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Butaca no numerada por Alberto Haj-Saleh

Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.

A quién le importa

Estoy leyendo estos días El director es la estrella, un libro de Peter Bogdanovich en el que entrevista a varios directores de cine clásico norteamericano (aunque no todos los entrevistados son norteamericanos), en algunos casos con mucha profundidad. El libro, si obviamos la larguísima introducción en la que Bogdanovich habla de sí mismo todo el rato, es una gozada por muchas razones: porque el entrevistador se preocupa de hacer hablar a los directores sobre todas sus películas una por una, porque hay un millón de anécdotas estupendas que se cuentan, y sobre todo porque leyendo las respuestas de
Allan Dwan o de Howard Hawks uno se vuelve a colocar delante de una manera muy concreta de hacer cine, un modo mucho más artesanal y con una vocación de sencillez y de entretenimiento tal vez más sincera y frontal que la contemporánea. Es cierto: la nostalgia cinéfila del “cualquier tiempo pasado fue mejor” es un asco, pero reconozcamos qe al menos en ciertas cosas el cine ha ido hacia atrás (y en otras ha pegado un acelerón).

Howard Hawks explica en un momento dado algo que, aunque suena perogrullesco, suena a regla fundamental. Dice algo así como: “Si una película es de aviones, tienes que empezar haciendo cosas con el avión; si es de guerra, tienes que empezar dando tiros”. El objetivo del director, según Hawks, es que en los primeros minutos de película los espectadores sepan dónde están, quiénes son esos dos que están en pantalla y, sobre todo, que les importen. Esto no es ninguna tontería: para Hawks es importantísimo que al espectador le importe mucho el protagonista.

De nuevo acudo a mi biblia en lo que a libros de cine se refiere. En Aventuras de un guionista en Hollywood, William Goldman cuenta que al final del rodaje de su primer éxito como guionista, Harper, detective privado (1966), protagonizada por Paul Newman, el productor del filme le dijo que tenía que escribir una escena para los créditos. Sí, la película estaba casi acabada pero se dieron cuenta que no tenían nada para enseñar mientras salían los títulos del principio, así que rápidamente y en media hora Goldman escribió una secuencia introductoria en la que Newman se despertaba en su oficina, miraba una foto, intentaba hacer café pero no tenia filtro, recuperaba un filtro de la basura, hacía el café, abría el periódico, probaba el café y le sabía a rayos…

Goldman asistió a un pase de la película y observó algo asombroso: la gente adoraba aquella escena inicial. En seguida congeniaba con Newman y se identificaba con él, se reían de la cara que ponía al probar ese café que estaba espantoso y para cuando los títulos de crédito terminaban ya estaban completamente implicados con el protagonista, ya les importaba de verdad todo lo que le fuera a pasar.

Por eso una película tan brillante en tantos aspectos como La red social (The Social Network) de David Fincher me ha dejado un tanto frío. Porque la impresión final que tengo es que la película se sostiene principalmente por el interés intrínseco que genera lo que está contando y, sí, claro, porque está muy bien narrado. Pero, entre ustedes y yo, no conseguí que ningún personaje de la película me importase un bledo. Y no sé si eso es demasiado definitivo a la hora de apreciarla.

Alberto Haj-Saleh | 24 de noviembre de 2010

Comentarios

  1. lablanco
    2010-11-24 11:12

    Es lógico que no te importen un bledo, son una panda de machistas egocéntricos cuyo único objetivo es ligar y hacerse multimillonarios.

    Estoy muy de acuerdo que la presentación de personajes es uno de los aspectos fundamentales de cualquier película. Me vienen a la cabeza los soberbios diez primeros minutos de Magnolia, donde Paul Thomas Anderson consigue introducir a su maravilloso reparto coral de tal manera que sepamos quién son y cómo son los diez-doce tipos con los que pasaremos las siguientes tres horas.

  2. Guillermo Zapata
    2010-11-24 19:08

    ¡Nooo! ¡Nooooooooooooajjjjjj!

    Ahora imaginemos que lo que La Red Social quiere transmitir emocionalmente es frialdad.

    Ahora imaginemos que lo que la red social quiere transmitir es el fin de la empatia.

    La muerte del alma, vamos.

    A mi me parece muy pero que muy bien que te hagan coger distancia con esos personajes. Bastante más torticero y repugnante me parece descubrir que el anormal de Charles Foster Cane echaba de menos su trineito porque tenía un corazón, en el fondo.

    Vuelvo a mi cueva. Disculpen por el exabrupto


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