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Butaca no numerada por Alberto Haj-Saleh

Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.

Una sutil forma de erotismo

Huyendo de los cuarenta grados andaluces, me refugio alternativamente en alguna sala de cine que no me haga salir huyendo de ella con lo que programa y en un salón con aire acondicionado y un televisor escupiendo películas viejas. Entre tanto sofoco es demasiado tentador hacer una columna no recomendada para menores de dieciocho años y bucear entre los vídeos de la red buscando las secuencias más tórridas —calor, calor— que se hayan quedado fijas en mis retinas. Si me alejo de los tópicos a lo mejor me detengo en el baño desnuda de Juliette Binoche en la piscina del hotel de Jet Lag ( Danièle Thompson, 2002 ); o en el arranque brutalmente sexual de Marisa Tomei y Philip Seymour Hoffman en Antes de que el diablo sepas que has muerto ( Sidney Lumet, 2007 ); o quizás me pare en una desatada Elena Anaya masturbándose frente al televisor en Lucía y el sexo ( Julio Médem, 2001 ).

En lugar de eso viene a mi cabeza una secuencia donde sus protagonistas están tapados hasta el cuello, vestidos con ropas de servicio británico del primer tercio del siglo XX. Donde ella dista mucho de ser un sex symbol y él se acerca mucho a la sesentena. Donde no hay siquiera un beso, un amago de desnudo, un arranque de pasión. La película es Lo que queda del día ( James Ivory, 1993 ) y ellos son una Emma Thompson y un Anthony Hopkins en el mejor momento de sus carreras.

Él es el Sr. Stevens, mayordomo perfecto e impecable de un lord británico, escrupuloso, disciplinado hasta la obsesión, sumergido de forma vital y mental en su cometido de jefe del servicio de su señor, extremadamente educado, radicalmente formal, incapaz de alzar la voz, reír, entristecerse o modificar siquiera el gesto adecuado de su rostro. Ella es la señorita Kenton, ama de llaves inteligente y trabajadora, con una gran capacidad de organización, cariñosa, algo maternal, preocupada por los que le rodean. La secuencia más erótica que he visto en un cine es de esta película y aquí la traigo, cortesía de Youtube:

El sr. Stevens comete una imprudencia inaudita al quedarse dormido con la puerta de su habitación abierta y con un libro en la mano. La srta. Kenton le despierta y le pregunta distraidamente por la naturaleza de lo que está leyendo. La negativa del mayordomo a enseñárselo enciende la curiosidad del ama de llaves que trata de averiguarlo a toda costa. En apenas noventa segundos ella arrincona al criado imperturbable en una esquina y le arrebata el libro de su mano inerte, sólo para descubrir con una cierta decepción que no es más que una vulgar novela rosa.

Kenton transgrede todas las normas del decoro protocolario entre los dos empleados del lord inglés que durante más de una hora el director nos ha estado enseñando paciéntemente, con todo lujo de detalles, sin que haya atisbo de duda de cómo deben comportarse en cada momento. De repente, de la forma más inesperada, el ama de llaves entierra ese protocolo e invade el espacio íntimo del mayordomo; le toca la mano cuando jamás había puesto un dedo encima de él hasta entonces; frena su cara a apenas veinte centímetros de la boca de un sr. Stevens que, por primera y última vez en toda la película, yace derrotado ante una pasión brutal que recorre su cara y su mirada, fija de forma enferma en el pelo de su subordinada. Ante la retirada de ella tras la decepción de averiguar qué contiene el libro, Stevens recobra su ser y sin variar un tono su voz explica que a veces lee cualquier cosa para ampliar su vocabulario para, a continuación, pedir suavemente a la señorita Kenton que se marche de su habitación privada y que no vuelva a molestarlo nunca más en su tiempo de ocio personal.

Si el erotismo tiene mucho de transgresión y de ruptura, si hablamos de la capacidad de expresar deseo sexual y pasión desbocada, locura de piel y ardor absoluto en una pantalla de cine, si todo ello llega a su máxima expresión llevando los protagonistas del juego amoroso a traspasar las líneas delimitadas, pocas veces podremos encontrar una forma más maestra de filmar a dos actores violando un límite tan claramente marcado, elevando esta secuencia a los altares de los momentos más definitivamente eróticos de la historia del cine.

Alberto Haj-Saleh | 30 de julio de 2008

Comentarios

  1. gatavagabunda
    2008-07-30 15:58

    Una preciosa escena, sin duda.
    Ivory es un hombre ligeramente caído en desgracia (de forma inmerecida, creo) pero que conserva el don de la sutileza. En su última película “La condesa rusa” está uno de los mejores besos “en off” que yo he visto en una pantalla de cine.

    No es que lo sugerido sea necesariamente más erótico que lo abiertamente mostrado, pero desde luego requiere talento.

  2. Juan
    2008-08-03 13:03

    Impresionante film. No la vi en el momento de su estreno, sino hace poco más de dos o tres años, pero me pareció francamente conmovedora.


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