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Buscando a Johnny Jones por Francisco José Palomares

A través de sprites polvorientos y bajo viejos y olvidados comandos de basic, Francisco José Palomares, arqueólogo de los 8 bits y soñador profesional, nos trae los días 9 de cada mes el fruto de sus investigaciones, centradas en la búsqueda del rastro del legendario héroe Johnny Jones. Su intención: reconstruir lo más fielmente posible la memoria sentimental de una generación fascinada por los gráficos simples, los casetes llenos de pitidos y la música en MIDI.

La invasión de los monstruos de bolsillo

Quizá os sorprenda viniendo de quien viene, pero la verdad es que en los últimos meses apenas he jugado a nada. Me debo estar haciendo mayor o algo… El caso es que, prácticamente desde principios de año, mis pocas horas de entretenimiento videojueguil se han dedicado casi exclusivamente a tres cosas distintas. De la primera ya os hablé en su día cuando os expliqué mi obsesión por los números. De la segunda, mi auténtica manía actual, os he ido soltando algún comentario al respecto de vez en cuando, y espero daros más detalles el mes que viene. De la tercera me toca hablaros hoy. Y es que, con un poquito de retraso (seis meses de nada), hay que celebrar un aniversario de esos redondos que hacen tanta gracia a la gente. El decimoquinto para más señas.

Corría el año 1996, y Nintendo sobrevivía gracias a dos motivos principales: Mario y la Game Boy. La Super Nintendo agonizaba y la Nintendo 64 estaba al caer, pero con bastante retraso sobre sus competidoras, la Saturn de Sega y la PlayStation de Sony. Mientras su dominio sobre el mercado doméstico iba desapareciendo poco a poco, el ladrillo blanco de pantalla monocroma mandaba con mano de hierro en el mundo de las portátiles, derrotando a cualquier competidor que le saliera al paso con una facilidad increíble. Pero incluso la todopoderosa Game Boy parecía estar acercándose al final de su vida útil después de siete años en el mercado japonés, un par menos por estos lares. Y sin una sucesora a la vista, Nintendo podía perder el único gran mercado en el que seguía siendo fuerte.

Por aquel entonces un joven desarrollador de videojuegos llamado Satoshi Tajiri, amante de la naturaleza y gran aficionado a coleccionar insectos en su infancia, llevaba cinco años trabajando en un juego para Nintendo con su compañía Game Freak. El objetivo principal del diseño era permitir a los jugadores intercambiar información y datos de juego mediante el Game Link, el cable de conexión entre consolas de la Game Boy. Inspirado por sus excursiones a través de los bosques de su pueblo natal, decidió permitir a los niños de los 90 disfrutar, aunque fuera de forma virtual, de la experiencia de explorar un mundo salvaje lleno de criaturas desconocidas y fascinantes a las que podrían capturar, coleccionar y entrenar.

Tras un desarrollo algo complicado debido principalmente a las pobres perspectivas de futuro de la Game Boy, el juego finalmente vio la luz en el mercado japonés en febrero de 1996, en dos versiones: Pocket Monsters Akai (rojo) y Midori (verde). Al principio las ventas no fueron ninguna maravilla, pero poco a poco fueron ganando popularidad, y hacia finales de año Nintendo decidió apostar por una distribución global. Por temas de coincidencia de nombre con otra serie americana, hoy perdida en el olvido, llamada Monster in my Pocket, se decidió rebautizar los juegos para su debut internacional, y además se reemplazó la versión Midori por la Aoi (azul), algo mejorada respecto a las otras dos. Poco después, las estanterías de todas las tiendas del ramo del mundo entero se llenaban de pequeñas cajas con un imponente dragón rojo o una gigantesca tortuga azul. Pokémon había llegado para quedarse.

Por si queda alguien en este planeta que no sepa cómo funcionan los juegos de esta serie, aquí va una descripción somera. Se trata de juegos de rol muy sencillos, en los que la gran diferencia consiste en que el personaje principal no dispone de armas, conjuros ni poderes especiales para derrotar a los enemigos. Por tanto, su objetivo es capturar el mayor número posible de Pokémon, entrenarlos mediante combates para mejorar sus habilidades y permitirles evolucionar a nuevas especies más poderosas, y utilizarlos para convertirse en el mejor entrenador Pokémon de todos los tiempos. El argumento no daba más de sí que eso, y el gran aliciente del juego consistía en la gran cantidad de bichos diferentes que podíamos atrapar (151 en las primeras versiones, muchos más en las múltiples secuelas) y en el extenso mundo que el jugador tenía que explorar, así como en la estrategia de las batallas en sí. Eran juegos simples, pero con algunos componentes claves para que, sin darte cuenta, acabaras dedicándoles una gran cantidad de horas de juego.

El aspecto clave de la comunicación con otros jugadores no se dejó de lado en la versión final, y de hecho se convirtió en uno de los grandes motivos del éxito de la saga. Cada una de las dos versiones permitía a los jugadores atrapar únicamente un subconjunto del total de Pokémon disponibles. Para obtener el resto, era imprescindible intercambiar nuestras capturas con las de jugadores de la otra versión. Incluso muchos Pokémon no evolucionaban a su forma final a no ser que hubieran sido intercambiados previamente. Esto motivó un cambio en la mentalidad de los jugadores, que ahora no sólo tenían que concentrarse en completar el juego por sus propios medios, sino que dependían de amigos, conocidos o jugadores anónimos con los que se cruzaban por la calle para conseguir el objetivo último de conseguir atraparlos a todos. Y qué casualidad, ese fue precisamente el eslogan publicitario elegido por Nintendo para su campaña de dominación global.

El éxito local no garantizaba repetir los mismos resultados fuera de Japón, así que Nintendo apostó por una hiperagresiva campaña publicitaria, que llenó las televisiones y las revistas de todo el planeta de estos monstruos de bolsillo. El diseño de estos, con la ya típica estética anime llevada a extremos inigualables de monería en algunos casos (hola Pikachu, hola Togepi, hola Chansey, hola Jigglypuff, hola Pachirisu…), fue otro de los grandes triunfos de Pokémon. El primer miembro de esta pequeño lista se convirtió casi de la noche a la mañana en uno de los personajes más conocidos del mundo del vidoejuego, hasta el punto de casi desbancar a los bigotes de Mario como la primera imagen que se le venía a la mente al jugador medio al oir la palabra “Nintendo”. Todo esto se acentuó más si cabe con la llegada de la serie de animación, estrenada en Japón en 1997 y que aún se sigue emitiendo hoy en día. Por no hablar de los diferentes cómics, películas y merchandising variado. Una auténtica mina de oro, y la principal fuente de ingresos para Nintendo (por no hablar de Game Freak, que prácticamente no han hecho nada más que juegos de la serie) desde entonces.

Lo más divertido del tema es que la idea detrás de Pokémon (capturar y coleccionar monstruos para combatir con ellos) no era original, ni mucho menos. Una de las sagas con más solera en el mercado de los juegos de rol consoleros nipones, Shin Megami Tensei, lleva utilizando un método de reclutamiento de demonios muy similar desde 1987 hasta nuestros días, y sigue triunfando con grandes títulos como Persona 3 y Persona 4. Incluso la saga rolera por excelencia por aquellos lares, Dragon Quest, incorporó elementos similares en los capítulos quinto y sexto de su serie principal, además de convertirlo en el foco principal de la serie paralela Dragon Quest Monsters. Excepto el último, todos los demás títulos aparecieron en el mercado antes que los primeros Pokémon. Sin embargo, Pokémon ganó el concurso de popularidad por goleada, hasta el punto de que otros títulos contemporáneos con sistemas de juego similares como Digimon fueron frecuentemente (e incorrectamente) desdeñados como meras copias.

El caso es que Pokémon triunfó, y mucho. Durante la última parte de los 90 parecía que no podías darle una patada a una piedra sin que saltaran dos Pikachu. La fiebre se calmó levemente con el tiempo, pero la popularidad de la serie ha seguido a niveles muy altos hasta nuestros días, gracias en gran parte a la continua aparición de secuelas (quince hasta la fecha, si no me he descontado), remakes y versiones mejoradas y actualizadas de títulos antiguos para las nuevas consolas portátiles (como Pokémon FireRed para Game Boy Advance o Pokémon SoulSilver para Nintendo DS), y spin-offs de todo tipo (la serie Pokémon Ranger, juegos de cartas coleccionables, pinballs, juegos de fotografía…) que han mantenido la fama de la saga intacta, y las arcas de Nintendo llenas de yenes. Si hay algo que se puede asegurar de la nueva consola de Nintendo, la 3DS, es que no alcanzará su techo de ventas hasta que no aparezca su más que previsible juego de Pokémon.

Y sí, aquí me tenéis, con casi treinta y tres tacos y aún enganchado a estos juegos. Buena parte de la culpa de esto la tiene Internet y los locos que la habitan. Algunos de ellos decidieron que los juegos tal cual eran demasiado fáciles y con poco aliciente (tienen razón, la verdad…), y decidieron crear retos para que los jugadores se probaran a sí mismos siguiendo una serie de restricciones adicionales. El más famoso de estos retos hoy en día parece ser la Nuzlocke Challenge, que se originó a partir del webcómic del mismo nombre, y cuyas dos normas principales son simples, pero brutales. 1) Si un Pokémon cae en combate, está muerto y no puede ser utilizado más. 2) Sólo es posible capturar el primer Pokémon que aparezca en cada area. Hay multitud de variantes y reglas opcionales aparte de estas dos, pero sólo con esto ya se consigue convertir un juego de lo más pacífico y relajado en una experiencia tensa y estresante que tiene al jugador con los nervios a flor de piel constantemente, temiendo siempre que ese dichoso Geodude vaya a conseguir un golpe crítico con su Magnitud y vaya a mandar a nuestro pobre Charmander al cementerio.

Hmm. Acabo de releer esa última frase, y parece que tengo que descartar mi teoría. Aún no soy demasiado mayor para esto. ¡Yay!

Francisco José Palomares | 09 de septiembre de 2011

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