Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.
Sin conciencia (The enforcer, 1951) es una más que interesante y poco conocida película del cine americano más negrísimo dirigida en su inicio por Bretaigne Windust pero rodada en su mayor parte —y rematada— por Raoul Walsh. La película es una pequeña maravilla rodada con mucho ritmo e intensidad, rápida, violenta y seca como un balonazo en la boca del estómago, de las que dejan sin aliento.
Dos películas contemporáneas muy bien consideradas, Memento (2000) y Sospechosos habituales (The usual suspects, 1995) basaron gran parte de su éxito en su esquema narrativo retorcido y en su estructura desordenada, que cuenta con una segunda mitad que ata los cabos sueltos —y a veces enloquecidos— de la primera. Todos esos usos estructurales aparecen ya en Sin conciencia toda una pionera en enmarañar una trama de la que en los primeros minutos sale apenas un hilo del que el protagonista —un buen Humphrey Bogart— va tirando poco a poco.
La película está construida sobre varios flashbacks que se suceden uno detrás de otro. Arranca con un testigo protegido que la noche antes del juicio que servirá para procesar a un tal Albert Mendoza tratará de escapar de la policía, aterrorizado por la venganza que se desencadenaría sobre él si cantaba. A partir de ahí el procurador Ferguson (Bogart) tratará de averiguar, a partir de los distintos informes del caso, quién es Mendoza y por qué todos le temen tanto.
Lo que creo que otorga la verdadera fuerza a esta película notable es la profunda preocupación moral que subyace a la investigación de las fuerzas de la ley. El descubrimiento de los matices de la organización que preside Mendoza lleva a Bogart y a sus hombres a sufrir un proceso de horror ante las nuevas puertas abiertas por el crimen, un nuevo panorama ético en el que el asesinato se convertía en un fin en sí mismo y no en un medio para conseguir otra cosa. Así, el sinsentido de la muerte por dinero sólo es el símbolo de una pérdida de valores total en la sociedad en la que viven estos hombres buenos, y eso convierte al final de la película, independientemente de que el villano sea castigado o no, en algo completamente descorazonador.
2010-03-31 23:17
Pues me la voy a ver ahora mismo. Gracias por la recomendación.
2010-04-02 23:55
Es una gran película, está muy bien como esta columna