Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.
Dentro de esos subgéneros que se van conformando poco a poco en el cine, matizando y acotando mucho más a los clásicos “Drama”, “Comedia”, “Bélico”, “Western”, etc., uno de los más recurrente en los últimos años por parte del cine europeo es el de las familias aparentemente normales que esconden una profunda disfuncionalidad. Algunas cinematografías, como la escandinava, la francesa o últimamente la catalana han hecho numerosas aproximaciones al tema, de manera que más o menos uno puede dibujar con bastante facilidad a los personajes que van a poblar dichos filmes antes de que empiecen.
Llegados a este punto, donde la originalidad ya no va a ser la virtud de la historia, lo que queda para que la cosa funcione es todo lo que consigue Mar Coll en Tres días con la familia: delicadeza en el modo de filmar, dominio absoluto del tiempo narrativo y sobre todo un elenco de actores magnífico que se transmuta en una familia real y palpable, sobrecogedora de tan real.
Ahí reside la fuerza enorme de esta película: los personajes no son excesivos ni tienen grandes historias detrás, sus dramas son perfectamente insignificantes, distan muchos de ser más grandes que la vida. Cuatro hermanos y sus respectivas familias se reúnen para enterrar a su padre, y eso es todo. Las parejas se separan constantemente, los hijos que viven fuera muchas veces regresan, hay hermanos que suelen llevar la voz cantante y otros que son rebeldes, nada de eso es excepcional. Pero examinados desde el microscopio no hay familia que sea normal, y esos disfuncionales no son más que versiones filmadas de lo que encontramos en cualquier casa, en la de ustedes, en la mía, en la de cualquier otro. El escalofrío viene de comprobar que el espejo distorsionado de la pantalla de cine distorsiona mucho menos de lo que nos gustaría.
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No me pagan por esto, pero no puedo dejar de recomendar la plataforma cinematográfica Filmin, que cuenta con un catálogo excepcional de cine en su mayoría autoral y español. Esta película, y Old Joy, de la que hablé la semana pasada, están entre sus títulos (a dos o tres euros, porca miseria), pero la sensación de felicidad que da a cualquier cinéfilo perderse entre las películas que ofertan es plena. Larga vida a Filmin.
2011-10-20 02:15
Estupenda la peli de Mar Coll, que por cierto tuvo una importante presencia en los Goya. ¡Que haya muchos más debutantes así!