Francisco Serradilla es poeta y doctor en Informática. Su línea principal de investigación se refiere al desarrollo de Softbots (Robots Software) y Agentes Inteligentes en Internet. Ha colaborado abundamentemente con Almacén como articulista. Computación creativa y otros sueños se publicará los 25 de cada mes.
Creo que José Zamorano tiene toda la razón en algo que me comentó el otro día: vivimos en una sociedad que enseña a sus niños las bondades de la colaboración, la ayuda mutua y la generosidad, pero que premia constantemente la competitividad y el quedar por encima de los otros.
¿De dónde surge esta contradicción? Porque unos valores y otros no pueden coexistir, ¿o sí pueden?
En teoría de juegos existe un experimento clásico denominado “el dilema del prisionero”. En este experimento, dos ladrones son detenidos y no habiendo pruebas suficientes para inculparlos, se ofrece un trato a cada uno por separado: confesar a cambio de una disminución de la condena. Si los dos confiesan serán condenados a 6 años. El problema es que si ninguno confiesa, al no haber pruebas suficientes, los dos son condenados a sólo 6 meses. Por otro lado, si uno confiesa y el otro no, el que no ha confesado será condenado a 10 años, y el que ha confesado sale libre.
Tú confiesas | Tú lo niegas | |
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Él confiesa | Ambos son condenados a 6 años. | Él sale libre y tú eres condenado a 10 años. |
Él lo niega | Él es condenado a 10 años y tú sales libre. | Ambos son condenados a 6 meses. |
Según nos enseñan en el colegio, deberíamos colaborar con el otro prisionero, es decir, en este contexto, no confesar. Pero en la vida nos premian por sacar el máximo beneficio de las situaciones, lo que nos recomendaría traicionar, y así, como nuestro socio, que estudió en un buen colegio, va a cooperar no confesando, nosotros conseguiríamos salir libres si confesamos… ¿o no?
Si se hace una simulación por ordenador del dilema del prisionero entre muchos contendientes, podemos comprobar que en una sociedad en la que casi todos colaboran, la traición es una gran ventaja. Unos pocos desalmados obtienen una enorme ganancia entre los “buenos samaritanos” que presentan siempre la otra mejilla. Cuando se encuentran con uno de los otros “traidores” tienen una pérdida importante, pero, al haber pocos, esto no sucede con demasiada frecuencia. Sólo es una desventaja ser un traidor en un entorno en el que hay muchos traidores, pero aún en estos entornos cooperar sería aún peor.
En la realidad incluso contamos con la posibilidad de evaluar si alguien es cooperante o traidor por su apariencia o por sus opiniones. De ahí que en nuestra sociedad a menudo el que es proclive a traicionar se esconde detrás de grandes palabras. Estoy pensando en los políticos, no puedo evitarlo.
En ámbitos muy grandes, en los que la posibilidad de volver a encontrarse con alguien a quien se ha traicionado es baja, puede que traicionar funcione. Pero en entornos reducidos, como el ámbito laboral, por ejemplo, antes o después volveremos a vernos en la tesitura de cooperar o traicionar.
Y lo humanos tienen memoria, después de todo.
Para simular este tipo de situaciones, Robert Axelrod propuso en 1984 el dilema del prisionero iterado, en el cual los mismos contendientes se encontraban varias veces y podían basar sus decisiones en las contiendas pasadas. Axelrod invitó a colegas académicos de todo el mundo a idear estrategias automatizadas para competir en un torneo, en el que todos los competidores se enfrentaban repetidamente intentando a la larga conseguir el máximo beneficio posible.
Después de muchos enfrentamientos entre todos los participantes, la ganadora fue la estrategia “toma y daca”, o “donde las dan, las toman”, es decir, aquella que trataba a cada cual según este te hubiera tratado en el pasado. Cuando un jugador A se enfrentaba a un jugador B, A colaboraba con B si y sólo si en el enfrentamiento anterior entre A y B éste había colaborado, y lo traicionaba si B había traicionado.
Curiosamente algo parecido sucede en la vida real: “coopera con quien coopera, pero no lo hagas con quien quiera aprovecharse de ti”, es una estrategia razonable.
Lo de poner la otra mejilla puede ser muy poético, pero en nuestra sociedad no es práctico (y seguramente en ninguna sociedad posible): ni Maquiavelo ni Jesús habrían ganadosi hubieran jugado al dilema del prisionero.
Referencias:
http://perspicuity.net/sd/pd-brf.html
http://eltamiz.com/elcedazo/2010/11/29/teoria-de-juegos-xiv-dilema-del-prisionero/