Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.
Una anécdota mil veces repetida cuenta cómo en una ocasión un periodista (o estudiante, o tal vez fuera Peter Bogdanovich, o su sobrina) le preguntó a John Ford al respecto de La diligencia (Stagecoach, 1939) que por qué los indios se empeñaban en disparar al vehículo cuando lo lógico hubiese sido disparar a los caballos. Con mucho tino, el tuerto respondió: “Usted lo que quiere es arruinarme la película”.
Uno de los ejercicios estúpidos con los que me gusta divertirme de vez en cuando es precisamente disparar a los caballos de la diligencia, es decir, detenerme a pensar en los “laterales” de las películas, en aquellas cosas obviadas o suprimidas en aras de la historia, esas cosas que harían a un film más veraz pero mucho menos verosímil. Cómo puede encontrar Matt Damon aparcamiento con tanta facilidad, Harrison Ford nunca tiene que ir al baño, si los de Lost siempre tienen una muda limpia… esas cosas. Entre mis favoritas está preguntarme sobre la familia de los esbirros: ¿nadie llora a los chinos derribados por Chuck Norris, los secuaces del los villanos de James Bond no dejan viuda? En los westerns esto sucede en las dos direcciones, villanos y héroes: el vaquero derriba de tres disparos a tres matones que estaban solos en el mundo, suponemos; el propio vaquero, si es herido, sólo es llorado por la prostituta que ha conocido a lo largo de la propia película.
El último pistolero (The Shootist, Don Siegel, 1976) es una magnífica película que se detiene precisamente en este último punto. J.B. Books (John Wayne) es un viejo pistolero del oeste que acude a Carson City en busca de un viejo amigo médico (James Stewart) para que le diga lo que ya sabe: que tiene un cáncer en estado avanzado y que le quedan pocas semanas de vida. Resignado, decide pasar esos últimos días lo más tranquilamente posible como realquilado de la viuda Rogers (Lauren Bacall), mujer de carácter muy religioso que tiene un hijo (Ron Howard) fascinado ante la dimensión mítica del huésped que acogen en su casa.
La película de Siegel trata de responder una pregunta: ¿cómo muere un pistolero viejo y enfermo, cómo pasa sus últimos días una reliquia del pasado? El director, contundente y directo en la mayor parte de sus películas, escoge aquí un camino complejo y delicado para responder a esa cuestión. Con una sutileza exquisita, la película está salpicada de detalles que contextualizan el final de dos eras (la personal de Books, la del salvaje oeste en general) sin caer en la tentación de los subrayados fáciles o de la redundancia visual. La decrepitud del pistolero no la vemos deformada por el maquillaje sino en la falta de aliento después de defenderse de un ataque o en el cojín sobre el que se sienta antes de montar a caballo — qué inteligente, qué bien visto, qué terrible detalle ese de colocar a John Wayne necesitado de un almohadón para sentarse en un caballo, su prolongación natural —.
Siegel consigue filmar de forma hermosa casi un anti-western, un lugar más allá de los códigos del género donde se trata de plasmar algo tan complejo como el cansancio de una vida y el momento exacto en el que uno descubre que sólo hay una manera de ser consecuente con la propia muerte. En ese sentido, se podría decir que el director le regaló a John Wayne la mejor última película posible.
2009-06-17 15:17
Es evidente que usted lo que quiere es arruinar un montón de películas. Y eso no puede ser. ¿Se imagina a Matt Damon dando vueltas por la Quinta Avenida para poder aparcar? No, el cine tiene esa inmensa liberación que nos ahorra de la literatura: el poder de economizar las palabras, hacerlas más salvajes, ir más al grano. Y esto es un fruto impagable.
Otra cuestión más preocupante es por qué los indios no disparan sobre los caballos. Yo supongo que después de haber visto ‘Bailando con lobos’ a muy pocs directores les ha quedado ya las ganas de repetirlo, pero, bueno, para eso siempre estarán los Cohen. Y Greenpeace.
En cuanto a ‘El último pistolero’, no la he visto. Me la anoto en mi libreta, apartado ‘Pendientes’.
Saludos y felicidades por el post.
2009-06-17 18:32
Creo que soy una de las que más te ha dado la lata examinando la racionalidad de las escenas. Menos mal que siempre estabas ahí para decirme “¿pero si estás viendo la mano de un diablo suelta golpeándole al cristal? ¿qué quieres?”.
2009-06-17 20:22
Me encantó el último pistolero.
Una de las cosas que me encantan de las películas es esa afición que tiene el villano de contarlo todo en la última escena mientras apunta con la pistola al chico listo de la película, tiempo suficiente para que éste pueda idear una estratagema para librarse o para que el poli no-tan-tonto llegue a la escena a tiempo de salvarlo. ¿Por qué el malo no dispara y listo?
2009-06-17 22:39
Si la ficcion fuese la realidad, no valdria un duro.
(Perdonen la ausencia de tildes. Teclado americano. Por cierto, se puede decir “un duro” a estas alturas o suena demasiado antiguo?)
2009-06-17 23:03
Lo bueno de las películas es que te abducen placenteramente para, a continuación, seducirte haciéndote vivir otras vidas. Alguien lo llamaría “viaje”. Pero lo malo –que lo tiene- es la perversidad que encierra el hecho de que se introduzca ladinamente en el subconsciente para suplantar a la cruda realidad por una versión verosímil de la misma. ¡Y no existe antídoto!
Por ello, cuestionar asuntos de esta índole es como sacarle pegas a los diez mandamientos. El cine es tal cual y el enorme poder que ejerce sobre sus adictos es solo comparable al del otro opio. Cada cual se transforma en protagonista y a los demás en actores secundarios. Cambio de perspectivas, cambio de prioridades. No es solo una evasión coyuntural, es una manera progresiva y fatal de aprender a escapar para siempre. Y termino, que me voy al cine. Vamos, que digo yo.
2009-06-17 23:19
Don Siegel, en su “El Ultimo Pistolero”, denigra, carcome y corroe las peliculas de cowboys. La vulgaridad de un padecimiento cancerigeno en el organismo de un celebre y efectivo pistolero del viejo oeste, encarnado ni mas ni menos que por “El Duke”, inenfermable dios del olimpo vaquero, amo y senor de la carrera a galope tendido disparando una carabina Winchester, domador de cobras rapidisimas llamadas Colt que disparan plomo mortifero. Estos seres por los que pagamos dos horas viendolos, no mueren de cancer, ni de angina, ni de diabetes; dejan este mundo por la mordedura de una cascabel o por desnucamiento al caer de un caballo bronco o por ser acribillado a tiros por cobardones emboscados.
A nadie se le ocurre ponerles almohada en las nalguitas para que esten comodos. Por favor!
2009-06-18 00:33
Yo reconozco que el subgénero de western llamado “crepuscular” me carga un poco. No he visto esta película que mencionas, pero sí otras de corte parecido, orientadas a la desmitificación del cowboy y de las aventuras en el far-west. Si bien tienen indudables valores artísticos, a mí casi ninguna me ha conseguido enganchar. Eso sí, con una notable excepción: “Duelo en la Alta Sierra”. Que, además, pude verla en el lugar donde esas pelis deben verse, si no puede ser en una pantalla de cine. Esto es, en un viaje en tren :-)
Por demás no sé si me gustaría ver al Duque achacoso y derrotado, como dice Francisco. Hay mitos que no me apetece desmitificar ;-)
Saludos.
2009-06-18 13:17
Dibujo animado crepuscular.