Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.
Cada vez que en una película un personaje se ve obligado a elegir entre una salida u otra, el aspecto fundamental de esa elección es que sea coherente, es decir, que la decisión que se toma tenga sentido a la vista de cómo ha actuado y se ha comportado dicho personaje hasta el momento. Eso hace que nadie se sorprenda cuando el héroe se sacrifica o el villano cobarde huye, actúan tal cual se les supone, no hay conflicto, no hay manos en la cabeza. ¿Cuándo se acepta que esa sorpresa suceda? Cuando hay un engaño, algo que no sabíamos pero que se revela al final, transformando nuestra percepción de la historia. Por ejemplo, cuando —SPOILERS— Edward Norton se revela como un inteligente asesino a sangre fría y no como un pobre niño esquizofrénico muerto de miedo al final de Las dos caras de la verdad, el personaje no deja de ser coherente, sólo que lo es con respecto a una verdad que ha estado oculta hasta el final.
Sin embargo a veces, en muchas de las mejores películas, el personaje toma una decisión que choca con lo que se ha visto hasta el momento, y ahí es cuando caminamos por un sendero espinoso. Con una película más bien mediocre como También la lluvia, de Icíar Bollain, mi hermano y yo tuvimos una discusión a la salida del cine acerca de la coherencia de la decisión final que toma Luis Tosar, hasta entonces un perfecto cínico cabroncete en su papel de productor de la película que se está rodando dentro de la historia. Él decía que hasta ese momento nada hacía presagiar que ese personaje fuese a hacer la más mínima acción noble; yo le decía que el carácter visceral del personaje podría llevar a pensar que ese cambio de actitud era posible.
Yo compré y él no, esa es la realidad. Y ese es el talento (o no) del guionista que escribe la historia y del realizador que la dirige. Reformulemos la regla, pues: el personaje puede hacer algo completamente incoherente con su comportamiento hasta ese momento, pero debe convencernos de que esa incoherencia yacía latente en su personalidad, más allá de sus actos, en todo aquello que no hace sino que, entre líneas, se le adivina.
2011-12-01 10:59
O sea, ¿una incoherencia coherente?
2011-12-01 13:23
Más o menos. Una incoherencia creíble, si lo prefieres.