A través de sprites polvorientos y bajo viejos y olvidados comandos de basic, Francisco José Palomares, arqueólogo de los 8 bits y soñador profesional, nos trae los días 9 de cada mes el fruto de sus investigaciones, centradas en la búsqueda del rastro del legendario héroe Johnny Jones. Su intención: reconstruir lo más fielmente posible la memoria sentimental de una generación fascinada por los gráficos simples, los casetes llenos de pitidos y la música en MIDI.
Una recomendación para presentes y futuros columnistas que tengan que cumplir plazos de entrega más o menos estrictos: no os vayáis de viaje durante 3 semanas a la otra punta del globo, volviendo una semana antes de la fecha límite para el artículo, con la idea de que “seguro que se me ocurrirá algo mientras hago turismo” o “esto no es un viaje de placer, en realidad voy a buscar material para la columna”. Es malo para la salud mental. Y mucho. Y además es mentira.
Como nadie me había dicho esto hace un mes, no tuve remordimiento alguno en pasar casi todo el mes de Octubre en Japón. “Caray, no te quejarás”, estaréis pensando, “no debe haber mejor país para buscar material para una columna sobre videojuegos”. Sí, todo muy bonito, pero a la hora de la verdad resulta que todo lo interesante desde el punto de vista videojueguil está concentrado en un único sitio (Akihabara, en Tokyo), y el resto son bosques, cuervos, y templos. Muchos, muchos templos. Y claro, Akihabara da para un día, dos si se estira bien y hay muchas ganas de que tipos con megáfono te griten en el oído que compres ese trasto electrónico que no tienes muy claro para que sirve pero que está tentadoramente barato. Todo esto en japonés, claro, con lo que podrían estar tranquilamente recitando la Canción del Pirata del revés y se entendería igual de bien.
Aún así, en esos dos días me dio tiempo a encontrar alguna que otra curiosidad digna de mención. Por ejemplo, que lo del merchandising de videojuegos allí llega a cuotas inimaginables aquí, y que Square/Enix puede vender Pociones de su saga Final Fantasy sin que nadie se extrañe ni un poquito. Viene a ser una especie de Red Bull azul, por cierto. No cura heridas ni nada de eso. Espero que lo dejen bien claro en la etiqueta, que luego la gente hace estupideces y encima te echan la culpa por no avisarles… Eso sí, el día que empiecen a vender Phoenix Downs será cuando me sorprendan de verdad.
Pero ojo, que esta columna no sólo habla de videojuegos, sino de clásicos, con lo que los tenderetes con las últimas novedades para la Xbox360 no me valían. Por suerte encontré una tienda retro, algo más pequeñita pero por lo demás muy parecida a ésta. Curioseé un poco por ella, buscando la chispa inspiradora. Y allí, entre pilas interminables de cartuchos de Super Famicom y un peluche de un Goomba que estuvo a muy poquito de venirse para España dentro de la maleta, encontré por fin lo que buscaba. Tres siglas mágicas que volvieron a despertar viejos recuerdos: eme, ese, equis.
Si habéis leido los capítulos anteriores de BaJJ, sabréis que mi primer ordenador fue un MSX con monitor de fósforo verde. Recuerdo que cuando fuí a comprarlo a una de aquellas tiendas del puerto de Barcelona, me dieron a elegir entre monitor fosforito con 50 juegos, o monitor a color con 6 juegos, sin especificar modelos ni marcas. Evidentemente, cogí el primero. Mi retina aún se arrepiente. El resto del cuerpo le abuchea cada vez que lo comenta. En cualquier caso, esas tres letras inocentes me acompañaron durante muchos años, hasta bien entrados los 90.
El MSX apareció en 1983 como un intento de la división japonesa de Microsoft de crear un estándar parecido al PC en el mercado de los ordenadores domésticos de 8 bits, por entonces dominado por el ZX Spectrum y el Commodore 64, con el Amstrad CPC a punto de saltar al ruedo. Muchos fabricantes como Sony, Philips, Sharp, y otros, se subieron al carro y lanzaron sus propias versiones del estándar propuesto, manteniendo una compatibilidad total entre todos los distintos modelos. Hubo varias generaciones (MSX-1, MSX-2, MSX-2+ y Turbo-R), de las cuales sólo las dos primeras fueron distribuidas oficialmente en Europa. El mío en concreto era un MSX-1 Philips con 80 kB de RAM, igualito al de una de las fotos de Wikipedia. Qué majo él, ¿no?Técnicamente, el MSX era probablemente el mejor ordenador doméstico de 8 bits de su época. Gráficamente combinaba una resolución equivalente a la del Spectrum con una cantidad de colores simultáneos en pantalla igual o mejor que la del CPC. En sonido tampoco se quedaba atrás, y en memoria superaba a casi todos los demás (algunas versiones del MSX-2 llegaron a las 256 kB, una burrada para la época). Además, todos los modelos disponían de ranuras para cartuchos similares a las de una consola, que permitían no sólo utilizar juegos y programas, sino también instalar ampliaciones varias.
La lástima fue que la idea de imponerse como estándar no acabó de cuajar, sobre todo porque su éxito fue muy irregular a nivel mundial. El MSX fue un bombazo en países como Holanda, Brasil, Japón y (relativamente) España, pero no tuvo apenas impacto en Estados Unidos y el resto de Europa. Esto provocó no sólo que el MSX se convirtiera en un 8 bits más, sino que las principales compañías europeas y americanas de software y videojuegos no dedicaron apenas esfuerzo a intentar aprovechar la superioridad técnica del sistema. Por ello, en la gran mayoría de juegos multisistema de la época, la versión MSX no era más que una conversión directa de la versión Spectrum, a veces con leves mejoras en gráficos y/o sonido. Y eso cuando existía la versión MSX, que no era ni mucho menos siempre.
Por suerte, los japoneses llegaron al rescate. El logo que más me alegraba ver en la pantalla monocroma de mi trastito era el de Konami, blanco sobre fondo azul. Verlo era casi siempre sinónimo de gráficos llenos de color, personajes carismáticos y reconocibles, buen sonido, y sobre todo grandes juegos. Konami’s Ping-Pong, King’s Valley, Pippols, Yie Ar Kung Fu, Antarctic Adventure... Todos auténticos juegazos que exprimían a fondo las posibilidades de mi MSX-1.
Con la llegada del MSX-2 (que yo me perdí, pero que he podido revivir más adelante gracias a los siempre mágicos emuladores) aparecieron los grandes nombres, muchos de los cuales sobreviven en otros sistemas incluso hoy en día, y la mayoría a cargo de la omnipresente Konami. Sin ir más lejos: ¿cuántos de vosotros sabíais que la saga Metal Gear no empezó en la PSX con Metal Gear Solid, sino que el primer capítulo apareció para MSX-2, y el segundo es uno de los mejores juegos de la historia para este sistema? Otras sagas históricas que vivieron sus primeros capítulos por aquel entonces fueron Gradius/Nemesis, Parodius, Puyo-Puyo y Bomberman. Nada mal para ser un sistema del que en muchos sitios ni siquiera se conoce su existencia. Lástima que la mayoría de estas leyendas no salieran de Japón. Metal Gear 2, sin ir más lejos, no pudo ser disfrutado por el resto del mundo hasta que se popularizaron los emuladores y dos aficionados tradujeron por completo el juego al inglés.
Con estas tres letritas pasé buena parte de mi infancia, y me alegró enormemente encontrar una sección dedícada a ellas en aquella tienda de Akihabara, aunque fuera más bien pequeñita. Ver aquellos cartuchos pulcramente apilados me hizo recordar de que hace demasiado tiempo que no arranco el emulador de turno (BlueMSX, bastante completito) para echar un Treasure of Usas o un Knightmare. Y ahora que pienso, una semana después aún no le he puesto solución. Con vuestro permiso…
MSX System version 1.0, Copyright 1985 by Microsoft. Cielos, nunca pensé que me alegraría tanto de ver ese nombre. ¡Aprende, Bill, y déjate de Vistas!