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Butaca no numerada por Alberto Haj-Saleh

Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.

We leave the place we love

We love the place we hate,
then hate the place we love.
We leave the place we love,
then spend a lifetime trying to regain it.

Terence Davies, Of time and the city

Dice el crítico y estudioso del cine Jaime Pena con mucho ojo que Of time and the city para Terence Davies es como si John Ford hubiese rodado Inisfree (José Luis Guerín, 1990). Más allá de un encargo hecho por la iniciativa Digital Departures con motivo de la designación de Liverpool como capital europea de la cultura del año 2008, Of time and the city es, sobre todo, el intento de Davies por ofrecer una prueba documental de todo lo que había contado hasta ahora en su filmografía. Aquello que él mostraba en su primera Trilogía, lo que vive su familia en Voces distantes y sus años confortables de El largo día se acaba tienen una base real y nos lo enseña con fotografías e imágenes de archivo, con música y con documentos sonoros. “Yo estuve allí y lo que he filmado es cierto”, parece decir, no en vano el documental muestra principalmente una Liverpool que va desde 1945 hasta 1973, año en el que Davies se marcha, dejándola congelada en el tiempo. La película no tiene apenas su contraplano contemporáneo, alguna imagen moderna, algún plano general. Liverpool, en este caso, es una construcción mental, un almacén de recuerdos, “la confesión por boca del propio autor de que los personajes, los ambientes, las canciones, todo en definitiva, estaba allí, en Liverpool”.

La dimensión documental de Of time and the city nos lleva a plantearnos el dilema básico que recorre desde el principio hasta el final el largometraje, una cuestión que tiene que ver con el concepto del realismo. ¿Es Of time and the city una película realista, en cuanto autobiógrafica? Apunta Eulàlia Iglesias: “Esta no es una película biográfica, sino memorística” y en la memoria los bordes de la realidad aparecen desdibujados, agrandados o empequeñecidos, transformados por el polvo y por un cerebro en constante evolución que no fija las imágenes y los sonidos, sino que los moldea para crear un flujo lógico en la intrahistoria del individuo.

El director y videocreador Gustav Deutsch ideó una instalación a partir del cuadro “Morning Sun”, de Edward Hopper. Dicha instalación, denominada “Friday, 29th August 1952, 6 A.M.”, consistía en una reproducción a escala real de la habitación pintada por el artista norteamericano pero eliminando a la figura humana, la de su esposa, que sentada sobre la cama observa el am necer por la ventana. Al mismo tiempo, una cámara de vídeo permite al espectador/visitante ocupar el lugar de la musa y verse, literalmente, proyectado dentro del cuadro. El objetivo último de Deutsch es rebatir la idea equivocada de Hopper como un pintor del hiperrealismo, fotógrafo de colores vivos y focos de luz. El efecto de extrañamiento del visitante dentro del cuadro es en verdad asombroso, al darse cuenta de que cualquier ilusión de realidad se ha esfumado completamente al verse a sí mismo, de realidad indudable, dentro de un espacio de colores planos y formas cuasi geométricas. La realidad de Hopper es, pues, una realidad mediatizada por la percepción del propio pintor.

Del mismo modo, Davies al afrontar este encargo sobre su ciudad natal no enfoca el documental desde un punto de vista de la realidad sino desde la realidad distorsionada por la primera persona, dejando patente el “yo” narrador y el “yo” memorístico desde el primer plano del filme. La primera secuencia de la película es un escenario con un telón que se abre y deja ver una pantalla de cine, sobre la que aparecen primero un tren y luego ese tren surcando la ciudad. La ciudad que pretende enseñar Davies está encuadrada en una lona blanca, la ciudad que nos está contando sólo puede verse a través de las veinticuatro imágenes por segundo. Tanto es así, tan propietario de la narración es el director británico, que todos los sonidos de la película le son completamente extradiegéticos, le pertenecen a él en cuanto autor. La Liverpool de las imágenes que se ven en Of time and the city no suena a nada, no emite ningún sonido desde dentro hacia afuera. El sonido siempre va desde afuera hacia dentro, ya sean las locuciones radiofónicas de archivo o la selección musical —rica, compleja, auténtica articuladora del filme— que acompaña a lo que se ve. Y de fondo siempre la voz imponente, de dicción firme y de infinitos matices emocionales, del propio director. Esta es mi ciudad, esta es mi historia, este soy yo.

“Come closer now…”, acércate más, nos pide Davies apenas unos minutos después de iniciar la película. Liverpool desde lo más cerca posible que puede verse una ciudad.

(Este texto es un fragmento amplio de un artículo mayor en dos partes sobre el director Terence Davies, que puede encontrarse en el Número 11 de la revista digital Shangri-La, dentro de la carpeta El lenguaje de la memoria. El artículo completo está incluído en el segundo PDF)

Alberto Haj-Saleh | 14 de abril de 2010

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