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Butaca no numerada por Alberto Haj-Saleh

Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.

Una simple película

Determinadas películas tienen la extraña capacidad de traspasar los límites lógicos impuestos por la pantalla y de impregnar de realidad lo que a priori es un simple ejercicio de ficción. Resulta muy difícil abstraerse del hecho de que Massimo Troisi apenas se tenía en pie durante el final del rodaje de El Cartero (y Pablo Neruda) (Il postino, Michael Radford, 1994), doblado por la enfermedad que le impidió ver terminada la película ni disfrutar de su inesperada nominación al Oscar al mejor actor.

Hace tiempo, Nacho Vigalondo hablaba por aquí de su “mirada a cámara” favorita en la historia del cine, es decir, ese momento en el que uno de los actores se pasa por el forro la cuarta pared y se dirige directamente al espectador. Se refiere a una secuencia El tesoro de Sierra Madre (The treasure of the Sierra Madre, 1948) en la que Walter Huston, padre del director de la película, es mimado por unas cuantas nativas mientras se fuma un canuto. El viejo Huston de repente mira directamente a la cámara y sonríe cómplice al espectador, y a la vez sonríe a su hijo, y si sabemos eso, la sonrisa encierra un significado mucho mayor (y mucho más divertido).

Precisamente John Huston es el director que más me ha provocado esa sensación de que la película salía de su jaula de ficción para cargarse de sentido extracinematográficamente. Concretamente en dos de sus obras maestras (y tiene unas cuantas): por un lado la atmósfera de despedida y de fin de una época de Dublineses (The Dead, 1988), que coge la sobrecogedora forma de testamento cinematográfico y vital de su director, que aguantó vivo lo justo para terminarla.

Y sobre todo está Vidas Rebeldes (The misfits, 1961), claro. Clark Gable es un viejo vaquero que caza algunos de los pocos caballos salvajes que quedan en Nevada, un hombre de otro tiempo en un mundo en el que ya no tiene cabida gente como él. Marilyn Monroe es una mujer inmersa en un proceso depresivo por su divorcio. Montgomery Clift es un jinete de rodeo que se les une en una última caza de caballos. Durante toda la película rezuman soledad y desesperación, proyectando una permanente sensación de huida en cada movimiento que hacen.

Aquí está una foto que hizo Elliot Erwitt para la agencia Magnum en un descanso del rodaje.

Obsérvenla bien. En la parte superior, arriba del todo, está Arthur Miller, dramaturgo y guionista de la película; también era entonces el marido de Marilyn, a la que adoraba, y de hecho escribió la película para ella. Poco después se divorciaron.

Debajo están los tres protagonistas. Marilyn estaba metida en una vorágine personal que incluía adicción a los barbitúricos y excesos con el alcohol, su segundo matrimonio yendo a la deriva y oscuras relaciones con John y Robert Kennedy que estaban en boca de todos los periodistas de cotilleo y no tan de cotilleo. Apenas un año después, Marilyn se quitó la vida a los 36 años con una sobredosis de medicamentos en su propia casa, sin terminar la película que estaba rodando. Vidas Rebeldes fue su última aparición en la pantalla grande.

A la derecha de la foto, junto a la actriz, está Gable, posiblemente la mayor estrella masculina del cine todos los tiempos junto con Humphrey Bogart y John Wayne. Su cara tiene un aspecto cansado, a punto de cumplir los sesenta, su personaje en la película parece una recreación de sí mismo. Apenas dos semanas después de terminar el rodaje, un ataque cardiaco acabó con su vida y fue enterrado junto a su esposa, Carole Lombard, que había muerto dieciocho años antes en un accidente de aviación.

Al otro lado de Marilyn está sentado sobre una caja Montgomery Clift, que en 1955 sufrió un accidente de tráfico que desfiguró su cara, una de las más hermosas de Hollywood. Los cirujanos plásticos se la reconstruyeron, pero la expresión de Clift cambió para siempre, adoptando un aire entre ido y lunático, con la mirada extraviada y desprovista de alegría. En la foto tenía cuarenta años cumplidos y una dependencia absoluta de los calmantes y el alcohol, inmerso en una espiral autodestructiva que le llevaba a situaciones tan preocupantes como la incapacidad de aprenderse siquiera una línea del guión que le correspondía. Cinco años después del final del rodaje, su corazón dejó de latir después de tantos excesos.

La foto tiene un aire fantasmal, algo en lo que además ayuda el aire de viejo mefistófeles hijo de puta que tiene John Huston, justo encima de Clark Gable, con aire socarrón y sabiondo. Es una foto final, una instantánea de gente que estaba reventando por dentro y que regalaron la mejor interpretación de sus vidas en una película. Ahora díganme, ¿cómo se hace, después de esa foto, después de saber todo esto, para ver Vidas rebeldes como una simple película?

Alberto Haj-Saleh | 08 de septiembre de 2010

Comentarios

  1. santi viteri
    2010-09-09 11:08

    En verdad os digo que el artículo de esta semana es la auténtica columna de un cinéfilo. Es apasionante conocer estos trasfondos y ver las películas con otra luz. Pero también es mágico emocionarse con una película sin saber nada más. Donde lo único que tienes para juzgar es el resultado final.

  2. Zark
    2010-09-26 19:45

    Investigando un poco sobre la concepción de la película El Halcón Maltés descubro que, en ésta la primera película de John Huston como director, su padre Walter Huston también tiene una breve aparición como Capitán de barco en una escena.

    Pensar que en ésta película Walter colabora gratuitamente con su hijo, y después saber lo de Sierra Madre como director consagrado, le da una nueva dimensión a todo.

    Por cierto grandísima columna; no lo felicité en su momento porque no soy de dejar un comentario únicamente para dar una palmadita en la espalda, aunque siempre piense que lo merecen.


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