Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.
Me he mudado a un lugar aislado de casi todo que lo único que tiene muy cerca —extraordinariamente cerca— es un multicines de dieciocho salas. Aunque parezca mentira, en algunos casos la acumulación de salas si puede dar grandes ratos.
En cualquier caso echando un vistazo a la cartelera la norma del gafe se cumple: la película que quiero ver está precisamente a cincuenta minutos de metro, tranvía, autobús o todo a la vez que me saque del no-lugar en el que estoy y me lleve al centro.
Voy buscando a Fatih Akin, un tipo que hace unas películas tan entretenidas, tan bien escritas y crea unos personajes tan interesantes que ha tardado poquísimo en ser aborrecido y despreciado por los críticos de alto nivel.
Soul Kitchen (2009) es la última película de Akin, acaban de darle el Gran Premio del Jurado en el Festival de Venecia. Adivino que el nivel ha sido más bien bajo durante el Festival, no por que la película del turco-alemán no sea divertida, que lo es, sino porque es desarmantemente sencilla y amable.
Nada tengo en contra del cine amable, es una elección concreta que se hace por parte de los autores de la película y suele ser una elección que se agradece: en el peor de los casos uno sale con buen cuerpo de la sala de cine y eso, eso siempre está bien.
En el cine amable la sensación es que nada va a salir del todo mal, que el o los héroes están siempre a salvo, que al final se cuadrará todo con absoluta facilidad. “Como con cualquier película hollywoodiense”, me dirá más de uno, “como con las de James Bond”, podrá decirme otro. Sí, es cierto. Pero en el cine amable no se vive ansiedad alguna por el camino.
Juntos, nada más (Ensemble, c’est tout, Claude Berri, 2007) es una película amabilísima en la que Audrey Tautou y Guillaume Canet se dedican básicamente a estar bien entre ellos y con un tercer amigo, a divertirse y a ser simpáticos. El título cuadra con la película pero no tiene el más mínimo interés lo que pasa por delante de nuestros ojos. Ni siquiera el del mero voyeur, porque no hay nada que uno logre extraer de lo que está viendo, nada más allá de lo que extraería viendo pasar un autobús desde un helicóptero. Curiosidad al principio y luego nada más.
Soul Kitchen tiene otro tipo de amabilidad, todo mérito de Akin que siempre saca petróleo de sus actores y que es capaz de implicarnos en lo que está contando su película por intrascendente que parezca. Arranca treinta sonrisas y al menos un par de carcajadas. Deja buen cuerpo. Terminas contento, sólo eso, nada más.