Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.
I saw the best minds of my generation destroyed by
madness, starving hysterical naked,
dragging themselves through the negro streets at dawn
looking for an angry fix,
angelheaded hipsters burning for the ancient heavenly connection to the starry dynamo in the machinery of night
Howl – Allen Ginsberg
Howl es una película dirigida por Rob Epstein y Jeffrey Friedman, normalmente directores de documentales, que pasó por Sundance y por Berlín a lo largo de este año 2010. El nombre viene del poema Aullido, publicado en 1956 por el poeta Allen Ginsberg, portavoz poético de la Generación Beat y a la vez figura literaria destacada del movimiento hippie norteamericano.
La película toma la forma de un falso semi-documental biográfico de Ginsberg, centrándose en un momento concreto de su vida: cuando el editor Lawrence Ferlinghetti decidió publicar Howl en su editorial City Lights y casi inmediatamente el libro fue secuestrado y Ferlinghetti juzgado por obscenidad. El film sigue tres líneas que entrecruza: por un lado flashbacks en blanco y negro de la vida de Ginsberg (James Franco) antes de la publicación del libro; por otro escenas del juicio por obscenidad a Ferlinghetti; y por último una entrevista que le hace alguien —posiblemente un periodista— al poeta durante el período en el que se celebra el juicio.
La película me interesó independientemente de cualquier consideración sobre su calidad cinematográfica o su nivel; creo que las interpretaciones son más bien debiluchas y que la parte más dramática a priori, el juicio, no genera ningún tipo de inquietud en el espectador. Aún así me interesó por mi desconocimiento del personaje y de las circunstancias, y por una extraña filia que siento hacia las películas que contienen escenas de tribunales. Pero sobre todo me interesó por la estructura que plantean sus directores, que da una sensación de extrañamiento, de rara sustitución del discurso.
Intentaré explicarme: la película imita los modos del documental pero sin ahorrar la más mínima dramatización de sus elementos, sin imitar la texturas típicas del cine de no ficción o sin introducir imágenes de archivo (hasta el mismo final de la historia). Pero aún así juega a ser un documental y coloca a James Franco en la posición del protagonista de ese documental: sus respuestas al entrevistador son larguísimas y complejas, llenas de interés… pero al mismo tiempo impostadas. Porque ese tipo NO es Ginsberg, sino alguien que ha memorizado esas largas respuestas, y la sensación de que uno hubiese preferido escuchar la grabación original y ya está.
Y sin embargo hay algo realmente sorprendente en la película: el uso y protagonismo del propio poema del título, que funciona como bajo constante, como marcador de ritmo de la acción. Antes hablé de las tres líneas que sigue el film pero hice algo de trampas y me salté deliberadamente una cuarta: Ginsberg presentando el poema en un club nocturno delante de un público selecto que incluye a sus compañeros beat, gente como Kerouak o Cassady. A lo largo del metraje vamos volviendo regularmente a ese Club donde el poeta recita la totalidad de Aullido, las treinta páginas de principio a fin, subiendo de intensidad, funcionando de guía, de subrayador de la historia. El poema termina por todo lo alto y la euforia se contagia al espectador, que debe pararse un momento a reflexionar sobre por qué ha terminado de pie y con la boca seca.
2010-09-18 17:15
Ferlinghetti está vivo en San Francisco
Sobreviviente de la generación beat de Ginsberg, Kerouac, Burrouhgs
Qué horror, qué placer, Lawrence Ferlinghetti está vivo en San Francisco y Joaquín Vergara, periodista chileno, que llegó antes que el tranvía a la mítica ciudad, no sólo no lo conoce, sino hace oídos sordos a mi súplica que lo ubique para conversar algunas cosas sobre poesía, de su ciudad, Kerouac, Ginsberg, los beatnik, el mundo que es una margarita en un racimo de bombas subterráneas. La poesía se deshoja con una granada en la mano y en la otra no sabemos qué verso se está cocinando. Ferlinghetti sabe qué se está cocinando.
Al diablo, me digo, qué saben los periodistas de poesía, y me pongo a buscar en mi vieja biblioteca alguna huella de Ferlinghetti y recuerdo que un marica de teatro, panameño, me robó Aullido (Howl), de Allen Ginsberg, otro santón carismático de San Francisco, el padre espiritual del Flower Power y del Hippismo. Aún siento los aullidos de ese libro perdido. No lo he vuelto a comprar, el griego vende a unos precios horrorosos, y hace creer que es un duende quien marca y remarca los nuevos valores que les asigna de noche a los poemarios para hundirnos en la oscuridad de la palabra escrita.
Ginsberg gimió el primer borrador de Aullido, vomitó sus versos, los expulsó de sus vísceras, en un recital, una noche mítica del 55 en la Galería Six, el día del reencantamiento del público y la poesía en San Francisco. “La mente es la belleza de la forma”, decía Ginsberg. Un chillido rítmico supurante de la sociedad y sus comparsas, subterráneos sonidos, vociferantes formas, se instala en la cátedra de la desolación, un camino de presagios, lo que viene.
Ahí está Ezra Pound con su gusanillo atornillado a la garganta del poema, con sus cantos y ecos mayores, desde Lorca a Whitman, Blake, y más. Ginsberg, además de ser un gran poeta que marcó el rumbo a la poesía en Estados Unidos en el siglo XX, fue un luchador social incansable, un detonante silencioso, ruidos, solitario, de las grandes masas subterráneas, un espíritu generoso de época, alguien especial, abierto, desprendido, solidario, amigo de sus amigos, y supo compartir el catre, la vida todo, con sus compañeros de juego. Una leyenda más allá de las fronteras de Estados Unidos, vaciado de su propio Espíritu Santo. Ángel y Demonio, arrastró la estrella fugaz descolgada de un balcón en San Francisco. Desnudo ante su espejo trizado avanza por Denver, Colorado, sin fronteras, en las rocas rojas bajo las montañas de un sol rojo, en Colorado, espacio mítico de los beat. Y en Aullido dice, proclama la sociedad contaminada de dolor, muerte, subterránea, agónica, enfrentada al establecimiento… y habla también de quienes viajaron a Denver, murieron en Denver, que volvían a Denver; que velaron por Denver y meditaron y andaban solos en Denver y finalmente se fueron lejos para averiguar el tiempo, y ahora Denver extraña a sus héroes.
Si Ferlinghetti lee esta nota, sabrá de qué estoy hablando. Busco una vieja antología de poesía norteamericana de tapas gruesas, blanca, editada por Ernesto Cardenal. Este es el proceso, puesta en escena, atmósfera para entrar en Ferlinghetti, comunicarme con la memoria, y rodar por un San Francisco que no conozco. Me acompaña un señalizador mágico de libros que me envió mi amor con un tranvía ascendiendo por las calles que llevan al cielo en Fan Francisco y detrás la Bahía. Unas nubes delgadas, esponjosas, de algodón empañan el cielo azul de San Francisco, pero no se borra.
Hace muchos años me imagino, adivino la ciudad, viajo insomne, asciendo por sus calles, en algún bar me detengo, toco la madera del mesón, miro a mi alrededor, un cielo azul me espera para inaugurar el día con una buena cerveza y caminar las calles sin tiempo.
San Francisco, California, es tierra gemela con Valparaíso, Viña del Mar, la costa central de Chile, ambas tienen la misma geografía, la falla geológica, telúrica, el mar, las calles empinadas. Frutas de un mismo paraíso, ambas ciudades son secretas canciones de marineros, nostálgicas bahías bohemias, sus cerros imitan las escaleras al cielo, pero son terrenas, frutas de un mismo árbol, la poesía. Puertos del Pacífico, ciudades hermanas en el lenguaje telúrico de la tierra, balcones de asombro. Ventanas que miran más allá del mar, sin límites los ojos de la ciudad que sabe ser íntima, personal, callada, auténtica. Portal a Oriente de Estados Unidos, le llama Rudyard Kipling a San Francisco, y serena indiferencia al destino, guardiana de dos continentes, le dice Bret Harte y Shapiro, el último rincón de los bohemios. Es en ese escenario que aparece Ferlinguetthi en 1950, ciudad de jazz, poesía, bohemia pura, de calles plateadas por la luna, con su inconfundible habla coloquial. Ginsberg, Kerouac, James Harmon, Gregory Corso, Philip Walen, Michael McLure, Robert Creeley y Gary Snyder.
No nos vayamos fuera de la línea del tranvía, hacia una ascensión equivocada, que no sea otra que la palabra en el poema. Ferlinghetti ya está instalado con los santones de San Francisco, el movimiento Beat, la nueva poesía contaminada con la vida, sin adornos, destemplada, y se apoya en Pound: “el objeto en su naturalidad es siempre el símbolo adecuado”. Pound decía que la poesía es el lenguaje cargado de intencionalidad, y los poetas beats jugaron esa carta con Ginsberg a la cabeza, abriéndole los sentidos a la palabra, al poema, al máximo, en caliente y tiempo real. Un grito, un aullido, un estallido. Los beat nacían en 1958, según el Time. En los 70, fundaría Ginsberg con Anne Walden en Boulder, Colorado, una escuela alternativa para enseñar poesía y brindar oportunidades de trabajo a la gente joven. La llamó The Jack Kerouac School of Disembodied Poetics.
Detrás de ellos o delante, Burroughs, Ginsberg y Kerouac. Especialmente Kerouac, que sostenía que había que escribir de acuerdo con las leyes del orgasmo, a toda prisa, hasta sentir calambre, con intensidad. Era el iluminado entre San Francisco y Denver, que llevó a decir a H. Muller, que quizás la prosa norteamericana no se recupere más después de Kerouac. Y más atrás, no del movimiento beat, sino de la inspiración de Ginsberg, Whitman y William Carlos William junto al ya comentado viejo Ezra. Ahí está el circuito más o menos cerrado, más o menos abierto, como debe ser.
Cuando Nicanor Parra estuvo en Estados Unidos a fines de los sesenta, Ginsberg leyó un poema de él en inglés (máximo honor para un visitante), porque el poeta chileno había sido escogido como el poeta de una reunión internacional. Sin duda la poética de Parra está vinculada con ese movimiento, una poesía desgrasada, pero sacada de la calle, del subterráneo psicológico del individuo, del hollín de sus días. Cada poema en sus pisos de doble fondo, la máscara y la ironía, una corriente fría, electrizante, la palabra deshuesada, pero no invicta, sí renovada, usada de una manera sin uso. Ginsberg ya había estado en Chile tres meses, y en una entrevista que es historia, el poeta chileno Jorge Teillier lo describió así: “Su aspecto varía entre el de predicador religioso, comerciante ambulante y guerrillero cubano: frondosa barba, melena, desaliñado atuendo y un equipaje consistente en un gran bolso de buhonero y una caja de cartón”.
El estante me devuelve la mirada, busco, todo está cambiado desde que saqué a asolear los libros este verano, para quitarles la humedad tropical, el camino más corto para que se desintegre la palabra, con lo floja que está la verdad en estos tiempos. Blake, Michaux, Eliot, Diego, Cardenal, Kavafis, Cáceres, y van saliendo, pero la antología blanca no hace la menor seña. Sigo con el texto.
Ferlinghetti es el sobreviviente de todo ese movimiento, una generación que Ginsberg, dijo en Aullido, la vio morir, perderse en la droga, los talentos se volaban los sesos en las calles, con alcohol y fornicaciones sublimes. Dueño de la célebre librería y editorial City Lights de San Francisco.
En el recital que dio un viernes 13 de 2002, en México, dijo: “Soy un artista de los medios publicitarios… Soy el más avant de los avant… Soy el poeta que ha deshecho el idioma…. Yo pinto imágenes profundas… Le escribo canciones a la gente común… Estoy muy joven para morir”. Eran sólo algunas de las ideas que mostraba Lawrence Ferlinghetti en su poema “Poeta ciego”, que él mismo leyó entre varios más. Y volvió a México a principios de este año y a sus 84 años, editó el libro La noche mexicana.
Ferlinghetti creía en el trabajo poético, hacer el poema, laborar la palabra, y no quedarse en una primera intención como preconizaba Ginsberg: la total naturalidad del texto. Ferlinghetti es un hijo autorizado de la búsqueda, muy próximo al innovador constante, Ezra Pound, al corrector incorregible. Es una voz en medio de muchas voces, recoge los escombros del mundo y levanta sus edificaciones, “Será una voz mestiza / una voz políglota cantando / tarde en la noche / en las extendidas llanuras / donde la desaparición de las luciérnagas / señala el amanecer de una época”.
Es un crítico de su tiempo, revaloriza el caos, un cronista, registra la atmósfera, las cosas. Ha sido enviado, dicen sus versos, “a describir la vida / en el planeta tierra / a contar las historias / de qué Cuándo Dónde Cómo y Por qué”.
Poeta de la coyuntura, podríamos decir también, de los hechos, la actualidad factual, del presente porque cree en un mañana mejor, y desde su época beat Ferlinghetti se ha jugado esa carta del hoy, porque mañana puede ser demasiado tarde. Un poeta del presente inmediato pero con visión de futuro: “Entonces ahora es el momento para que hablen / Todos ustedes amantes de la libertad / Todos ustedes amantes de perseguir la felicidad / Todos ustedes amantes y dormidos / Profundamente en sus sueños privados / Ahora es la hora para que hablen / Oh mayoría silenciosa / Antes de que vengan por ustedes”.
Quizás esa generación beat podría definirse como la que asaltó el sueño americano, no le arrancó la cabellera, tal vez algunas plumas, pero sentó el precedente de la inconformidad del sistema, se desintegró con él, le prendió fuego e inauguró un nuevo espíritu para la poesía, la sociedad en rebeldía y terminó inmolándose físicamente más allá del poema. Generación que usó la jeringuilla abiertamente en los sótanos del alma y se paseó desnuda por las aceras de la vida norteamericana, no comulgó con Vietnam, amó la paz por sobre todas las lápidas de la vida y aun así subió al caballo de la muerte para alcanzar la victoria.
El poeta y editor de City Lights es lo que nos queda de la leyenda beat, y para él son estas líneas.
Una de las famosas frases de Ferlinghetti es: yo veo lo que ustedes no ven. Y fue lo que me ayudó a encontrar la vieja antología norteamericana, pero ya el texto estaba escrito.
Está en mis manos la edición Aguilar, pero no está tan blanca, el tiempo, los viajes, las bibliotecas, las manos, me dicen que nosotros, los de antes, ya no somos los mismos, y los libros tampoco.
El poeta como pescador
L. Ferlinghetti
A medida que envejezco
percibo que la vida
tiene la cola en la boca
y otros poetas y otros pintores
ya no encarnan para mí
ningún tipo de competencia
El cielo es el desafío
el cielo
que aún debe ser descifrado
ese alto cielo
ante el que caen agobiados
los astrónomos
con sus grandes orejas electrónicas
ese cielo
que nos susurra constante
los secretos finales del universo
el mismo que respira
hacia adentro hacia fuera
como si fuera el interior de una boca
del cosmos
el mismo cielo
que es el borde de la tierra
y del mar también
el cielo
de voces múltiples y ningún dios
rodeando un océano de sonido
que devuelve ecos
como las olas
que estallan en el murallón
Poemas enteros
diccionarios completos
enrollándose
en la explosión de un trueno
Cada atardecer un cuadro instantáneo
cada nube un libro de sombras
a través de las que vuelan salvajes
las vocales de los pájaros
que llorarán repentinamente
Ese firmamento para el pescador
está despejado
a pesar de las nubes oscuras
Él lo observa
lo estima por lo que es:
el espejo del mar
a punto de precipitarse sobre él
en su bote de madera
al filo del horizonte oscuro
Nosotros lo imaginamos como un poeta
siempre cara a cara con la vieja realidad
donde los pájaros nunca vuelan
antes de la tormenta
No lo dudes
él sabe lo que caerá desde las alturas
antes de que amanezca
él es su propio vigía
en su embarcación
atento al sonido del universo
dando cuenta de las visiones
de la tierra de lo viviente
con su voz poderosa