Sentado en una vieja Butaca no numerada de terciopelo rojo, el autor se lanza a una reflexión impúdica todos los miércoles sobre cualquier cosa que se atreva a moverse por las pantallas, sean éstas de cine o no. Alberto Haj-Saleh es editor de LdN y autor de la columna Teatro Abandonado.
Descubrir a Jean-Pierre Melville a estas alturas es casi obsceno, aunque por otra parte esa es la gran ventaja que tiene llevar a cabo uno de los ejercicios más gozosos que puede hallar un amante del cine: la recuperación de clásicos. Hay autores y películas que a uno se le hacen esquivos, por la razón que sea: oportunidad, mala suerte, ganas, fuerzas… no sé, es tan obvio que debería haber visto Centauros del desierto ( The searchers, John Ford, 1956) que pensar siquiera en finalizar con tal falla me provoca muchísima pereza.
Es por eso que, cuando llega el momento de saldar una deuda moral con tu amado cine, el proceso deviene en algo casi místico. Casi juraría que se paró el resto del mundo cuando por fin me dispuse a pedirle perdón al maestro del _polar_¹ francés.
Círculo rojo ( Le cercle rouge, Jean-Pierre Melville, 1970) es casi una deconstrucción (perdón) del género policiaco, de cualquier película de cine negro. La trama sigue, a priori, el esquema clásico de este género: Corey (hierático, gélido, duro y desasosegante Alain Delon ) es un ladrón que sale de la cárcel después de cumplir cinco años de condena e inmediatamente se topa con la posibilidad de dar un gran golpe final: el robo de la joyería más prestigiosa de París, situada en la mismísima Place Vendôme. Paralelamente conocemos la historia de Vogel (turbio y seco Gian Maria Volonté ), un asesino que es conducido a la cárcel por el Comisario Mattei (reflexivo y melancólico Bourvil ) y del que se escapa de entre sus dedos saltando de un tren en marcha. Ambos delincuentes se encuentran por azar y planean juntos el gran golpe, junto con un ex policía alcohólico y esquizofrénico, Jansen (atormentado y destruido Yves Montand ).Partiendo de estos mimbres la decisión de Melville es la contraria a la sabida, a la evidente: no dibujemos héroes, sólo arquetipos que están fijos en su posición inicial. No esbocemos villanos sino roles pre establecidos que giran en círculos. Corey y Vogel se reconocen, como se reconocen el pistolero y el forajido en un western de Sergio Leone: a base de miradas. El encuentro entre ladrón y asesino se salda con una mirada a los ojos que los lleva a un reconocimiento implícito, a una sensación de pertenencia al mismo bando, uno de los dos bandos polarizados en los que se divide la sociedad maniquea que queda trazada. Pero el maniqueismo no lo hacen los valores morales sino una especie de azar que ha repartido papeles sociales de los que no se puede prescindir.
En ese sentido probablemente los dos personajes que me resultan más interesantes son el policía corrupto Jansen, que sólo es capaz de abandonar su infierno a través de la aceptación de su integración en el bando de los delincuentes. Y el triste comisario Mattei, que acepta la extorsión y el chantaje a los confidentes con resignación y que basa su trabajo en la minuciosidad y no en el heroismo.
Ese es el punto clave de ese viaje a las entrañas del policiaco por parte del director francés, la desmitificación de sus componentes: el villano no es la reencarnación del mal sino que es el ejecutor de un trabajo bien hecho. Para ello no nos muestra el ingenio del plan maestro que antes de ser llevado a cabo es una obra de arte y en el transcurso del mismo se ve desmontado por los imprevistos. No, el camino es el inverso: no hay plan maestro sino plan meticuloso. No hay imprevistos sino eficacia. Los ladrones son grises funcionarios del delito, nunca encarnaciones majestuosas del mal.
Y el policía no es un héroe, no tiene golpes de genio, no hace actos arrojados, valientes y temerarios que terminen con la victoria del bien sobre el mal. El comisario es un hombre metódico que se limita a cerrar el círculo en torno a sus presas y a ser el brazo ejecutor de un sistema que funciona por sí solo, con o sin él dentro del mismo. Ni orgulloso ni arrepentido su único momento de lucidez real lo tenemos cuando comprende y acepta –-resignado, siempre resignado— que el aforismo repetido por su inmediato superior es rigurosamente cierto: todos los hombres son culpables. Todos. Siempre.
Aún me dura el desconcierto de la multiplicidad de vías y explicaciones que abre Melville a lo largo del filme, aún intento entender y asimilar el sentido retórico de su montaje extraño, alterando el ritmo interno de la narración con encuadres forzados e imposibles; así como con la música de Eric Demarsan, una partitura que nos conduce de forma casi imperceptible desde el policíaco norteamericano puro hasta un desenlace casi japonés, propio de una película de Akira Kurosawa. Todo esto conforma en manos de Melville una espectacular descomposición de caminos que se creían conocidos y muy transitados.
——————————————-
¹ Se le llama “polar” al cine policiaco francés.
2008-03-19 21:02
La recuerdo vagamente como una película “silenciosa”. En realidad casi no me acordaba de ella hasta que has hecho la comparación con Leone; y sí: usa el mismo metrónomo que La muerte tenía un precio.
El género policiaco de la época estaba marcado por French Connection (1971) o Serpico (1973), donde los polis eran los malos y los malos eran lastimosas víctimas de la sociedad, así que Círculo Rojo no desentonaba demasiado.
También recuerdo que era una peli francesa donde no salían tías. Eso me decepcionó profundamente.
2008-03-19 21:33
Román, que sí, que es francesa, hombre: sale una pelirroja desnuda al principio de la película. Claro que eso no tiene la más mínima importancia porque luego resulta que no pinta nada en la historia (motivo por el que la has olvidado). Esa podría ser, por ejemplo, una de esas subtramas o hilos abiertos que Alberto comenta en su texto.
Creo que “Círculo rojo” es una película muy sugerente y, pese a haber sido rodada hace casi cuarenta años, es capaz de sorprender aún en muchos aspectos.
2008-03-20 12:58
También yo conocí recientemente a Melville por un amigo obsesionado desde hace un tiempo con su obra. A penas he visto tres películas, pero las sensaciones que me produjeron son desiguales. Por un lado me disgusta su esteticismo, que a veces sacrifica la historia (como me pareció que pasaba en ‘El Samurai’); por otro, es cierto que sus imágenes trascienden lo visual tratando de hacer retratos psicológicos desprovistos de cualquier tipo de valoración moral (‘El ejército de las sombras’ me parece lo mejor que he visto de él en ese sentido, desmarcándose además del relato puramente policial).
Ah, y no dejes de ver ‘Centauros del desierto’. Yo la vi conscientemente hace unos tres años y me alegro de haber sido “casi virgen” de ella hasta entonces para poder disfrutar plenamente de semejante obra.