Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.
Construir un personaje complejo y lleno de matices suele requerir toda una película para hacerlo completamente bien. La mayor parte de las veces, cuando la historia general se impone a cualquier posible historia particular, los personajes se construyen a base de arquetipos más o menos reconocibles que permitan que avance la trama sin excesiva dificultad. Así, por ejemplo, en una comedia romántica nos suele bastar con saber que él es un chico sensible y enamoradizo o que ella es impulsiva y está un poco loca; o en una película de aventuras suele ser suficiente con dejar claro que el héroe es un tipo duro de buen corazón y parco en palabras; da lo mismo, en realidad: un par de rasgos clave y ya para contar lo que queremos contar nos sirve.
Para comprender en toda su profundidad al Jesse James de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford necesitamos las dos horas que transcurren desde su primera aparición envuelto de misterio y solemnidad y su última escena, en la que deja voluntariamente su revolver en el sofá para que su asesinato sea más sencillo. En medio de esas dos secuencias vemos su dimensión mítica y su laberinto personal, su rol como símbolo de una era y su depresión y su infierno íntimo. La película es el personaje y solo concluye cuando él queda delimitado.
El amigo de familia es una magnífica —como todas— película de Paolo Sorrentino centrada en la figura de Geremia (Giacomo Rizzo), un viejo vecino de la zona del Agro Pontino, no lejos de Roma, vecindad humilde, certámenes de reina de la belleza, llanura enferma de la región de Lazio. Geremia es sastre y tiene un pequeño negocio con tres costureras y tres máquinas de coser, y vive en condiciones misérrimas con su madre impedida, o tal vez es que la señora ya no quiere moverse más. “Tengo el oficio de mi padre”, dice Geremia, que vive en la penumbra, un padre desaparecido del que apenas queda alguna foto que no terminamos de ver. Geremia es tacaño hasta el extremo, ofrece agua a los invitados y se guarda los azucarillos de los cafés que le ofrecen en casas ajenas, anda cojeando y trata de comprar una novia del este que le haga compañía y tal vez le dé sexo a cambio de techo y comida. Porque Geremía es feo como un sapo y viste con harapos y tiene un verbo florido y elástico, meloso y repulsivo, convincente y demoniaco.
Sin embargo van a visitarlo y le llaman amigo y le invitan a café y pasteles en las casas. Un hombre desesperado porque no puede pagar la boda de su hija le pregunta a un conocido de dónde puede sacar el dinero para el banquete. “Ve a ver a Geremia”, dice. “Es feo, y un pesado. No huele demasiado bien. Pero es, como si dijéramos, un amigo de la familia. Lo bueno es que siempre que lo necesitas, él está. Lo malo es que cuando no lo necesitas también está”.
Geremia es un usurero, que presta pequeñas sumas a cambio del cien por cien del interés y de robar el alma y la paz de aquellos a los que presta su dinero. Para cuando sabemos esto ya ha pasado media hora de película y lo único que queremos es saber más, mucho más, de ese viejo desagradable y fascinante.
2012-08-13 18:07
Hola, soy recién llegado. Qué buen artículo, yo también quiero escribir así! Me alegra volver a saber de ti después de tanto tiempo Alberto, aunque me encontré con esta página de forma, digamos, un tanto rocambolesca.
Saludos desde A Coruña.