Una mujer, probablemente divorciada y madre de un preadolescente, asiste a la conferencia de un historiador del arte en una universidad toscana. Allí se queda fascinada por el escritor y aprovecha su condición de propietaria de una tienda de antiguedades para organizar un encuentro con él. Un comentario casual por parte de la dueña de un bar donde toman un café —les toma por pareja— empuja casi involuntariamente a ambos a meterse en la piel de un matrimonio cansado después de quince años de convivencia que intenta recuperar algo de lo que han perdido con un viaje al pueblecito en el que se casaron.

Dos semidesconocidos jugando a que son pareja no es algo tan extraordinario, ni siquiera en la vida real; dos semidesconocidos jugando a que son una pareja que se desintegra es algo mucho más excepcional, una premisa fascinante para cualquier narrador.

Sin embargo Abbas Kiarostami se queda en una especie de “medio camino” a la hora de contar una historia con unos elementos tan buenos, esa Copia conforme que presentó en el Festival de Cannes de este año. A lo largo del visionado de la película me sobrevuela constantemente la impresión de boceto sin terminar, de que los diálogos están apuntados más que escritos… es interesante, a la par que extraña, la impostación de sus protagonistas, excesivos y declamantes. Juliette Binoche —que se llevó el premio de interpretación— toca un sinfín de registros, como si estuviese en una prueba de casting donde le piden que ría, que llore, que sea seductora, que se enfade, que sea tímida, que se entristezca. Wiliam Shimell —que no es actor, sino barítono, y eso da otra dimensión a su interpretación-, dice grandes frases, se enfada, es un capullo cansado y con todas las frases del manual del marido que ignora a su familia bajo el brazo. Y sin embargo la impostación puede tener lógica, puede tener sentido dentro de un relato donde ambos personajes acuerdan ser otras personas durante un buen rato. ¿La impostura es de los actores o es de los personajes que fingen ser lo que no son? La clave la puede estar en esos momentos en los que los actores parecen distraerse, en ella preocupada porque el café se enfría o en él incómodo porque una pareja de recién casados quieren fotografiarse con ellos. Entonces parecen reales, mucho más que los dobles malvados con los que juegan.

Pero pese a todo el regusto es extraño, incompleto. La sensación de que es mucho mejor idea que película. ¿Tienen ustedes, lectores, algún ejemplo más de algo así, de películas que dejan la impronta de una gran idea no tan bien resuelta?