Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.
Es difícil escribir una columna de cine cuando lo que has visto entra tan de cerca en el terreno de lo puramente personal. ¿Se puede hablar de una película si te parece que se dirige a ti, que habla directamente de tu historia, que tiene que ver concretamente contigo?
En un foro no muy lejano, contaba que un amigo mío me dijo que le había maravillado Honor de cavallería (Albert Serra, 2007) porque la imagen del actor que interpretaba a Don Quijote en aquella película le recordaba al rostro de su abuelo y eso, ay, eso era impagable. Vigalondo respondió a aquel comentario diciendo que las personas más inteligentes que él ha conocido interpretan el cine exactamente como mi amigo.Ver Alumbramiento, el multipremiado cortometraje de Eduardo Chapero-Jackson ha sido una epifanía, una apertura de caja de pandora de algo que tenía bastante escondido en alguna capa bastante profunda e ignota de mí mismo. Hace algunos años, pocos, mi abuela falleció en su cama, rodeada de toda su familia, sufriendo más de la cuenta quizás. Ese trance familiar me pilló viviendo en otro país, a un avión de distancia pero lo suficientemente lejos como para no respirar los últimos días con la sequedad en la garganta de mi madre o de mis tíos. Pedí dos días de vacaciones para poder despedirme de ella a tiempo; lo conseguí. Llegué, me vio, me apretó la mano y cerró los ojos para no abrirlos muchas más veces. Unos cuantos días después murió, conmigo ya de vuelta a mi lugar de trabajo. La noche en que murió la pasé casi en vela, esperando la llamada.
No tengo muy claro si lo que hace Chapero-Jackson en Alumbramiento es algo… correcto. El director coloca la cámara en un sitio casi impúdico, en el instante mismo de la muerte, en el momento preciso de la asunción del dolor y del adiós por los hijos, en ese lugar donde sólo caben familia y, tal vez, algún médico o enfermera. Yo no estuve en ese lugar, y posiblemente por eso tengo la sensación de que esta película me ha obligado a viajar algunos años, pocos, hacia atrás en el tiempo para ver el rostro de mi abuela en el de Mariví Bilbao, encogida, intentando no irse, esperando a que le dieran permiso para terminar de morirse.
Por eso no tengo muy claro si lo que he visto es una obra maestra en dieciséis minutos o si simplemente me he echado a llorar porque me he acordado de mi abuela. En cualquier caso, qué experiencia, maldita sea.
Ya siento haber convertido esta columna casi en una bitácora personal. La idea era contar que la trilogía de cortos A Contraluz, de Eduardo Chapero-Jackson se estrenó en pantalla grande en todos los cines UGC-Cine Cité de España, lo que es un acontecimiento estupendo: por el continente (tres cortos estrenados en cines) y por el contenido (aparte de Alumbramiento los otros dos cortos, Contracuerpo y The End son dos pequeñas joyas, especialmente el primero de ellos). También existe la posibilidad de verlos por Internet en la página de A Contraluz, es decir, hay que verlos sí o sí.
Esa era la idea. Pero a veces los planes se cambian. Reitero mis disculpas.