A través de sprites polvorientos y bajo viejos y olvidados comandos de basic, Francisco José Palomares, arqueólogo de los 8 bits y soñador profesional, nos trae los días 9 de cada mes el fruto de sus investigaciones, centradas en la búsqueda del rastro del legendario héroe Johnny Jones. Su intención: reconstruir lo más fielmente posible la memoria sentimental de una generación fascinada por los gráficos simples, los casetes llenos de pitidos y la música en MIDI.
Sin ningún motivo aparente, esta semana me ha venido a la cabeza la Navidad del año 1987. No porque ocurriera ningún evento especialmente notable (en ese mes nacieron Higuaín y Benzema, pero como soy culé me da bastante lo mismo), sino porque necesitaba algo sobre lo que escribir en esta edición mensual (¡ja!) de Buscando a Johnny Jones, y como casi siempre que ando escaso de ideas, la mejor solución es echar la vista atrás y escarbar en la niebla del recuerdo para ver que desentierro. Y esta vez le tocó a una de mis primeras compras en lo que a videojuegos se refiere, y probablemente aquella a la que le saqué más provecho.
No fue la primera, sin embargo. Por entonces mi querido MSX ya llevaba un tiempo instalado en mi habitación junto a su cancerígeno monitor de fósforo verde y su unidad externa de cassette, experta en emitir chirridos dignos de la etérea garganta de una alma condenada cualquiera. Aparte del mega-pack de cincuenta juegos bastante cutres que venían de regalo con el trastito y de un par de cintas BASF repletitas de clásicos de Konami que mi padre consiguió a través de un compañero de trabajo, ya había añadido a mi colección cuatro títulos comprados en los grandes almacenes de turno.
Curiosamente, los cuatro eran españoles, divididos equitativamente entre las dos grandes compañías de la época (Dinamic y Topo Soft). Su temática también los separaba por parejas, ya que dos eran juegos deportivos con el patrocinio de la superestrella patria de turno (Fernando Martín Basket Master, Emilio Butragueño ¡Fútbol!) y dos de acción en entornos de ciencia-ficción, aunque en estilos bastante diferentes (Star Dust, Bestial Warrior). Ninguno de los cuatro era ninguna maravilla, la verdad. Es lo que tenía comprar juegos a ciegas basándome sólo en el título y la carátula, sin utilizar revistas especializadas ni, por supuesto, páginas web llenas de reviews, puntuaciones y comentarios como referencia previa. Eso de ir a la aventura tenía su gracia, la verdad.
En cualquier caso, llegó el invierno de 1987 y había que ir pensando en un nuevo regalito que añadir a la colección. Y casualmente justo por aquel entonces se produjo un hecho bastante relevante en la historia de la industria videojueguil española: nada más y nada menos que el primer anuncio televisivo publicitando un videojuego, o un pack de cinco videojuegos, para ser más exactos. En Televisión Española, por supuesto, que por entonces las privadas aún no existían. Como buen borreguito de nueve años enganchado a la pantalla no tardé mucho tiempo en pedir, suplicar y patalear hasta que mis padres se rindieron y aceptaron comprarme el pack de marras, que fue estrenado con alegría y alborozo la mañana del día de Reyes. Su nombre era Erbe 88.
Erbe Software es probablemente uno de los nombres más importantes del mundillo en España durante los años ochenta y principios de los noventa. Empezó como una compañía de desarrollo de videojuegos más entre las muchas que iniciaron su andadura en esa época, e incluso llegaron a publicar algún titulo bastante notable como Las Tres Luces de Glaurung. Sin embargo, no tardaron mucho en dedicarse de manera exclusiva a la distribución, convirtiéndose en la vía de llegada a España de la mayoría de títulos de grandes compañías extranjeras como Ultimate, U.S. Gold, Ocean o, sobre todo, el gigante consolero nipón Nintendo. La sección de desarrollo se convirtió en una compañía independiente, la ya mencionada Topo Soft, y llegó a convertirse en la gran competidora de Dinamic en la lucha por el dominio del mercado doméstico, con permiso de actores secundarios como Opera Soft o Made in Spain/Zigurat. Una de las grandes aportaciones de Erbe fue la rebaja dramática de los precios de sus juegos precisamente durante 1987, pasando de 2000 pesetas a 875, lo que disparó las ventas a niveles insospechados hasta entonces. Como diría Joan Laporta, que aprendan.
Un gran juego para cerrar un pack que me proporcionó muchísimas horas de entretenimiento en aquellos años finales de los 80, cuando los ordenadores de ocho bits empezaban a mostrar sus carencias y sus sucesores de dieciséis ya se agazapaban para dar el salto y dominar el mercado en unos pocos años. Seguramente disfruté de muchos juegos mejores que estos cinco en mi MSX, pero siempre que echo la mirada hacia atrás y recuerdo aquellos años, la caja de Erbe 88 y sus tres cintas de cassette blancas son una de las primeras imágenes que recuerdo. Y todo por una fracción del precio de cualquier novedad para PC o consola de hoy en día, oiga. Qué cosas tiene la inflación…