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Butaca no numerada por Alberto Haj-Saleh

Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.

Ay, Le Havre...

La semana pasada escribí sobre la crítica en general y utilicé un ejemplo de crítica de película que no había visto aún, Le Havre, de Aki Kaurismäki. Como suele pasar, muchos no se leyeron la columna, o no más que las dos primeras líneas, lo suficiente para en los comentarios cantaran sus alabanzas o dijesen que es un asco.

Pero luego la vi. Vi Le Havre y entendí, entendí casi todo lo que había leído hasta ahora, lo bueno y lo malo. Entendí, por ejemplo, que el cinismo o el apego a la realidad son dos venenos para esta película, que desde el principio te dice que vamos a jugar a un juego cuyas reglas no se parecen a las del mundo real. Como hacen los niños en el patio del colegio, la película se asoma a la pantalla y dice a los que están sentados al otro lado: “¿Vale que un limpiabotas puede ser un héroe de cuento? ¿Vale que puede vivir en un barrio lleno de gente buena? ¿Vale que el policía tapa un corazón enorme con un armazón indiferente y a ratos sarcástico? ¿Vale qué…?”

El Havre es espacio de frontera pura, de división entre dos mundos, una suerte de lugar encantado donde todos parecen arrastrar una historia de otra parte que ha terminado por llevarles allí, de un modo u otro. Como en una historia de fantasía clásica, el pequeño Idrissa es uno de tantos niños perdidos que se ven envueltos en una aventura inesperada donde para pasar del punto A al punto B es necesario atravesar el punto A-B donde hay magos, hadas, elfos, duendes, brujas y ogros. Aquí con forma de limpiabotas, de panadera, de frutero o de bluesman, de policía de inmigración o de propietaria de bar, seres de ensueño en cualquier caso.

Dicen por ahí que la película pasa por encima de los problemas de la inmigración en Francia, o de las mafias que mueven africanos hacia el Reino Unido; por otra parte leí que sí, claro, seguramente todos los desheredados que viven cerca del muelle de Le Havre son puros de corazón y harían cualquier cosa por un pobre niño africano perdido. Para mí todo eso es ruido de fondo, es como decir que es imposible que Indiana Jones encontrase el Arca de la Alianza o que la física se opone a que Doc invente una máquina del tiempo que lleve a Marty McFly a 1955.

A ver Le Havre hay que ir con ganas de atravesar el bosque mágico y enfrentarse al dragón. Verla de otro modo es perder el tiempo, el tuyo y el de la película.

Alberto Haj-Saleh | 18 de enero de 2012

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