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Buscando a Johnny Jones por Francisco José Palomares

A través de sprites polvorientos y bajo viejos y olvidados comandos de basic, Francisco José Palomares, arqueólogo de los 8 bits y soñador profesional, nos trae los días 9 de cada mes el fruto de sus investigaciones, centradas en la búsqueda del rastro del legendario héroe Johnny Jones. Su intención: reconstruir lo más fielmente posible la memoria sentimental de una generación fascinada por los gráficos simples, los casetes llenos de pitidos y la música en MIDI.

De mayor quiero ser como Sid Meier

Tengo cierta tendencia a llegar tarde. Y no me refiero sólo a esos diez o quince minutos que le robo al trabajo cada mañana “gracias” a los horarios aleatorios del transporte público de Barcelona. Y eso cuando no hay huelgas, averías, obras, inundaciones o AVEs, que cualquiera diría que vivimos en zona catastrófica. Hablo sobre todo de aficiones varias, como la música. Por ejemplo, me enganché a Queen el mismo año que Freddie Mercury murió. También me aficioné a Metallica cuando ya estaban en plena decadencia y aunque los Smashing Pumpkins me conquistaron en su apogeo, desde entonces fueron cuesta abajo hasta su disolución y posterior reunión. Más recientemente descubrí que me gustaban Pantera cuando ya llevaban varios años separados y pocos meses antes de que un desgraciado matara a tiros a Dimebag Darrell en pleno concierto. Si no fuera por unas cuantas excepciones a esta regla, parecería que el hecho de que me aficione a algún grupo es casi como firmar su sentencia de muerte. Temblad, fans de Dream Theater…

Con los videojuegos me pasa algo parecido. Mi primer ordenador, aquel MSX sobre el que ya os he dado la paliza en otras ocasiones, llegó cuando la era de los 8 bits amenazaba a acabarse y los Atari ST y Amiga comenzaban a copar el mercado. Mi primer PC fue un 486, casualmente comprado apenas un par de meses antes de que el Pentium de Intel se convirtiera en el estándar. Tenía 4 megas de RAM, y apenas un año después la mayoría de novedades en el mercado necesitaban o recomendaban un mínimo de 8 Mb. Y del disco duro de 200 Mb ya ni hablemos, se quedó pequeño prácticamente antes de empezar. No sabéis lo divertido que fue intentar encontrar un hueco para poder instalar el Strike Commander, que venía en nada menos que 42 diskettes de 3,5 pulgadas. Que por cierto, después del esfuerzo, resultó que necesitaba 8 megas de RAM y no funcionaba. Grmpf.

El resultado final de tanta mala sincronización entre el mundo en general y yo fue que al poco tiempo de tener un flamante PC nuevo apenas aparecían nuevos juegos que me funcionasen. Dado que mi situación económica como estudiante de bachillerato sin otra fuente de ingresos que la caridad ocasional de mis padres no era precisamente boyante, la opción de ampliar o mejorar el trastito no era demasiado viable. En conclusión: hasta que pude ampliar algo la memoria de mi trasto bastantes años más tarde me fue casi imposible jugar a cualquier cosa publicada después de 1995. Así que no me quedó más remedio que tirar de juegos más antiguos, que no eran precisamente las maravillas de la técnica que se podían ver cada mes en las revistas de videojuegos, pero que seguían siendo interesantes. Se puede decir que me volví un fan de los juegos “retro” por necesidad más que por vocación.

Creo recordar que ya comenté en otra ocasión que mi principal fuente de videojuegos en esa época fue uno de mis amigos y compañeros de clase de por entonces (si por casualidad lees esto, ¡hola Óscar!). El chaval en cuestión era un fan de los simuladores, tanto de vuelo como de conducción, y poco a poco me fue contagiando su afición. Dos de los simuladores a los que me más enganché por entonces fueron F-15 Strike Eagle II, un simulador de caza de combate con buenos gráficos, variedad de misiones y un modo campaña relativamente interesante, y el mítico e insuperable Formula One Grand Prix de Geoff Crammond, aún hoy en día el mejor simulador de F1 y de conducción en general de la historia y el único juego de F1 en el que he sido capaz de jugar un mundial entero con las carreras al 100% de su longitud original sin morir de aburrimiento. Y, casualmente, ambos juegos tenían algo en común: el logo en rojo sobre negro de MicroProse al empezar.

MicroProse fue fundada en 1982 y desde el principio se convirtieron en especialistas en simuladores y juegos de estrategia. En el primer campo pocos le pudieron hacer sombra durante los 80 y la primera mitad de los 90. En el segundo, en cambio, competían directamente con SSI, que se especializaban en complejos wargames, prácticamente calcados a aquellos juegos de mesa llenos de figuritas de plomo y enormes cantidades de reglas y estadísticas a los que los “frikis” de la estrategia militar jugaban antes de la aparición de Warhammer y derivados. MicroProse, en cambio, optó por llevar la estrategia a un público más amplio, manteniendo el clásico funcionamiento por turnos, pero simplificando al máximo tanto las reglas como el control y el interfaz de sus juegos y huyendo generalmente de los juegos de temática puramente militar, sin perder por ello demasiada profundidad táctica o estratégica.

También se puede responsabilizar a MicroProse de la popularización del género conocido simplemente como 4X. Este término viene de las iniciales de las palabras inglesas eXplore, eXpand, eXploit & eXterminate. Sí, podrían haberlo llamado “4E” tranquilamente, lo sé, podéis echarle las culpas a Computer Gaming World. En cualquier caso, este tipo de juegos normalmente se basan exactamente en eso: explorar territorio desconocido, expandirnos por ese territorio ampliando nuestro ámbito de influencia, explotar los recursos que encontraremos en las nuevas tierras conquistadas y exterminar a los rivales que intentan hacer lo mismo. Parece algo básico hoy en día, pero conceptos como los árboles de tecnologías a investigar que a su vez nos permiten acceder a nuevas unidades y edificios que construir en nuestras ciudades o bases, no existían en los juegos de estrategia por turnos hasta entonces.

El principal abanderado de esta filosofía de diseño no fue otro que el co-fundador de MicroProse y gran gurú del entretenimiento informático, Sid Meier. Sus juegos generalmente se pueden jugar sin mucho más que un breve vistazo al manual, pero algunos de ellos se han colado por méritos propios en casi todas las listas de mejores juegos de la historia. Joyas como Railroad Tycoon, Pirates!, el ya mencionado F-15 Strike Eagle II, Silent Service (o cómo hacer divertido un simulador de submarino), o el juego 4X por excelencia, Civilization, son sólo algunas de las grandes contribuciones de este genio al mundo de los videojuegos. Civilization y sus secuelas, la mejor de las cuales ni siquiera tiene el nombre de Civilization (Sid Meier’s Alpha Centauri), se han convertido en un punto de referencia para la estrategia por turnos en general y para todos los 4X en particular.

Pero no sólo de Civilization ni de Sid vivía MicroProse. Durante la primera mitad de los 90 la compañía diversificó su abanico de estilos, e hizo aportaciones bastante interesantes a géneros como el rol (Darklands), las aventuras gráficas (BloodNet, Rex Nebular and the Cosmic Gender Bender) y la simulación económica (Transport Tycoon, la obra maestra de Chris Sawyer). Sin embargo, su punto fuerte seguía en la simulación y la estrategia. Reconquistamos América en nombre de los grandes poderes europeos para después darles la puñalada trapera e independizarnos en Colonization. Los hombrecillos grises de UFO: Enemy Unknown y sus secuelas aún pueblan las pesadillas de más de uno (yo incluído, esas misiones de terror hacían honor a su nombre). Para vengarnos de ellos, también nos permitieron conquistar la galaxia al más puro estilo 4X en Master of Orion y su secuela. Insisto, secuela. No existe ningún Master of Orion 3. No, señor. Lo niego rotundamente.

Pero mi favorito sin lugar a dudas era un juego que mezclaba lo mejor de Civilization, Colonization y Master of Orion, y le añadía unos toques de magia y fantasía, y algún que otro elemento del juego de cartas Magic: The Gathering (del que, por cierto, MicroProse haría la versión para ordenador unos años más tarde). El resultado final apareció en 1994, y se llamó Master of Magic. Y esto le sonará a sacrilegio a más de uno, pero me gustó más que Civilization. Hay algo en lo de investigar conjuros, invocar criaturas infernales, explorar ruinas con los héroes a tu servicio y encontrar tesoros mágicos con los que equiparlos, y luchar contra otros magos rivales por la supremacía absoluta en los dos planos paralelos del mundo que, para mí, supera al clásico entre los clásicos. Tal vez sea porque desde entonces Civilization ha tenido tres secuelas directas, una indirecta (Alpha Centauri) y dos spin-offs (Civilization: Call to Power y su segunda parte), mientras que los fans de Master of Magic lo más parecido que hemos podido disfrutar en casi 15 años es la serie Age of Wonders, que no le llega al original ni a la suela de los zapatos. ¿Envidia? Naaah, para nada, ¿por qué lo decís?


La lástima es que hoy en día queda poco de aquella gran MicroProse. Spectrum Holobyte compró la compañía en 1993,y poco a poco los problemas económicos se fueron agravando y enconando. Sid Meier dejó MicroProse en 1996 para fundar Firaxis, donde hoy en día se dedica casi siempre a supervisar el trabajo que otros hacen en los juegos que acaban llevando su nombre. Geoff Crammond y otros grandes nombres fueron dejando la compañía paulatinamente. Luego, la historia de casi todas las grandes compañías de los 90 que fueron devoradas por las grandes multinacionales de nuestra década. Hasbro compró MicroProse, Infogrames compró Hasbro, MicroProse pasó a la historia. Una pena.


El legado de aquel gran equipo de artistas de los videojuegos perdura hoy en día, sin embargo. Sin ir más lejos, Sid Meier’s Civilization IV ha sido un bombazo de crítica y ventas en los últimos años y la influencia de clásicos como Master of Orion o el mismo Civi se puede notar en series de gran éxito como Galactic Civilizations, Space Empires, Empire Earth o Europa Universalis. Y para los nostálgicos de los viejos tiempos, siempre nos queda la opción de pulsar el icono de DosBox en nuestro escritorio y volver a ver ese logo rojo sobre fondo negro que tantos buenos ratos nos hizo pasar, y volver a prometernos a nosotros mismos aquello de “sólo un turno más, lo juro”. Una de esas frases que, por muchas veces que la repitamos, siempre, absolutamente siempre, será mentira. Y más os vale no empezar a jugar al viejo Civi un ratito antes de tener que ir a algún sitio, porque os pasará como a mí: llegaréis tarde. Y, en el fondo de vuestra mente, pensaréis que habrá valido la pena.

Francisco José Palomares | 09 de abril de 2008

Comentarios

  1. gsc
    2008-04-09 11:56

    Me uno a la admiración por Sid Meier. Todavía hoy (12 años después de comprarlo), el Civilization II me sigue pareciendo uno de los juegos más entretenidos. Y descubrir el OpenTTD ha sido mi perdición.

  2. Miguel A. Román
    2008-04-09 12:43

    Pasé dias dentro de aquel submarino de Silent Service, esperando pacientemente en un atolón del pacífico a que algún inofensivo carguero japonés recalara cerca. Ahora recuerdo con nostalgia las horas de angustia, con mi submarino severamente dañado, varado en el fondo del Mar de China y el sonar del maldito destructor rebotando en mi Commodore64.

    A Dios gracias puedo contarlo. :-)

  3. Fernando Conde
    2008-04-09 15:43

    Grandísimo repaso a la historia de una de las grandes :). Compartimos admiración por los mismos títulos: qué sería de mí sin mi paso por el Colonization, el Civilization, el Master of Magic, el F-15 II y tantos otros (entre los cuales sigue ocupando un lugar más que especial el Master of Orion original).
    Sólo un comentario quisquilloso :). El Strike Commander, que tuve la suerte de tener original gracias a unos amigos norteamericanos (y que por cierto, tiene uno de los mejores y más amenos manuales de toda la historia), ocupaba 8 disquetes de 3.5” y necesitaba sólo 4 MB de RAM, aunque bien optimizados (para lo que el memmaker y sacar todo lo posible del autoexec y el config eran indispensables: Yo tenía una opción de arranque específica para él). Y funcionaba como un tiro en un 486 (pedía un 386 como mínimo, aunque iba a rastras :)).

  4. FPO
    2008-04-09 16:59

    Vaya, pues me falló la memoria. Cosa bastante preocupante cuando lo que escribo cada mes se basa casi exclusivamente en ella :P.

    Ahora mi duda es cual fue el juego de los 40 y pico disquetes. Estoy casi seguro que era un simulador de algún tipo, y que al final fui incapaz de jugarlo por temas de memoria hasta muuucho después, pero no caigo en cual. Me viene a la cabeza el Comanche: Maximum Overkill (con ese helicóptero que rebotaba en las montañas sin sufrir apenas daños, qué risa), pero creo que no ocupaba tanto. Otro sospechoso es el X-Wing vs TIE Fighter, pero éste necesitaba joystick además de los 8 megas, así que lo dudo. Argh, no caigo.

  5. Marcos
    2008-04-09 17:49

    Hombre, yo creo recordar haber instalado con diskettes el Duke Nuken… Si ahora utilizásemos tantos esfuerzos para la mitad de las cosas que hacemos… El X-Wing, grandioso, y el Colonization… ¿pero qué me dicen del Command and Conquer? No llegué a jugar al Magic… siempre rechacé los juegos con magia de por medio. Y tampoco jugué al Silent Hunter, aunque supe de él; me arrepiento.

    Saludos

  6. c.
    2008-04-12 04:46

    Había en el Civilization una táctica estupenda que consistía en cogerte a alguna civilización centroeuropea y, en los diez primeros turnos, estar al acecho de todas las nuevas que podían aparecer para, simplemente, conquistarlas. Así, te dejaban unos cuantos siglos tranquilitos para dedicarte a inventar cosas, que era lo que a mí me encantaba, eso de: ¿mathematics or ceremonial burial? ¿chivalry or catapult? En fin…

    Era bonito cuando tu nave espacial salía al espacio en busca de Alpha Centauri. Yo vivía ese momento como si hubiese hecho algo verdaderamente importante. Normalmente, eran las dos o las tres de la mañana y todo el mundo en casa dormía. Sin hacer ruido, apagaba el ordenador y me quedaba con los ojos fijos en la pantalla negra durante unos instantes. Después, como en trance, recorría la casa, salía al jardín, miraba a las estrellas. Yo me había escapado allí, a las estrellas.

    Quince añitos. Ay, qué cosas… :)

    Gracias mil por este artículo tan maravilloso.


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