Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.
Sidney Lumet tenía mi edad, treinta y tres años, cuando dirigió su primera película, Doce hombres sin piedad, en 1957. La película es una obra maestra incontestable, un ejercicio estilístico, ambiental y de dirección de actores asombroso, una clase irrepetible de cómo sacar petróleo de un solo escenario y una historia con la suficiente fuerza. Lumet empezaba en el cine llegando allí donde sólo otros cuantos podrían llegar en toda su vida.
Sidney Lumet había cumplido los ochenta y dos cuando se estrenó Antes que el diablo sepa que has muerto, su última película, un relato atroz y desolador sobre la miseria y la mezquindad más profunda del ser humano, una genialidad inconmensurable que pocos directores a día de hoy pueden llegar siquiera a soñar hacer.
Disculpen que no diga mucho más. Sólo que lo voy a echar mucho de menos.