Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.
Hay un momento especialmente desternillante en la estupenda A serious man de Joel y Ethan Coen. En ella, el protagonista Michael Stuhlbarg es un profesor de física en la universidad y tiene una reunión con un estudiante coreano. Éste le pide que le apruebe porque si no le retirarán la beca, y el profesor, lógicamente, le explica que no puede aprobarlo ya que no tiene la más mínima competencia en matemáticas. Cuando el estudiante se marcha del despacho del profesor, éste encuentra en su mesa un sobre lleno de dinero, presumiblemente dejado por el chico coreano.
Posteriormente, aquí está el momento al que me refería, el padre de este chico va a buscar a Stuhlbarg a su casa y le amenaza con denunciarle por aceptar un soborno si no aprueba al chico. El profesor contraataca diciendo que es él el que va a denunciar al padre por haberle intentado sobornar. El diálogo que sigue es más o menos así:
Prof.: ¡Su hijo puso ese dinero ahí!
Padre: No es cierto.
Prof.: Entonces no es un soborno.
Padre: Voy a denunciar por aceptar dinero para aprobar alumno.
Prof.: ¡Entonces admite que fue él el que dejó el dinero!
Padre: Él no dejó dinero.
Prof.: ¡¡¡Entonces cómo llegó ese dinero ahí!!!
Padre: … acepta el misterio.
Esa sencilla frase marca el sentido de toda la película de los hermanos Coen, porque es exactamente eso de lo que están hablando: de aquellas cosas que no tienen sentido y sin embargo ocurren, o lo que es lo mismo, de la falta de respuestas a la miríada de interrogantes que pueden llegar a abrirse en el día a día. A lo largo de cien minutos y siguiendo un ritmo endiablado, vemos como el pobre profesor Gopnik sufre todo tipo de desgracias encadenadas que en un judío de la rama más ortodoxa como él le provocan una auténtica crisis de fe, una desesperada búsqueda de respuestas al sentido de la vida, a las pruebas que parece mandarle Dios constantemente y a la explicación última de sus actos. Para cuando llega a intentar entrevistarse con la más alta autoridad de su comunidad judía, el rabino Marshak, la respuesta con la que se encuentra es una puerta cerrada en las narices y una vuelta al principio, a todos los signos de interrogación abiertos sin posibilidad alguna de cerrarse. ¿Y entonces? Entonces nada, esa es la mayor virtud de esta excepcional película, quién sabe si la mejor que han rodado estos dos autores: el espectador se revuelve inquieto porque nada de lo que ha visto tiene sentido al final y el círculo no se cierra. Así, sin gravedad alguna, se firma una obra redonda y capital del existencialismo cinematográfico.
2010-01-21 22:12
Es muy interesante lo que comentas porque el pathos existencialista de los Coen es muy distinto al pathos Sartriano. Tal vez tenga algo de Camus, aunque se acerque a la conclusión desde un humor que podría recordar a Kafka, forzando la analogía y el hecho de lo judío. Ganas de verla YA.
2010-01-27 01:04
He visto hoy la película y aunque parezca increíble coincido totalmente contigo :)
Lo que no tengo claro es si es mejor que El hombre que nunca estuvo allí.