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Butaca no numerada por Alberto Haj-Saleh

Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.

Contar siempre lo mismo

A pesar de mi (supuesta) cinefilia siempre cuento por aquí que tengo algunas lagunas gordas en mi educación cinematográfica. Una de ellas es Yasujiro Ozu, maestro japonés de la primera mitad de siglo, de quien no he visto siquiera una película. Mi amigo Carlos es un gran fan y me dice que todas las películas de Ozu son prácticamente la misma película: casi siempre te habla de una familia donde hay un gran abismo generacional entre padres e hijos y donde en un momento dado ocurre algo, una “revelación”, que marca un camino de no retorno en la relación entre ambos.

También tenía hace tiempo, lo dije por aquí alguna vez, otro amigo que se negaba a ver películas de Woody Allen porque decía que siempre hacía la misma película. Por supuesto eso es una cabezonería absurda, pero sí es verdad que durante muchos años los elementos de las películas de Allen se han repetido una y otra vez: los personajes burgueses de origen judío de clase alta en Manhattan, la infidelidad, los celos, la crisis de los 40, 50 o 60 según toque, el matrimonio en descomposición… hasta cierto punto es como si la filmografía del director fuese una especie de carrera muy larga y muy dilatada en el tiempo en busca de contar de la mejor manera algo muy importante para él, una obsesión, que intenta perfeccionar en cada película con mayor o menor éxito.

El truco, se supone, es contar una y otra vez la misma historia de manera que sea reconocible pero parezca siempre diferente.

La semana pasada vi Sueño y silencio, cuarto largometraje de Jaime Rosales, director del que ya vi las tres anteriores. El esquema de las películas de Rosales siempre es el mismo, se podría decir que su objetivo es siempre contar el mismo hecho: el momento en el que una vida más o menos corriente sufre un choc a causa de un acontecimiento extremo que cambia para siempre el devenir de las vidas de sus protagonistas o, ojo a esto, el devenir del espectador en cuanto espectador de esa película.

Para ello, Rosales se aparta voluntariamente de la narratividad más clásica y se limita a dar una visión aparentemente costumbrista y banal del día a día de sus protagonistas: sus actividades cotidianas, sus conversaciones poco interesantes, sus quehaceres domésticos… hasta que ocurre ese “algo” que convulsiona la vida gris —porque siempre es gris— que está mostrando. En Las soledad ese hecho es una bomba que estalla en un autobús de línea donde viaja la protagonista; en Las horas del día y en Tiro en la cabeza la convulsión la sufre sólo el espectador, ya que lo que se muestra en pantalla es el intermedio cotidiano de dos personajes de condición extrema, un asesino en serie y un terrorista de ETA. Cada una de esas tres películas aportaba un nuevo punto de vista, un plus, un algo diferente. En Las horas del día la mirada del espectador hacia su aburrido protagonista cambia de tal modo que cada cosa que hace después de su primer asesinato es vista con nuevos ojos, a pesar de que sigue haciendo lo mismo que antes de matar. En La soledad la segunda mitad de la película es una repetición de la primera solo que con silencios donde antes había conversaciones cotidianas. En Tiro en la cabeza, en fin, se consigue generar una ansiedad inmensa al aproximarse al momento final en el que irremediablemente el terrorista volverá a actuar.

Sueño y silencio falla en todo esto. Rosales vuelve a contar la misma historia que en La soledad, con pocas diferencias, una bomba allí, un accidente de tráfico aquí. Experimenta con texturas, con el blanco y negro, ha ganado en maestría estética, en puesta en escena, en composición de la imagen. Pero no hay ningún aporte más a lo que estamos viendo que no haya contado ya en La soledad, no hay una vuelta de tuerca, no hay un perfeccionamiento, no hay matices. Una familia se desmorona a causa de una muerte injusta e inesperada y asistimos a su proceso de descomposición e intento de recomposición. Ese hecho excepcional, esa muerte inesperada, divide la película en dos y nos hace ver a sus protagonistas en dos cotidianeidades diferentes, marcadas por la ausencia y por la violencia. Y en cualquier caso yo no dejaba de preguntarme exactamente por qué Rosales vuelve a hacer la misma película sin intentar dar un paso hacia adelante, sin explicar más, sin explicar mejor. Tal vez, sólo tal vez, ya no tiene mucho más que contar…

Alberto Haj-Saleh | 20 de junio de 2012

Comentarios

  1. Roberto Amaba
    2012-06-20 15:14

    Alberto mira el lado bueno de lo de Ozu.

    Cuando haya una invasión alienígena de esas que se alimentarán con nuestros cerebros, seguro que antes nos harán un escáner para ver qué se van a zampar. En el tuyo no verán rastros de Ozu y en cambio verán un montoncito de pulsos y conexiones nerviosas de Jaime Rosales… ¡y te librarás!

    Bueno, la verdad es que los cinéfilos en general tendrían bastante fácil librarse.

    Un saludo.

    PS. Creo que era Renoir el que decía eso de que él como cineasta siempre se encontraba haciendo la misma película; no me hagas mucho caso. Luego está la interesante discusión que siempre ha habido para saber qué prevalece en esto de la repetición y reelaboración en el arte: el estilo y los intereses, la pura y dura neurosis o la interacción de ambas y de algunas más.

  2. gatavagabunda
    2012-06-20 16:54

    Para mí la gran diferencia entre La soledad y Sueño y silencio es el lirismo. Pido perdón inmediatamente por haber dicho “lirismo”, pero esa es la principal evolución que yo veo entre dos historias que, efectivamente, se parecen mucho.

  3. c.º
    2012-06-24 09:44

    El festín grande se lo van a dar, Roberto, cuando enganchen a un fan de John Waters ;)

    pd: Sí, creo que era Renoir. Además, lo decía de una forma muy bonita: siempre hacemos la misma película, pero cambiamos de orden los fotogramas una y otra vez.


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