la mente es más complejo, no he entrado mucho en eso. En el texto me limitaba sólo a algo muy concreto, un tipo de mensaje que se da a otro con el convencimiento de que este va a poder aplicarlo tranquilamente.


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