A través de sprites polvorientos y bajo viejos y olvidados comandos de basic, Francisco José Palomares, arqueólogo de los 8 bits y soñador profesional, nos trae los días 9 de cada mes el fruto de sus investigaciones, centradas en la búsqueda del rastro del legendario héroe Johnny Jones. Su intención: reconstruir lo más fielmente posible la memoria sentimental de una generación fascinada por los gráficos simples, los casetes llenos de pitidos y la música en MIDI.
Prácticamente desde el momento de su creación, nuestro entretenimiento favorito ha tenido que luchar contra un estigma que le ha acompañado a lo largo y ancho del mundo y durante las últimas tres décadas casi sin interrupción: los videojuegos son cosas de críos. Si bien es cierto que una buena parte de los títulos aparecidos durante todo este tiempo han estado orientados a un público infantil y juvenil, tampoco hay que olvidar que los veteranos también hemos podido disfrutar lo nuestro no sólo con esos mismos juegos “de niños”, sino con un buen montón de títulos que incluyen elementos generalmente considerados “para adultos”.
Esto incluye, por supuesto, una cantidad nada despreciable de juegos eróticos o de contenido sexual explícito, como casi todos los que dispusimos de un ordenador durante nuestra “edad del pavo” sabemos la mar de bien. Porque seamos sinceros: por mucho que en la caja estuviera escrito bien grande y clarito que se trataba de títulos exclusivos para mayores de dieciocho años, y aunque en la mayoría de las tiendas no se pudieran encontrar a no ser que miráramos detrás del mostrador, y muchas veces ni así, siempre había maneras alternativas de conseguirlos. No hay nada que detenga a un adolescente con las hormonas a mil y más salido que el pecho de Sabrina en aquel especial de fin de año.
Algo que casi siempre ha acompañado a la mayoría de juegos eróticos de un mínimo de calidad es unos números espectaculares en lo que a ventas se refiere, y esto ha ocurrido prácticamente desde el nacimiento del género, allá por 1981 con el Softporn Adventure de la por entonces llamada On-line Systems, y que más tarde se convertiría en Sierra On-line. Una aventura conversacional en la que controlamos a un protagonista empeñado en perder la virginidad y en la que debemos intentar seducir a varias mujeres, Softporn Adventure vendió veinticinco mil copias en un momento en el que sólo existían unos cien mil Apple II en el mercado norteamericano. Todo un logro, considerando que el juego fue pirateado hasta el infinito y más allá.
Además de por ser un pionero, por sus ventas y por tener a la mismísima Roberta Williams dentro de un jacuzzi en la carátula, Softporn Adventure es también recordado como el origen de la saga Leisure Suit Larry. Al Lowe, su creador, adaptó en 1987 el argumento de Softporn Adventure casi al completo, le dio la forma de una aventura gráfica al más puro estilo Sierra, y rebautizó al protagonista con el nombre de Larry Laffer, el perdedor aspirante a sex symbol más entrañable de la historia del software de entretenimiento. El resultado fue Leisure Suit Larry in the Land of the Lounge Lizards, otro éxito de ventas para la compañía norteamericana y el comienzo de una popular y longeva serie de juegos de contenido más o menos picante, aunque nunca explícito.
Al bueno de Larry probablemente le habría venido como anillo al dedo saber que durante la edad de oro de los ocho bits la forma más fácil de ver a una mujer desnuda era echar un par de partidillas a las cartas. Los juegos de strip poker forman el grueso de los juegos de contenido erótico que vieron la luz en el mundo occidental durante aquella época, empezando con el original Strip Poker de Artworx allá por 1982, y continuando con un montón de títulos que acostumbraban a triunfar más por los encantos de las chicas (y, en algunos casos esporádicos, chicos) incluidos que por el nivel de juego que podían ofrecer. A destacar algunos nombres como Teenage Queen por su gran calidad gráfica y Samantha Fox Strip Poker por ser el primero en utilizar el nombre y la imagen de una artista (?) famosa para aumentar su atractivo.
No todos los juegos eróticos de los ochenta fueron conocidos por su calidad, por supuesto. Un caso bastante sangrante es el de la serie Swedish Erotica para la consola Atari 2600, y más concretamente por su tercer y último capítulo, Custer’s Revenge. Su desarrollo es estúpidamente simple: controlando a una caricatura del general Custer en pelota picada y blandiendo su enhiesto pene como única arma, debemos esquivar una lluvia de flechas y unos cuantos cactus hasta llegar a una nativa (también desnuda) atada a un poste. Os podéis imaginar qué viene a continuación. Un candidato bastante habitual al título de peor videojuego de la historia, y que sin embargo vendió como rosquillas, a pesar de que los enormes píxeles de la 2600 no daban para muchos alardes gráficos.
Burradas aparte, los ochenta trajeron algunos otros títulos bastante notables, no sólo por su contenido para adultos sino por tener una más que aceptable jugabilidad, como por ejemplo Leather Goddesses of Phobos de Infocom, una aventura conversacional en clave de comedia para adultos escrita por Steve Meretzky y que cuenta con una secuela en forma de aventura gráfica más que olvidable. Son minoría, sin embargo, y muchos otros juegos incluían elementos eróticos como reclamo, pero se olvidaban de ofrecer nada substancial al jugador más allá de lo superficial. Algunos ejemplos son Emmanuelle, una mediocre aventura inspirada en las famosas novela y película del mismo título, y Blue Angel 69, un simple puzzle en el que el jugador es recompensado con imágenes más o menos sensuales protagonizadas por unas androides la mar de femeninas. Ya en 1990 llegó Geisha, otra poco afortunada colección de minijuegos recubierta de una historia sin demasiado sentido.
El cambio de década mejoró algo el panorama, y poco a poco los elementos eróticos dejaron de ser algo excepcional, con lo que ya no se podía depender exclusivamente de ellos para atraer compradores. Fruto de este leve cambio de mentalidad surgieron un puñado de buenos títulos claramente orientados al público adulto. Empezamos con Rex Nebular and the Cosmic Gender Bender, una aventura gráfica espacial a cargo de MicroProse con tono de comedia en la que el protagonista que le da nombre se ve envuelto en una guerra galáctica de sexos. También son aventuras gráficas Fascination y Voyeur, aunque ésta última tiene el “honor” de ser la primera película interactiva en incluir desnudos y escenas de sexo.
El más destacado de esta hornada es, sin embargo, DreamWeb, una más que interesante aventura con toques de acción, ambientada en un mundo ciberpunk nada prometedor y con una historia compleja, llena de paranoia, misterios, asesinatos y conspiraciones. Un gran juego en el que los (muy leves y esporádicos) contenidos subidos de tono no son más que un elemento más en un todo de alta calidad. También conviene recordar la obligatoria aportación del software lúdico patrio a nuestras fantasías adolescentes, en la que Opera Soft y Alfonso Azpiri convirtieron el clásico juego de tablero de “La Pirámide del Amor” en La Colmena, uno de los pocos videojuegos eróticos destinados a ser disfrutados por varios jugadores a la vez…
La gran novedad de los noventa en nuestro país, sin embargo, fue la llegada de algo que en Japón llevaba existiendo desde principios de la década anterior: los eroge. Por aquellos lares lo de los juegos para adultos no sólo era algo bastante común, sino que iba camino de convertirse en un mercado que movía una gran cantidad de dinero y que generaba decenas de títulos al año, incluyendo novelas visuales, dating sims y juegos de acción, como la longeva saga Gals Panic, una variación del clásico Qix en la que la superficie de juego que vamos conquistando muestra imágenes cada más sugestivas conforme avanzamos niveles. Incluso hay un buen puñado de juegos orientados al público femenino, algo prácticamente inexistente en el mercado occidental. Muy pocos de estos títulos llegaron al mercado anglosajón, y menos aún al español. Sin embargo, una única compañía llamada MegaTech Software se atrevió a traducir y distribuir tres de sus títulos para adultos en nuestro país.
Gracias a esto llegaron a las manos de cientos de adolescentes aficionados al manga y el anime tres juegos que aún muchos recordamos con cariño: Cobra Mission, Knights of Xentar y Metal & Lace: the Battle of the Robo Babes. Bueno, el último quizá no tanto, ya que se trataba de un juego de lucha bastante olvidable, de dificultad frustrante y con unos controles totalmente infumables. Sin embargo, los dos primeros fueron juegos de rol bastante simples, pero que entretenían lo suyo a pesar de sus limitaciones, y que además, sobre todo en el caso de Cobra Mission, incluían una cantidad nada despreciable de escenas bastante explícitas, ¡algunas de ellas incluso interactivas! A ver, que levanten la mano todos aquellos que estuvieron a puntito de ser pillados por sus padres mientras exploraban Cobra City y entablaban, ejem, “amistad” con las lugareñas…
Y aunque parezca que últimamente acabo todos los artículos diciendo lo mismo, la verdad es que en la última década o así ha habido poco que añadir a esta excitante (je) lista. Buena parte de culpa la tienen Microsoft y Sony, debido a sus exigencias en cuanto a control de contenidos de todos los juegos publicados para sus consolas, y que evita que nada medianamente subido de tono aparezca en ellas ni, por extensión, en las versiones para otros sistemas. Así que más allá de lo poco que nos llega de Japón en forma de novelas visuales, generalmente de forma no oficial y traducidas por fans, y de alguna que otra escena incluida casi por sorpresa en juegos por otro lado bastante inofensivos (Mass Effect) o a mods o parches no oficiales que arman más jaleo que el juego original (el archifamoso Hot Coffee de GTA: San Andreas), la cosa está bastante parada. Ni siquiera salen ya juegos de strip poker, o al menos no por los medios de distribución tradicionales.
Eso sí, los jóvenes de hoy en día seguro que no están precisamente faltos de erotismo. Como decía la cancioncita, Internet is for porn…